Bueno Para Comer- Marvin Harris
Enviado por 00keniia00 • 10 de Junio de 2013 • 9.630 Palabras (39 Páginas) • 1.866 Visitas
7. Lactófilos y lactófobos
Mi inocencia sobre la leche duró hasta que tropecé con los escritos de Robert
Lowie, célebre antropólogo que se complacía en recopilar ejemplos de la
«caprichosa irracionalidad» de los hábitos dietéticos del ser humano. Lowie
estimaba como un «hecho sorprendente que los asiáticos orientales, como los
chinos, japoneses, coreanos e indochinos mostrasen una inveterada aversión hacia
la utilización de la leche». Yo compartía su sensación de maravilla. Como
admirador y frecuente consumidor de comida china tenía que haberme dado
cuenta de que los menús de ésta no contenían platos preparados mediante
derivados lácteos: ni cremas a base de nata para acompañar carnes o pescados, ni
queso fundido o en soufflé, ni tampoco mantequilla para añadir a verduras, pastas,
arroces o budines. Pero todos los menús que yo había visto ofrecían helados entre
los postres. Nunca se me ocurrió pensar que esta solitaria especialidad láctea fuera
una concesión al paladar norteamericano y que poblaciones enteras de congéneres
humanos pudieran despreciar el «alimento perfecto» de mi infancia y mi juventud.
Lowie había expuesto el asunto de forma un tanto moderada. Los chinos y
otros pueblos del este y sudeste asiáticos no sólo muestran una aversión hacia la
utilización de la leche, sino que la aborrecen intensamente, reaccionando ante la
posibilidad de tragar un buen vaso de leche fría poco más o menos como
reaccionaría un occidental ante la perspectiva de un buen vaso de fría saliva de
vaca. Me eduqué, como la mayoría de los miembros de mi generación, en la
creencia de que la leche es un elixir, un hermoso y blanco maná líquido que tiene la
facultad de hacer crecer el vello en el pecho de los hombres y aterciopelar y
sonrosar el cutis de las mujeres. ¡Qué conmoción descubrir que otros la consideran
como una secreción glandular de aspecto feo y olor rancio que ningún adulto que
se respete querría beber!
Durante mi juventud, la industria lechera, el Departamento de Agricultura y
la Asociación Médica Americana apoyaban con fervor el estereotipo popular que
presentaba la leche como el «alimento perfecto». Bébase un litro diario; téngase en
cada aula escolar; bébase antes de las comidas, con las comidas, entre comidas y
por la noche como tentempié. Cómprese en envases de cuatro litros provisto de
grifo. Beba un poco cada vez que abra la nevera. Bébala para asentar el estómago,
tratar las úlceras, curar la diarrea (hervida), calmar los nervios y aliviar el insomnio
(caliente). La leche no podía hacer daño.
Cuando los Estados Unidos fueron llamados a ayudar a la alimentación de
los países subdesarrollados, durante el período posterior a la Segunda Guerra
Mundial, los funcionarios de la U.S. Agency for International Development
naturalmente la escogieron como arma en la guerra contra el hambre. Entre 1955 y
1975, diversos organismos oficiales enviaron millones de toneladas
(fundamentalmente en polvo) a los países necesitados del mundo. La leche,
ciertamente, era excedentaria y a los propios norteamericanos no les gustaba en
polvo; pero independientemente de estos hechos, los agricultores, los políticos y
los técnicos de ta ayuda internacional podían sentir la íntima satisfacción de enviar
su maná a los seres desnutridos del mundo entero. Poco después de que llegaran a
su destino en África, Latinoamérica, Oceanía y otros lugares necesitados los
primeros cargamentos, sin embargo, se empezaron a oír rumores referentes a
personas que enfermaban por beber leche, leche norteamericana.
Ocurrió en Brasil, en 1962, nada más llegar 40 millones de kilos de leche en
polvo, enviados por la Administración Kennedy en el marco del programa
Alimentos para
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