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El Malestar De La Cultura


Enviado por   •  19 de Noviembre de 2013  •  2.611 Palabras (11 Páginas)  •  220 Visitas

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CAPÍTULO II

Freud en este capitulo hace una critica hacia lo que en la actualidad se conoce como religión: a un sistema explicativo que tiene que ver con cuestiones más profundas del ser humano que asegura una Providencia que le apoyará más allá de las restricciones que tenga en la Tierra, todo esto representado por la figura omnipotente de un padre. Según el autor es infantil e irreal la idea de enaltecer a los seres humanos hasta tal concepción de la vida, asi como la advertencia de las mentes pasadas en cuanto suplir a dicho Dios. Al tiempo se nos muestra una poesía de Helas que enfrenta religión, ciencia y arte como elementos representables e intercambiables los unos por los otros.

La vida no es expone a sufrimientos que nos llevan a buscar distintas salidas para evitarlos o aliviarlos: distracciones y sustitutivos que reduzcan nuestra miseria y narcóticos que nos hagan indiferentes a ella. Una de esas tres opciones nos es esencial.

La búsqueda de la felicidad nos lleva a plantearnos el objeto de la vida humana y sin embargo, puede que la razón de ser de esta pregunta emane de la misma vanidad antropocéntrica que nos domina. No somos capaces de entender las cosas sin relacionar sus influencias sobre nosotros. De esto el autor extrae la finalidad religiosa de dicha cuestión.

Los que buscan la felicidad quieren encontrarla y permanecer en ella, pero esto tiene dos caras: la positiva, sensaciones placenteras, y la negativa, evitar dolor y displacer. La felicidad como objetivo final fija el principio del placer y es no realizable porque todo se opone a él. Llama felicidad a la satisfacción que nos provoca ver cubiertas necesidades acumuladas, es decir, como algo parcial. Freud expresa que algo muy anhelado con el paso del tiempo solo produce un suave bienestar, ha perdido intensidad. Nos regocijamos en el contraste, no en lo constante. Así, el autor advierte la llegada del sufrimiento por tres frentes: del cuerpo, condenado a perecer, del mundo exterior, capaz de atacarnos con crueldad y, sobre todo, de las relaciones con otras personas.

Ante tal panorama, el hombre baja sus pretensiones para alcanzar la felicidad y el principio del placer cambia. Ya no es de extrañar que evitar el sufrimiento sea prioritario a alcanzar la felicidad. Por ello, los procedimientos para lograr la felicidad pueden pasar por buscar el placer (olvidando la prudencia y con sus consecuencias) o por evitar el sufrimiento. Dentro de estos últimos ya depende de qué es lo que estiman como mayor fuente de displacer. Pasando por el aislamiento, el ataque a la Naturaleza, etc. Freud alude al sufrimiento como una sensación que existe en función de nuestro organismo. Indicando como responsable de la reducción de dichas pretensiones a la cultura, que nos “obliga” a reprimir nuestros instintos y que nos roba nuestro objetivo primordial.

La intoxicación es mencionada como el método más efectivo, para hacernos inmunes temporalmente a ciertos estímulos desagradables y al tiempo regalarnos sensaciones placenteras (estupefacientes).

La satisfacción de nuestros instintos, dado que conlleva felicidad, llega a ser causa de mucho sufrimiento cuando se nos priva de ella, se nos impide satisfacer necesidades. Sin embargo, la insatisfacción de instintos que somos capaces de domar acarrea menos dolor que la de los no inhibidos. Alternativamente, la satisfacción de arrebatos provoca mucho más placer que los instintos dominados.

Otro método para evitar sufrimiento consistiría en redireccionar los objetivos de nuestros instintos para esquivar la frustración del mundo exterior. Es decir, buscar sustitutivos a nuestros instintos por ejemplo en el arte, el cine, etc.

Pero no podemos olvidar que no todo el mundo tiene las capacidades suficientes como para ello y que, aún teniéndolas, no constituye una armadura infranqueable, en cuanto la mayoría de los seres sólo trabajan por necesidad y de aquí se derivan muchos problemas sociales.

Otro mecanismo sería el de buscar ilusiones reconocidas como tales, pero que cuya interacción con el mundo real no impida su disfrute. Se trata de buscar distracciones fuertes en el terreno de la imaginación. Sin embargo, esta ligera narcosis no es más que un hogar fugaz y sin suficiente poder.

Otro procedimiento ve en la realidad al más poderoso enemigo y por ello hay que romper toda relación con ella. Dentro de este procedimiento caben posibilidades individuales, colectivas (religiones, por ejemplo), rebeldías, etc.

A pesar de que Freud no considera completa esa “enumeración” de métodos en busca de la felicidad aún queda uno más: el arte de vivir. El fin sigue siendo un destino independiente, y para ello traslada el proceso a su interior pero sin alejarse del mundo exterior y hallando la felicidad en las vinculaciones afectivas con los objetos. De esta forma se concentra en el cumplimiento positivo de la felicidad, apartando conceptos negativos. Es esa orientación vital que gira en torno al amor, que da el placer más intenso pero que nos pondrá más que nunca a merced del sufrimiento en ciertas ocasiones. Sin embargo esta técnica tiene más aspectos: la belleza, que aún sin ser útil ni cultural en sentido estricto alivia muchos displaceres y nos protege.

Alcanzar la felicidad es algo imposible, pero no por ello podemos dejar de lado nuestro esfuerzo por hacerla real. El individuo ha de saber adaptarse a su economía en cada situación junto con el resto de los factores, y también depende de su fuerza para modificar el mundo exterior según sus anhelos.

Ya queda de manifiesto la importancia psíquica en el individuo para imponer su visión en el mundo, y aquellos que no sean capaces de vivir entre las limitaciones que nos impone el mundo y el inconsciente serán los neuróticos.

La religión viene a modificar este “juego” y a imponer su camino hacia la felicidad, obligando al hombre a un infantilismo y delirio colectivo que no alcanza más que evitar algún que otro neurótico.

Hay muchos caminos para la felicidad, pero ninguno la asegura con suficiente certeza.

CAPÍTULO III

Freud hace un breve recordatorio a las tres fuentes del sufrimiento humano según el dominio de la Naturaleza, nuestro cuerpo perecedero y nuestra incapacidad de regular nuestras relaciones (familia, Estado y sociedad). A pesar de que las dos primeras son irrefutables a nuestra opinión se nos escapa a la comprensión el porqué del fracaso de nuestras instituciones y organizaciones en lo que se refiere a bienestar. Tal vez aquí también se encuentre algo de nuestra constitución psíquica.

Nos muestra la idea de que con unas condiciones más parecidas a las de antaño

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