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Pensar la vida para la bioética


Enviado por   •  16 de Junio de 2014  •  Tutoriales  •  15.235 Palabras (61 Páginas)  •  297 Visitas

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Pensar la vida para la bioética

Alfredo Marcos

Departamento de Filosofía

Universidad de Valladolid

amarcos@fyl.uva.es

1.- Introducción

La bioética trata sobre los problemas morales que plantea la acción humana cuando ésta se ejerce sobre los vivientes en su calidad de tales. No parece que todas las cuestiones morales sean bioéticas, pero sí es cierto que una parte muy importante de los problemas morales son de carácter bioético o tienen relación con la bioética. El campo de la bioética es, pues, amplísimo. Por introducir un orden tentativo, podemos dividir las cuestiones bioéticas en las que se refieren a la vida en general, es decir las que afectan al trato del hombre con la naturaleza, y las que se refieren específicamente a la intervención del hombre sobre la vida humana. El sujeto que actúa en ambos casos es el mismo, un ser humano (o varios), pues de entre todos los seres el hombre es el único que se plantea problemas morales, el único que por necesidad se enfrenta con tales cuestiones, ya que sólo en él se da la capacidad de actuar libremente y de conocer hasta cierto punto los fines, los medios, las condiciones, circunstancias y consecuencias de la acción. Por el contrario, el objeto sobre el que se produce la acción es distinto en cada caso, pero en ambos se trata de seres vivos. Siendo así, no podemos hacer buena bioética sin una idea adecuada de lo que son los vivientes. Sólo con una idea tal puede hacerse uno cargo del valor de los seres, de su dignidad y del trato que merecen. Es decir, la bioética debe construirse sobre un conocimiento adecuado de los vivientes en sus múltiples facetas y niveles.

En las secciones que siguen pretendo ofrecer una idea concisa pero plural de lo que son los vivientes, así como una crítica de las concepciones reductivas que fueron la moda intelectual hasta hace apenas dos décadas y que aún hoy cuentan con cierta fuerza.

2.- La doble reducción: cientificista y seleccionista

En el conocimiento de los vivientes se ha operado desde hace tiempo una doble reducción que limita nuestra comprensión de los mismos. La primera reducción podemos denominarla cientificista. Según este punto de vista, el conocimiento de los seres, incluido el hombre en todas sus dimensiones, debe confiarse única y exclusivamente a las ciencias. En su versión más fuerte el cientificismo diría que sólo a las ciencias naturales. Según la reducción cientificista, lo que podemos aprender sobre los vivientes nos lo enseña la biología y sólo la biología (entre cuyas ramas se contarían la sociobiología, la epistemología evolucionista y la ética evolucionista).

Importa decir que el cientificismo es una ideología, no una ciencia. Tampoco es la única ideología compatible con la ciencia, sino que más bien constituye una amenaza para la misma, como han mostrado diversos autores [Agazzi, 1996; Artigas, 1992].

La segunda reducción, que podríamos llamar seleccionista, se ha operado dentro ya del ámbito de la biología, pues la misma se reduce a menudo a la teoría de la evolución y, en especial, a la teoría de la evolución por selección natural. Es más, con frecuencia ni siquiera se habla de la teoría de la evolución por selección natural, sino de una versión de la misma, la que se ha constituido en la ortodoxia neodarwinista [Castrodeza, 1988], la versión sintética, que acaba por reducir la lucha darwinista por la existencia al cálculo estadístico de la genética de poblaciones. Procediendo así, tendemos a olvidar, en primer lugar, la diferencia entre el hecho de la evolución y las teorías de la evolución. Es evidente que el proceso evolutivo es una secuencia de acontecimientos única, y todo parece indicar que irrepetible, mientras que las teorías que intentan dar cuenta de este hecho son plurales, lo han sido históricamente [Bowler, 1985] y lo son en la actualidad [Marcos, 1992]. No podemos desconocer que la teoría de la evolución por selección natural en su versión sintética o neodarwinista es la que más consenso suscita entre los especialistas y ha obtenido considerables éxitos explicativos, pero tampoco cabe ocultar que dicho consenso no es unánime, no lo ha sido en ningún momento, y actualmente muchos científicos piensan que los puntos de vista seleccionistas no dan cuenta del hecho de la evolución en todas sus facetas, incluida su irreversibilidad, el evidente aumento de la complejidad o de las capacidades sensoriales de los organismos en algunas líneas filogenéticas, por no hablar del origen de la vida o de las funciones mentales. No debe extrañar que esto sea así, dado el carácter parcial de la verdad científica [Agazzi, 1996, cap. 1]. Sería raro que una sola teoría pudiese dar cuenta de todos los aspectos de un fenómeno tan complejo y prolongado en el tiempo como el de la evolución. De hecho, parece que caminamos hacia una nueva y más amplia síntesis de teorías, por la que abogan ya muchos científicos (de ello trataremos más abajo).

Pero, además, esta segunda reducción no sólo olvida la diferencia entre el hecho y las teorías de la evolución, así como la pluralidad de las mismas, sino que, en segundo lugar, al centrarse sólo en la biología evolutiva, con frecuencia desatiende al resto de las ramas del conocimiento biológico, tan distintas y plurales, y que pasan a concebirse sólo como especificaciones de la teoría de la evolución por selección natural. La teoría de la evolución por selección natural en su versión sintética no puede ser desconocida si pretendemos hacernos una idea de lo que son y de lo que valen los vivientes, pero una bioética cuya idea de la vida se basase solamente en dicha teoría sería alarmantemente pobre y parcial.

El resultado de esta doble reducción ha sido negativo en muchos sentidos, en primer lugar para la propia teoría de la evolución por selección natural: una buena teoría científica, como la de la evolución por selección natural, que da cuenta adecuadamente de muchos hechos biológicos, se ha estirado para cubrir ámbitos explicativos que no le son propios, de manera que, cuando se aplica a tales ámbitos, se convierte en una mala y peligrosa teoría política (sólo hay que recordar los desatinos del llamado darwinismo social, con el cual, por supuesto, poco tuvo que ver el propio Darwin [Bowler, 1993]), en una epistemología escasa e inconsistente, en una ética insuficiente y también aquejada de inconsistencias y razonamientos circulares, así como en una ingenua y en muchos sentidos errónea metafísica (sobre todo en el pensamiento anglo-americano existe una marcada tendencia

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