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Era del capital-capítulo II

hugog22Resumen8 de Abril de 2019

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  De avance económico sin precedentes empezó con auge que fue de lo mas espectacular. La ultima y quizá la mayor crisis económica de la especie antigua, perteneciente a un mundo que dependía de las incidencias de las cosechas y las estaciones, había precipitado las revoluciones. Sin embargo,

CAPÍTULO 2: EL GRAN

Consideran que el hombre rico y poderoso es “bueno”. Se enriquece él mientras enriquece a los demás con maquinaria. No se toma en cuenta que esa riqueza personal se logra a costo del mal pago y explotación de los trabajadores.

Las demandas políticas del liberalismo, el radicalismo democrático y el nacionalismo iban a satisfacerse gradualmente a lo largo de los próximos setenta años en la mayoría de los países desarrollados sin grandes trastornos internos.

Esta época, a mediados de 1840 y pico la oscura e incierta era del desarrollo capitalista parecía estar llegando a su fin, y con ello empezaba el gran salto hacia adelante. Los años 1847-1848 sufrieron un grave retroceso en el ciclo comercial.

Sin embargo, aunque la producción industrial se recuperaba con rapidez, e incluso se sacudía la virtual parálisis de los meses revolucionarios, el ambiente general seguía siendo incierto.

Lo que continuo fue tan extraordinario que los hombres se perdían en la búsqueda de un precedente. Nunca, por ejemplo, las exportaciones británicas habían aumentado con mas celeridad que en los primeros siete años de la década de 1850. Los artículos de algodón británicos incrementaron su índice de crecimiento por encima de las décadas anteriores, aproximadamente se doblaron.

Por todas partes podemos encontrar evidencias similares de auge económico. La exportación de hierro desde Bélgica se dobló entre 1851 y1857.

No eran únicamente los hombres de negocios los que se aprovechaban. Como ya se ha mencionado, los puestos de trabajo aumentaban a pasos agigantados, tanto en Europa como en ultramar, adonde emigraban los hombres y mujeres en cantidades enormes.

Los numerosos puestos de trabajo y la disposición a conceder elevaciones temporales de salario donde sea necesario, mellaron el filo del descontento popular. Para los capitalistas, la abundante mano de obra que ahora había en el mercado resultaba relativamente barata.

La consecuencia política de este esplendor económico fue trascendental, porque a los gobiernos sacudidos por la revolución les proporciono un inestimable respiro, y a la inversa, hizo naufragar las esperanzas de los revolucionarios.

Aun era mas importante el respiro para las monarquías restauradas del continente. Para las viejas monarquías y principados el respiro supuso la disposición de tiempo para la recuperación política y la legitimación de la estabilidad y la prosperidad, que en aquellos momentos era políticamente mas significativa que la legitimidad de sus dinastías.

Hasta el imperio de los Habsburgo, que solo por la intervención del ejercito ruso habia quedado restablecido en 1849, por primera y única vez en su historia era ahora capaz de administrar todos sus territorios.

Este período de calma llegó a su término con la depresión de 1857. Hablando en términos económicos, este suceso fue una mera interrupción de la edad de oro del crecimiento capitalista que se reanudó, a mayor escala inclusive, en la década de 1860 y que alcanzó su cima en el auge de 1871-1873. Políticamente transformó la situación. Se está de acuerdo asimismo en que defraudó las esperanzas de los revolucionarios.

Habían esperado que produciría otro 1848 Sin embargo, la política resurgió. Al poco tiempo las antiguas cuestiones de la política liberal se hallaban de nuevo en el temario la década de 1860, este período fue en el aspecto económico relativamente estable. El siguiente retroceso del ciclo comercial no fue ni tan concentrado, ni tan mundial, ni tan dramático como el de 1857-1858. Resumiendo, la política resurgió en un período de expansión, pero dejó de ser la política de la revolución.

Los gigantescos y nuevos rituales de autocomplacencia, las grandes ferias internacionales, fueran los que iniciaron y subrayaron la era de su victoria mundial; cada uno de los certámenes se celebró en un magnífico monumento dedicado a la riqueza o al progreso técnico: el Crystal Palace, de Londres (1851), la Rotonda (« más grande que la de San Pedro de Roma» ), en Viena; cada uno de ellos mostraba un número creciente y variado de artículos manufacturados; todos atraían turistas locales y extranjeros en cantidades astronómicas.

la primera mitad del siglo XIX es el contraste que existía entre el enorme y rápido aumento del potencial productivo de la industrialización capitalista y su incapacidad para ampliar su base, para romper los grillos que la encadenaban. la industrialización capitalista creció espectacularmente, pero se mostró incapaz de ampliar el mercado para sus productos. En cuanto a los puestos de trabajo, alecciona recordar que inclusive a
finales de la década de 1840 ninguna industrialización concebible era capaz de proporcionar empleo a la vasta y creciente «población sobrante» de la clase pobre. Por esa razón las décadas de 1830 y 1840 habían sido un período de crisis.

La temprana economía industrial descubrió lo que Marx denominó su logro supremo: el ferrocarril. En segundo término, y en parte debido al ferrocarril, al buque de vapor y al telégrafo «que representaban finalmente los medios de comunicación adecuados a los modernos medios de producción», la extensión geográfica de la economía capitalista se pudo multiplicar a medida que aumentaba la intensidad de sus transacciones comerciales. Todo el mundo se convirtió en parte de esta economía. Se añadió un mundo económico completamente nuevo al viejo y quedó integrado en él.
 Esta circunstancia fue particularmente crucial para el desarrollo económico  porque sirvió de base a aquel gigantesco auge exportador —en capitales y hombres— que desempeñó tan importante papel en la expansión de Gran Bretaña.

El capitalismo tenía ahora a su disposición a todo el mundo, y la expansión del comercio internacional y de la inversión internacional mide el entusiasmo con el que se aprestó a conquistarlo. El comercio mundial entre 1800 y 1840 no se había doblado por completo. Entre 1850 y 1870 aumentó el 260 por 100. Se vendía todo lo vendible.

Hacia 1875 Gran Bretaña había invertido 1000 millones de libras en el extranjero —tres cuartos desde 1850—, mientras que las inversiones francesas fuera de sus fronteras se multiplicaron más de diez veces entre las décadas de 1850 y 1880.
  Algunos observadores contemporáneos, con los ojos puestos en aspectos menos fundamentales de la economía, casi seguramente que hubieran subrayado un tercer factor: los grandes descubrimientos de oro en California, Australia y otros lugares después de 1848. Al cabo de los siete años la provisión de oro mundial habla aumentado entre seis y siete veces, y la cantidad de monedas de oro que acuñaron Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos pasó de una inedia anual de 4,9 millones de libras en 1848-1849 a 28,1 millones de libras en cada uno de los años comprendidos entre 1850 y 1856.

La nueva provisión de oro fue en tres aspectos razonablemente incontrovertible. La disponibilidad de lingotes de oro en grandes cantidades contribuyó a crear un sistema monetario estable y de confianza basado en la libra esterlina (ligada a una paridad del oro fija), sin el cual, y como demuestra la experiencia de las décadas de 1930 y 1970, el comercio internacional es más difícil, complejo e imprevisible. En tercer lugar, los mismos aluviones de buscadores de oro abrieron nuevas regiones, sobre todo en las costas del Pacífico, e intensificaron la actividad económica. De este modo « crearon mercados de la nada» , según le dijo tristemente Engels a Marx. Y hacia mediados de la década de 1870 ni California, ni Australia ni otras zonas situadas en la nueva « frontera
del mineral» eran ya insignificantes. Entre todas sumaban muy bien más de los tres millones de habitantes, con mucho más dinero en metálico disponible que otras poblaciones de envergadura comparable.
Los contemporáneos habrían, sin duda, subrayado también la contribución de otro factor más: la liberación de la empresa privada, el motor que, según acuerdo común, potenciaba el progreso de la industria. el liberalismo económico. Las restantes barreras institucionales que se oponían al movimiento libre de los factores de producción, a la empresa libre y a todo lo que posiblemente podía impedir su operación rentable, cayeron ante una embestida furiosa realizada a nivel mundial. Fue más drástico en los restaurados principados y monarquías absolutos de Europa que en Inglaterra, Francia y los Países Bajos, ya que en aquéllos quedaba todavía mucho por eliminar. El control de los gremios y las corporaciones sobre la producción artesana, que seguía siendo fuerte en Alemania, dio lugar al
Gewerbefreiheit —libertad para iniciar y practicar cualquier actividad comercial— en Austria en 1859, y en la mayor parte de Alemania en la primera mitad de la década de 1860. Provocando el desagrado de numerosos artesanos que a partir de entonces desarrollarían una creciente hostilidad hacia el liberalismo.

De manera similar se realizaba ahora con mucha mas facilidad y disfrutaban de independencia con respecto al control burocrático🡪 boyante expansión de los negocios.

No obstante, en cierto sentido la tendencia más sorprendente fue el movimiento hacia la completa libertad comercial. De todos es sabido que sólo Gran Bretaña (después de 1846) abandonó de forma total el proteccionismo. Sólo Estados Unidos, cuya industria confiaba grandemente en un mercado interior protegido y muy poco en las exportaciones, continuó siendo un baluarte del proteccionismo, y aun así se produjo allí también una ligera mejoría a principios de la década de 1870.

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