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PARTICIPACION CIUDADANA


Enviado por   •  15 de Octubre de 2014  •  2.012 Palabras (9 Páginas)  •  184 Visitas

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Universidad Nacional Experimental

De los Llanos Occidentales

Ezequiel Zamora

Unellez-Apure

Facilitador:

Leisser Rebolledo Bachiller:

Recreo, Julio 2014

INTRODUCCION

La democracia influye notablemente en la vida cotidiana de los ciudadanos, en sus condiciones materiales de existencia. La democracia no es sólo un sistema político ético al que debemos aspirar para tener una sociedad civilizada que pueda considerarse como tal. No es sólo un sistema de convivencia basado en la libertad y el respeto. Su escasez o mala calidad influye directamente en las condiciones de vida concretas de los ciudadanos. En general, podemos decir que el sistema político de un país influye notablemente en las condiciones materiales de existencia de sus habitantes.

La democracia es el bien de cada persona y de todas las personas en general, se realiza en el respeto y la protección de los derechos fundamentales del ser humano, especialmente de los derechos de los más débiles, consiste en la participación de los ciudadanos en la toma de las decisiones que les afectan, abarca el bien de cada pueblo y el de todos los pueblos de la tierra, recibe el nombre de paz y colaboración mutua entre los Estados y postula, finalmente (aunque no se agotan con esto todas las posibilidades) un desarrollo económico justo que elimine las enormes desigualdades que aún existen entre las personas y entre los Estados.

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MAYORIA Y RESPETO DE LAS MINORIAS

Es necesario precisar que la cuestión es aquí de criterio decisional, no de criterio electoral. Elegir es una cosa, decidir otra; y el ámbito de decisión es inconmensurablemente más tenso que el de elección. Entonces, el pueblo que decide en términos del principio mayoritario absoluto es, las más de las veces, un cuerpo que representa al pueblo y que refleja, en gran parte, a la mayoría que lo elige. Al final de este trayecto queda como cierto que el pueblo contabilizado por el principio mayoritario absoluto se divide en una mayoría que toma todo y una minoría que pierde todo, lo cual permite a la mayoría, si así se quiere, reducir a la minoría (o minorías) a la impotencia, lo cual no puede ser permitido.

El punto es finamente acogido por Kelsen (1966), quien observa: "También aquel que vota con la mayoría no está ya sometido únicamente a su voluntad. Ello lo advierte cuando cambia de opinión"; en efecto, "para que el individuo sea libre nuevamente sería necesario encontrar una mayoría a favor de su propia opinión". Y agrego: si las minorías no son tuteladas, se cae la hipótesis de encontrar una mayoría en favor de la nueva opinión, porque quien pasa de la opinión de la mayoría a la de la minoría caería instantáneamente en el número de aquellos que no tienen el derecho de hacer valer su propia opinión.

Seré, todavía, más drástico: sin respeto por la libertad de la minoría, no es solamente que la primera prueba electoral divida de una vez por todas aquel que es libre (es decir, sometido a su propia voluntad) de quien ya no lo será más, habría que agregar también que la libertad de quien votó en aquella ocasión por la opinión de la mayoría acaba en aquel momento, pues no le está permitido, en la práctica, cambiar de opinión. Razón por la cual aquella primera elección será, en efecto, la única elección verdadera; todas las siguientes estarán destinadas a repetir el éxito de aquella inicial y serán solamente votaciones que confirmarán la manifestación de la voluntad de la mayoría expresada en el momento en que la primera democracia votó.

Este es un razonamiento por reducción al absurdo; pero es tal porque nuestras democracias permiten el disenso, porque al confiar el gobierno a la mayoría tutelan el derecho de hacerle oposición. Si podemos rebatir a Rousseau cuando dice que el ciudadano es libre, pero no sólo en el momento en que vota, sino siempre, es porque él puede, en cualquier momento, pasar de la opinión de los más a la opinión de los menos. Es en este poder de cambiar de opinión en el que radica el ejercicio de mi libertad, el ejercicio continuo, durable de ésta. Como escribió lord Acton (1955): "La prueba más segura para juzgar si un país es verdaderamente libre, es el quantum de seguridad de la que gozan las minorías". En la misma línea Ferrero (1947) afirmaba que "en las democracias la oposición es un órgano de la soberanía popular tan vital como el gobierno. Cancelar la oposición significa cancelar la soberanía del pueblo". De ello deriva que la democracia no es simplemente la regla de la mayoría absoluta y que la teoría de la democracia debe forzosamente encajar, aunque disguste a los impacientes, en el principio de la mayoría moderada: la mayoría tiene que respetar los derechos y la libertad de las minorías.

PODER DEL PUEBLO SOBRE EL PUEBLO

Hasta ahora se ha examinado al pueblo. No es, como se ha visto, una noción simple. Sin embargo, las verdaderas dificultades comienzan cuando se une el concepto de pueblo con el de poder. El problema del poder no implica tanto la titularidad como el ejercicio: en concreto, el poder es de quien lo ejerce, de quien está donde se encuentran las palancas del poder. ¿Cómo es posible que el pueblo sea un ostentador efectivo de aquel poder del que es declarado titular?

Que la titularidad del poder no resuelve mínimamente el problema de una potestad popular, se demuestra rápido. El principio de la soberanía popular ya existía en el Medioevo. El príncipe tenía el derecho de dictar la ley, pues tal potestad le era conferida por el pueblo. La interpretación prevaleciente, que primero sostiene el Imperio en su lucha contra la Iglesia y que después avaló el absolutismo monárquico, era que entre el pueblo y el príncipe había sucedido una original translatio imperii, es decir, una transferencia no revocable (y no, en cambio, una simple concessio revocable). Así, el principio omnis potestas a populo, que todo el poder deriva del pueblo, deja al pueblo sin siquiera un gramo de potestad.

Es

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