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El Malestar De La Cultura

Dina0812 de Agosto de 2013

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El Malestar de la Cultura

INTRODUCCIÓN.

El tema principal del libro es el irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura.

Freud sostiene la idea de que pudiera existir una “represión orgánica” que allanara el camino de la cultura.

Se tiene la impresión de que las restricciones propias de la cultura son impuestas desde afuera, pero en realidad Freud no puedo evaluar claramente el papel cumplido en estas restricciones por las influencias exteriores e interiores, así como sus efectos recíprocos, hasta que sus investigaciones lo llevaron a establecer la hipótesis del Superyó y su origen en las primeras relaciones objetales del individuo.

Freud sitúa el “sentimiento de culpa” como el problema más importante del desarrollo cultural, y sobre este edifica la segunda de las principales cuestiones colaterales tratadas: la pulsión de destrucción.

Hasta que Freud no estableció una hipótesis de una “pulsión de muerte” no salió a luz una pulsión agresiva realmente independiente, si bien cabe destacar que la pulsión agresiva era aún algo secundario, que derivaba de la primaria pulsión de muerte, autodestructiva.

El vuelco de la pulsión agresiva hacia adentro es la contrapartida del vuelco de la libido hacia fuera, cuando esta pasa del yo a los objetos. Se podría imaginar que, en los comienzos de la vida, toda la libido estaba dirigida hacia adentro y toda la agresividad hacia fuera, y que esto fue cambiando gradualmente en el curso de la vida. Pero quizás no sea cierto.

CAPÍTULO I.

Normalmente no tenemos más certeza que el sentimiento de nuestro sí-mismo, de nuestro yo propio, que nos aparece autónomo, unitario, bien deslindado de todo lo otro. Ahora bien, esto es un engaño, el yo mas bien se continúa hacia adentro, sin frontera tajante, en un ser anímico inconciente que designamos “ello” y al que sirve como “fachada”. Y hacia fuera, el yo parece afirmar unas fronteras claras y netas, aunque el sentimiento yoico también está expuesto a perturbaciones, y los límites del yo no son fijos.

Este sentimiento yoico no puede haber sido así desde el comienzo. Por fuerza habrá recorrido un desarrollo que, aunque no puede demostrarse, sí puede construirse con bastante probabilidad. El lactante no separa su yo de un mundo exterior de golpe sino que aprende a hacerlo poco a poco, sobre la base de incitaciones diversas. Se contrapone por primera vez al yo un “objeto” como algo que se encuentra “afuera” y sólo mediante una acción particular es esforzado a aparecer (muchas fuentes de excitación pueden enviarle sensaciones en todo momento mientras que otras le son sustraídas temporariamente y solo las recupera reclamándolas). Se reconoce un mundo exterior, que le proporcionan las frecuentes sensaciones de dolor y displacer, que el principio de placer ordena evitar. Nace la tendencia a segregar del yo todo lo que pueda devenir fuente de un tal displacer, a arrojarlo hacia fuera, formando un puro yo-placer, al que se contrapone un ahí-afuera ajeno, amenazador. Se aprende, entonces, a distinguir lo interno (perteneciente al yo) de lo externo (proveniente del mundo exterior), y con esto se da el primer paso para instaurar el principio de realidad, que sirve al propósito de defenderse de las sensaciones displacenteras registradas y de las que amenazan.

CAPÍTULO II.

El Hombre común entiende por religión el sistema de doctrinas y promesas que por un lado le esclarece con envidiable exhaustividad los enigmas de este mundo, y por otro le asegura que una cuidadosa Providencia vela por su vida y resarcirá todas las frustraciones padecidas en el más acá. El hombre común solo puede representarse esta Providencia en la persona de un Padre de grandiosa envergadura.

Se opone la religión a las dos realizaciones supremas del ser humano, a la vez que asevera que son compatibles o sustituibles entre sí en cuanto a su valor vital.

La vida como nos es impuesta resulta gravosa y para soportarla no podemos prescindir de calmantes. Hay 3 clases:

Poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria

Satisfacciones sustitutivas, que reduzcan nuestra miseria: Por ejemplo las que ofrece el arte, que son ilusiones respecto de la realidad, pero no por ello menos efectivas psíquicamente.

Sustancias embriagadoras, que nos vuelvan insensibles ante la miseria: Influyen sobre el cuerpo, alterando su quimismo.

Si la vida no tuviera un fin perdería su valor, pero sólo la religión sabe responder a la pregunta sobre el fin de la vida. ¿Qué es lo que los seres humanos quieren alcanzar en su vida?: Quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla. Esta aspiración tiene dos costados, uno positivo y uno negativo: Por un lado quieren la ausencia de dolor y de displacer, y por el otro, quieren vivenciar intensos sentimientos de placer. En armonía con esa bipartición de metas, la actividad de los seres humanos se despliega siguiendo dos direcciones, según busquen realizar, de manera predominante o exclusiva, una u otra.

El programa de principio de placer entra en conflicto con el mundo entero, porque es absolutamente irrealizable: solo es posible como un fenómeno episódico. Estamos organizados de tal modo que sólo podemos gozar con intensidad el contraste, y muy poco el estado. Nuestra constitución limita nuestras posibilidades de dicha. Es menos difícil que lleguemos a experimentar desdicha, porque el sufrimiento amenaza desde tres lados distintos:

• Desde el propio cuerpo que no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma

• Desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas despiadadas, destructoras

• Desde los vínculos con otros seres humanos: El padecer de esta fuente lo sentimos más doloroso que cualquiera de los otros.

Así, bajo la presión de estas posibilidades de sufrimiento los seres humanos suelen atemperar sus exigencias de dicha, se consideran dichosos si escaparon a la desdicha.

Métodos cuyo propósito es evitar el displacer, y que se diferencian según la fuente de aquel a la cual dediquen mayor atención.

1. Mantenerse alejado de los otros es la protección más inmediata que uno puede procurarse con las penas que depare la sociedad de los hombres. Del temido mundo exterior solo es posible protegerse extrañándose de él de algún modo.

2. Un camino mejor es, como miembro de la comunidad, pasar a la ofensiva contra la naturaleza, y someterla a voluntad del hombre. Así se trabaja con todos para la desdicha de todos.

3. Uno de los métodos más interesantes de precaver el sufrimiento son los que procuran influir sobre el propio organismo: Todo sufrimiento es sólo sensación, no subsiste sino mientras lo sentimos, y sólo lo sentimos a consecuencia de ciertos dispositivos de nuestro organismo.

Freud desarrolla entonces técnicas contra el sufrimiento:

 El método más tosco y a la vez más eficaz es el químico: la intoxicación. Hay sustancias externas al cuerpo que provocan sensaciones placenteras, alterando a la vez las condiciones de nuestra vida sensitiva, que nos vuelve incapaces de recibir mociones de displacer.

Lo que se consigue es apreciado como un bien tan grande que individuos y aun pueblos enteros les han asignado una posición fija en su economía libidinal. Con ayuda de los “quitapenas” es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores condiciones de sensación (propiedad que determina su carácter peligroso y dañino).

 Es causa de grave sufrimiento cuando el mundo exterior nos rehúsa la saciedad de nuestras necesidades, y se supone que, interviniendo sobre las mosiones pulsionales uno puede liberarse de una parte del sufrimiento: Si uno se propone el gobierno sobre la propia vida pulsional, las que gobiernan son las instancias psíquicas mas elevadas, sometidas al principio de realidad: de esta manera, se ha resignado el propósito de la satisfacción, y se alcanza cierta protección del sufrimiento por el hecho de que la insatisfacción de las pulsiones sometidas no se sentirá tan dolorosa como la de las no inhibidas (reducción en las posibilidades de goce).

 Sublimación de las pulsiones: este método no es de aplicación universal, es asequible para pocos seres humanos ya que presupone dotes y disposiciones particulares, no muy frecuentes en el grado requerido, que además ni siquiera les garantiza a ellos una protección perfecta contra el sufrimiento (suele fallar cuando la fuente del padecer es el cuerpo propio). Se trata de “corporizar” los productos de la fantasía: son ilusiones, deseos de difícil realización. Lamentablemente esa débil narcosis que el arte causa no puede producir más que una sustracción pasajera del padecimiento, no es lo suficientemente intensa como para hacer olvidar la miseria real.

 En lugar de volverle la espalda al mundo, pretende recrearlo, edificar en su reemplazo otro donde sus rasgos más insoportables se hayan eliminado y sustituido en el sentido de los deseos propios: No llevará a nada esta sublevación desesperada, porque la realidad efectiva es demasiado fuerte. La persona que siga este camino se convertirá en un delirante que no conseguirá quien lo ayude a ejecutar su delirio. Freud plantea destaca, en relación a este punto, la particular significatividad que reclama el caso en que un número mayor de seres humanos emprenden en común el intento de crearse un seguro de dicha y de protección

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