Resumen El Meterraneo En Los Tiempos De Felipe II Fernand Braudel
Chascoberta14 de Marzo de 2013
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Capitulo I
Siglo XVI: Trashumancia belicosa
La trashumancia ha sido inversa ha sido, al menos en el Mediterráneo, la forma ordinaria de la vida pastoril. La trashumancia normal ha sido una forma posterior de la vida de los rebaños. Desde un principio hubo una trashumancia montañesa que se desbordaba sobre las llanuras, dominándolas, sometiéndolas a sus necesidades. En el siglo XVI es la trashumancia de invierno la que prevalece en grandes extensiones hacia al sur y hacia al este. En el Asia menor y en los Balcanes en el norte de áfrica. Trashumancia belicosa, batalladora que anchos espacios y bajo las formas más diversas generaliza la lucha entre el hombre sedentario y el pastor: el mayor de los conflictos y el más grande de los dramas del Mediterráneo
El ciclo de la vida montañesa.
La gente del llano y la de la altura se espían, pero la de la altura tiene a su favor la violencia, la rudeza la vitalidad y un salvajismo inmisericordia. En el siglo XVI los montañeses se encargaban de rematar los pillajes de los piratas a lo largo de las costas. Fueron los montañeses de Italia que libraron la guerra del 90 al 88 en la roma de Mario y Sila, no podían vivir sin los pastos de las regiones bajas, de los cuales pretendían privarlos el capitalismo de los grandes propietarios.
En el reinado de Felipe II que la montaña catalana fue durante todo el reinado un semillero de dificultades con sus jefes, su industria de guerra, sus continuas amenazas a menudo efectivas contra viajeros.
Los montañeses están a merced del mundo exterior, es decir de las llanuras y de las grandes ciudades de abajo, que se yerguen en su contra.
IV LAS PLANICIES EN LA VIDA MEDITERRANEA
Es cierto que en el Mediterráneo planicies pequeñas y grandes encajadas en los pliegues alpinos- pirenaicos desde las cadenas montañosas. Estas llanuras presentan un aspecto totalmente distinto al de las montañas que las circundas no tiene la misma luz, ni los mismos colores, ni los mismos caracteres humanos. El hombre se posesiono de las eminencias y los rebordes montañosos. Las vastas planicies mediterráneas han sido objeto de fácil conquista, durante mucho tiempo no fueron aprovechadas por el hombre más que a modo imperfecto y transitorio.
El problema del agua: la malaria.
Las zonas montañosas son zonas donde los arroyos se desempeñan; en cambio las planicies son casi siempre colectoras de aguas. Durante el invierno estación normal de lluvias su suerte es permanecer inundadas, para evitar este desastre hay que tomar precauciones construir presas embalses y canales de desagüe. En casi todas las planicies se produce un estancamiento de aguas mas o menos abundante. Inmóvil forma inmensos pantanos erizados de juncos y cañaverales y en el verano conservan cuando menos la peligrosa húmeda de los bajos fondos o de los tremedales bordeados por los característicos laureles rosados. De aquí temibles fiebres palúdicas flagelo de las planicies durante la estación cálida. Antes del empleo de la quinina la malaria era un mal mortal provocaba una disminuida de la vitalidad y del rendimiento del hombre. La conquista de la planicie ha significado. Desde siempre ante todo triunfar sobre el agua malsana y acabar con la malaria y después utilizar de nuevo el agua viva corriente para el riego. El factor activo de esta historia es el hombre. Si drena el agua la conquista la planicie para los cultivos extrayendo de ella la mayoría de los alimentos. Colonizar la planicie equivale con frecuencia a morir.
La bonificación de las planicies.
El hombre del Mediterráneo siempre ha estado en lucha contra las tierras bajas; vaciarlas de agua malsanas, dotarlas de un riego fertilizador surcarlas de camino sin los cuales el transporte y la agricultura serian imposibles. En el siglo XV, y durante todo el siglo XVI se llevaron a cabo innumerables bonificaciones de tierras aun con los escasos medios que se disponían, fosas, acequias, canales, bombas rudimentarias. En todas partes surgen bonificaciones de tierras debidas a la iniciativa individual capitalista.
En el mismo Madrid Felipe II no pudo ensancharse más que comprando viñedos, jardines y huertos. La búsqueda de nuevos terrenos para cultivo, se había convertido en una necesidad general. Cada generación aporta su grano de arena. Uno de los meritos del gobierno de Pedro de Toledo en Nápoles. Las pequeñas planicies fueron las primeras que se rescataron. Las etapas son las mismas en la planicie de Zaragoza esta gran zona de tierras de riego, que es también del hombre. La planicie lombarda es la gran planicie aluvial enclavada entre el altiplano irrigado y las colinas que anuncian las cercanías de los Apeninos. La planicie pertenece al señor, es el feudo de los ricos. Pese a los recursos de la región el campesino de las tierras llanas sobrelleva una mísera existencia. La vida de los jornaleros que trabajan en los huertos se torna mas y mas miserables. El régimen señoral es la gran explotación agrícola.
Todas las bonificaciones de tierras se encuentran (siglo XVI) se encuentran en la orbita de las grandes ciudades Venecia, Milán, Florencia, del mismo modo Argel hizo surgir hacia 1580 hizo surgir una vida agrícola en Mitidja. El campo se puso a producir para la ciudad que se expandía y para las lujosas mansiones de los corsarios turcos y de los renegados.
No es por su propia felicidad por lo que las ciudades estimulan los trabajos de las planicies, sino para satisfacer sus necesidades y las de sus exportaciones. Toda la planicie ganada para los grandes cultivos acaba convirtiéndose por tanto en una potencia humana. La condición de su grandeza es causa de su dependencia y de sus miserias así ocurría en siglo XVI, nadie estaba seguro de donde podría comprar el pan de cada día.
Capítulo II
En el corazón del Mediterráneo
Espacios líquidos y franjas continentales
I. Las llanuras Liquidas
La navegación costera
Las tierras ocupadas por el hombre en el siglo XVI no pasan de unas cuantas franjas estrechas, minúsculos puntos de apoyo. En enormes extensiones, el mar estaba tan vacío como el Sahara. Así navegaban los príncipes y los grandes, saltando de una ciudad del litoral a la siguiente, lo que servía de pretexto para fiestas, visitas, recepciones y descansos, mientras tomaban su carga el navío o se aguardaban a que mejorase el tiempo. Así navegaban también las flotas de guerra, que no entraban en batalla sino a la visita de la costa.
Sólo en circunstancia excepcionales perdía de vista la costa el navío: cuando las corrientes o lo vientos lo empujaban mar adentro, o cuando seguía uno de los tres o cuatro derroteros en línea recta, conocidos y practicados desde hace largo tiempo.
En 1550, Belon du Mans navegó así de Rodas a Alejandría, por la mar abierta, “línea recta”.
Los barcos en el mediterráneo, se pegan tanto a la costa, que casi podríamos decir que la navegación marítima, por estas rutas, tiene mucho de navegación fluvial.
Las autoridades ribereñas se presentan, exigiendo el pago de los derechos de portazgo.
Si las practicas de navegación de altura no llegaron a penetrar al Mediterráneo, no fue, evidentemente, como consecuencia de un irremediable atraso técnico. Los marinos que navegan por el Mediterráneo saben manejar el astrolabio tan bien como cualquiera otros y emplean desde hace tiempo la aguja imantada.
En 1610, dos naves toscanas desembarcaron en Liorna cargamentos embarcados directamente en las indias. Y los navíos ragusinos doblaron el Cabo de Buena Esperanza, poco después de haber coronado esta hazaña Vasco de Gama.
Si el Mediterráneo no ha renunciado a sus antiguos métodos de navegación, prescindiendo de las travesías directas de que hemos hablado, es porque este sistema de navegación le conviene y responde a los compartimientos que forman sus cuencas. ¿Cómo navegar en el Mediterráneo sin tropezar con tierras aún muy alejadas las unas de las otras? Y está navegación, no cabe duda, tiene sus ventajas: la costa, que jamás se pierde de vista, es el mejor de los hilos conductores, la mejor de las brújulas. Orienta a la navegación.
En 1538, a diferencia de las galeras de España, las de Francia no la emplean aún. Repetimos que nada les impedía usarla. Pero en el Mediterráneo del si XVI, ¿se necesitaba acaso este instrumento? Seguir la línea de la costa, entonces, no era solamente una garantía contra los elementos. El puerto próximo era un refugio contra la furia del mar.
Esta navegación de cabotaje permite, además, sacar el mejor producto del flete. Multiplica la ocasión de comerciar, de aprovechar de las diferencias de precios. No olvidemos que cada marino, desde el pinche al capitán, lleva a bordo su lote de mercaderías. La travesía, que podía durar semanas o algunos meses, era, de puerto en puerto, una serie ininterrumpida de compras, ventas y trueques, entrelazados en un complicado circuito.
Las ventajas de fácil reavituallamiento de víveres, agua y hasta madera; reavituallamiento casi cotidiano y tanto más necesario cuanto que los barcos eran de poco tonelaje y que los víveres, incluso el agua potable, se corrompen rápidamente abordo.
Sabemos que a lo largo de las rutas terrestres, las que trazó Roma en los países de
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