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gaspoxTesis17 de Septiembre de 2013

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE MAR DEL PLATA

FACULTAD DE PSICOLOGÍA

MATERIA: Núcleos Problemáticos I

PROFESOR: Lic. Alberto E. Selzer

Vacío; sinónimo de muerte y de nada, y antítesis de una presencia.

Alumno: Gaspar Andrei

D.N.I.: 34648075

Año: 2013

Resumen.

Desde el espacio que existe entre la distancia de una estrella y otra, el espacio interestelar, y entre las galaxias, el intergaláctico, hasta la brecha existente entre el núcleo de un átomo y sus electrones, no podemos sino imaginar de manera -casi- inaprehensible una concepción de vacío tan vasta e inaudita que resulta harto difícil, por no decir imposible, el contemplarla en nuestros pensamientos. Pero… ¿A qué denominamos vacío? ¿Un espacio en el que abunda la nada? ¿O tal vez, uno en que no haya absolutamente nada? Y siguiendo una cosmovisión más adaptada a la humanidad ¿De qué manera nos la ingeniamos aprehender el universo con nuestros sentidos de características tan limitadas? ¿Se puede explicar todo de la nada, o es la nada un término vacío? Atentando a todo esto, nos encontramos con que el concepto de vacío físico encierra una enorme riqueza conceptual que espera a ser explorada.

Abstract.

From the existing space between the distance from one star to another, the interstellar space, and between galaxies, the intergalactic, up to the gap between the nucleus of an atom and its electrons, we can only imagine so-nearly-elusive conception of such vast and unheard resulting certainly be difficult, if not impossible, to contemplate it in our thoughts. But then ... What do we call empty? A space abounds anything? Or perhaps, one in which there is absolutely nothing? And following a worldview more adapted to humanity. In which way do we apprehend the universe with our senses with so limited features? Can be explained everything from nothing, or is nothing just an empty term?

¿Existe la nada?

Si tomamos nuestro cuarto o dormitorio como ejemplo podremos ver sin dificultades que no hay nada de vacío allí. Tampoco lograríamos acercarnos a ningún cometido si sacásemos todos los muebles, y hasta la última partícula de “polvo” visible a debido a que… ¡Seguiría lleno de aire! Prosigamos con cautela, e imaginemos que contamos con el equipo necesario para quitar todo el aire allí presente mediante unas bombas especiales, y que al finalizar, ya no tendríamos entonces átomo alguno en ese espacio y no habría, por tanto, ni el mínimo rasgo de materia. He aquí, que nuestra perspicacia nos comienza a engañar: el cuarto todavía contaría con la presencia de algo más… La gravedad. Si nos parásemos con una brújula en el cuarto en esas últimas condiciones y la observáramos con atención, nos sorprenderíamos al encontrar que todavía funciona. Pero supongamos el caso de que podamos vaciar todavía el cuarto de este campo gravitatorio, no deberíamos olvidar que la gravedad es un campo magnético presente en toda la tierra, y en todo el universo. Por tanto no bastaría con hacer desaparecer la tierra, sino que deberíamos deshacernos de todos los cuerpos celestes y los infinitos componentes del universo, incluidos nosotros mismos. ¿Qué pasaría entonces? ¿Sería este cuarto, y el universo un lugar vacío? ¿O finalmente estaríamos presentes ante la misma nada? Incluso… Sin ninguna existencia que pueda hacer estas preguntas o a fin de contemplarlas. Por ahora, estas y otras cuestiones adyacentes, son cuestiones que los científicos delegan a los filósofos.

Percepción y realidad.

Sabemos que el cerebro interpreta la realidad en función de la información que le llega haciendo un recorte del mundo con lo que decide que es más importante. Pero resulta difícil dar con una definición aproximada de “nada” a causa de que no importa donde sea que apuntemos nuestros sentidos, siempre parece haber algo allí, en el horizonte… En todo caso, parecería imposible escapar de las cosas, e incluso el simple hecho de imaginar la nada, nos resulta inconcebible.

La ciencia acompañada de los grandes avances tecnológicos, han posibilitado al hombre moderno trascender sus sentidos hasta encontrar maneras de entender y medir el universo hasta las escalas más pequeñas. La ciencia actual nos tiñe de expectativas como para creer que el vacío contiene todos los secretos de la naturaleza, y que incluso, podría echar luz a la oscura existencia de todo lo que hay en el universo; no será coincidencia entonces, simplemente nombrar que el universo entero haya aparecido hace casi 14 mil millones de años de la misma nada.

El vacío en su comprensión es equivalente a la ausencia de cualquier cosa concebible, parece ser el estado físico más simple de abordar por el mero hecho de que su propia definición implica que nada hay en él que describir. Es esta idea resulta ajustándose a la realidad –y no del todo- dentro del marco que nos proporcionaba la física clásica. Las teorías en la cumbre de la modernidad en física cuántica, indican que el universo nació del vacío expandiéndose con mucha rapidez. En su nacimiento, nuestro protagonista principal era muchísimo más pequeño que un simple átomo y comenzó su vida como una fluctuación del vacío.

Átomo; la materia en calidad de vacío.

No es sino el vacío lo que constituye casi todo el universo; es menester entonces que tanto los átomos que integran nuestros organismos como aquellos que constituyen el mundo físico que nos rodea están compuestos en su mayor parte de vacío.

Ya desde un principio los filósofos griegos se llevaban bastante mal con el infinito, Aristóteles rechazaba la existencia en el mundo real del vacío absoluto –la completa ausencia de cualquier cosa–comprendiendo por reducción al absurdo sobre la base de su propia concepción del movimiento físico.

Podemos situar el debate hasta en el siglo XVII, en donde René Descartes (1596 – 1650) como último de los autores aristotélicos más destacados, tampoco creía en el vacío. Para este francés, tanto los espacios existentes entre los cuerpos celestes como los huecos entre las partes más pequeñas de cualquier objeto, se hallaban bautizados por un fluido al que nombraba “éter”; una especie de sustancia tan tenue que atravesaba la materia y que abarcaba todo el universo.

Por otra parte, si nos remontamos un poco más adelante, fue el inglés Isaac Newton (1643-1727) quién sí admitió la posibilidad de un vacío perfecto, en el cual se moviesen los cuerpos físicos bajo la acción de las fuerzas contempladas en sus leyes del movimiento. No obstante, este personaje británico fracasó en la búsqueda de un proceso físico que explicase la propagación de la fuerza gravitatoria entre cuerpos. Incluso Newton entonces hubo de admitir la hipotética presencia de un éter cuyas vibraciones serían las responsables de producir las atracciones expresadas en su ley de la gravitación universal.

Es la relatividad de Einstein quien despoja de su única función al éter hace casi cien años, aceptando que las ondas electromagnéticas pueden propagarse en el vacío a diferencia de las ondas elásticas usuales, y el éter se sumió lentamente en el olvido. Einstein comprobó que el estado de reposo absoluto no existe: todo se mueve de un modo relativo respecto a todo lo demás, descartándose el éter en ese sentido: no existiría ninguna sustancia que defina el estado absoluto de reposo.

Siguiendo las tendencias modernas de la ciencia, nos toparemos con cierta idea1 que lleva casi medio siglo circulando, y que nos cuenta acerca del vacío y el espacio. El vacío como todo elemento en el universo, tiende a un estado de mínima energía, y es en este estado que se encuentra compuesto por algo extraño llamado “campo de Higgs”.

El campo de Higgs, hoy responde a todas las reglas de la teoría de la relatividad de Einstein, no obstante, con todo, no nos percatamos de que hay algo allí a excepción de una de sus consecuencias cuyo efecto es de vital importancia: cuando este campo es atravesado por partículas, el electrón adquiere lo que denominamos masa y de ahí su consistencia, que por consiguiente dará la forma del átomo; esto es, estructura, volumen y tamaño. Así, entonces, el solo hecho de que existan estructuras en el universo constituye la prueba concluyente de la presencia de masa en el universo y, que a su vez, constituye la prueba existencial de esta sustancia tan extraña que denominamos campo de Higgs.

Desde esta perspectiva moderna teórica de la física cuántica, las pequeñísimas partículas de materia y anti-materia [a saber, su opuesto] que nos forman a cada uno de nosotros, en todo momento, surgen y desaparecen, es decir, son efervescentes. Otro punto es que no las notamos, lo que no significa que no estén ahí; los experimentos confirman que ahí hay algo, aunque no veamos nada. Si utilizamos el átomo como una pequeña unidad de análisis, nos encontramos con que su núcleo se encuentra vacío en lo que concierne a partículas. Estas últimas, los electrones, hacen su aparición recién en el exterior [del núcleo] y al parecer se encuentran girando constantemente a su alrededor. Ahora bien, con una minuciosa observación de esta extraña relación entre los elementos interiores y exteriores de un átomo nos podría trascender la firme idea de que allí, entre ambas cosas, no hubiese “nada”. Sin embargo, podría casi cobrar vida propia la duda; ¿qué es lo que hace que los electrones giren alrededor del núcleo? Pues bien, aquí entra otro importante personaje en escena: La atracción, a saber la fuerza eléctrica que atrae a las cargas opuestas. El núcleo tiene

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