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La guerra ensayo


Enviado por   •  8 de Septiembre de 2017  •  Ensayos  •  1.160 Palabras (5 Páginas)  •  240 Visitas

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La guerra

¡Meset, meset, meset! “¡Guerra! ¡Guerra! ¡Guerra!”, pensó asustada Tetsém mientras escuchaba escondida en la oscuridad. ¡Meset! ¡Guerra! La palabra fue repetida varias veces por el brujo que discutía junto a los otros hombres dentro de la cabaña. A Tetsém le parecía que el brujo la pronunciaba con tanta ira, con tanta fuerza, que rebotaba de un lado al otro como una pelota de caucho. La puerta se abrió en ese momento y dejó ver la silueta a media luz del brujo Kamantán. Tetsém pudo jurar que vio salir, por la puerta entreabierta, una bola roja de fuego, como un carbón encendido, que se metió volando entre los árboles.

El corazón de Tetsém empezó a latir alocadamente y sintió un frío pegajoso en todo su cuerpo. ¡Era meset, la palabra guerra! ¡Tetsém estaba segura! Las palabras son muy importantes y hay que saber tratarlas con cuidado. Especialmente una palabra como... “¡guerra!”. Seguro que cuando los adultos la pasaron de boca en boca obtuvo vida, y ahora se iría por todos los rincones de la selva. Eran las tres de la mañana, hora de la guayusa*, momento en que los achuar se sientan a discutir asuntos importantes mientras beben esa agua medicinal. Tetsém salió de entre el montón de leña cortada, donde se había escondido para poder escuchar a los mayores. No es que ella fuera cobarde. No, ella era tan valiente como cualquiera de sus hermanos. ¡Pero otra guerra! A la niña no le gustaba la idea. Caminó lentamente hacia el otro lado de la casa, hasta el ekent, la parte reservada a las mujeres, donde varias de ellas ya estaban preparando el desayuno. Recién habían puesto nuevos leños en el fuego y la habitación se había llenado de humo. Tetsém miró distraídamente el techo de paja cubierto de hollín. “¡Qué bueno!”, pensó. “Ningún insecto se atrevería a vivir allí”. Entró y se sentó en el suelo, junto al fogón. Pedazos de yuca frita, dorada y deliciosa estaban servidos sobre hojas de plátano. Tomó el más grande y se puso a comer mientras pensaba.

Hace dos días había fallecido el hermano mayor del brujo Kamantán. Esa misma noche, el brujo había soñado que su hermano había muerto por culpa de un hechizo realizado por el jefe de otro grupo de achuar, y ahora su espíritu pedía venganza.

Las mujeres se habían puesto a preparar la pintura que lucirían los hombres en su piel durante la guerra. Molían en un mortero de piedra semillas de achiote* mezcladas con grasa, mientras entonaban canciones guerreras.

Au, au, au, au... Ya habla el pájaro, todo tiembla, todo se oscurece... Au, au, au, au... La guerra llega... Au, au, au...

Fuera los guerreros estaban ya listos con sus carabinas, cerbatanas, flechas y lanzas.

Ese día nadie saldría de cacería ni a trabajar. Empezaron a pronunciar el discurso de los valientes:

—Wi, wi, wi, uuuuuuu, uuuuu, uuuuu, jai, jai, jai... Wi, wi, wi... Yo, yo, yo no conozco el miedo...

—Tetsém, ¿dónde estabas? ¿Por qué no estás ayudando? —le reprochó su mamá acercándose con una canasta en la mano.

Tetsém no dijo nada.

—Toma, mastica esta yuca, que vamos a necesitar mucha chicha* para que se lleven los hombres —continuó la madre.

La niña, todavía en silencio, se puso a masticar la yuca hasta sentirla blanda y suave, y luego escupía la pulpa dentro del recipiente donde la mezclarían con agua para elaborar la bebida tradicional. En una casa achuar podía faltar comida, pero no podía faltar chicha. Tetsém se arrimó a la pared de caña. A su lado había una rendija por la cual podía ver hacia fuera, donde estaban los hombres alistándose para empezar el cerco de la guerra. Su padre ya tenía el rostro pintado con líneas de un rojo intenso que le atravesaban de lado a lado, y estaba colocando curare, el veneno mortal, a las puntas de sus flechas. Otros hombres tenían una expresión seria y preocupada, mientras se ajustaban cintillos de plumas en sus cabezas. Tetsém raspó la madera con su uña, agrandando el agujero para ver mejor. Ahí estaban sus hermanos menores, que afilaban los machetes. El metal lanzaba chispas rojas al tocar la piedra. Tetsém recordó la bola de fuego que viera horas antes. ¿Qué pasaría si se la pudiera detener en su camino? ¿Se podría detener la guerra? Pero ¿quién lo haría? Con los preparativos tan avanzados, nadie se atrevería a decir nada en contra de la guerra; sería acusado de cobarde.

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