EDUCACION EN LA CALLE
claeris1 de Julio de 2014
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A EDUCACIÓN DE CALLE
La marginación y el conflicto social son producto de un modelo político y económico que genera un tipo concreto de desarrollo cultural y social que crea sujetos incapaces de socializarse adecuadamente. Si a ello unimos la transformación en el mundo de la producción, la progresiva pérdida de la cultura popular, la desmotivación y la impotencia hacia los problemas sociales, las dificultades económicas o las deficiencias de las redes de apoyo, tendremos las claves para entender el por qué de la situación y las pistas precisas para provocar cambios que restituyan el sentido de la vida, de los valores o de la solidaridad.
Lo que llamamos «población de o en riesgo» tiene unas características que necesitan respuestas desde la educación no formal:
- Abandono del sistema educativo por desmotivación, frustración...
- Desajustes familiares con desestructuración a nivel personal.
- Dificultades para encontrar alternativas al ocio.
- Trabajo en precarias condiciones, dificultad para integrarse en el mercado laboral normalizado,...
- Conductas adictivas. Abandono afectivo.
- Etc.
La sociedad es la responsable de buscar soluciones a estos problemas. Con una metodología participativa se pueden dar respuestas a las necesidades sociales y a la marginalidad, en la que se impliquen todos los agentes de la comunidad: movimientos sociales, centros, voluntarios, profesionales, población y, por supuesto, Educadores de Calle. Todo ello tendrá que contar con el reconocimiento social y económico del Estado, apostando más por políticas de desarrollo de la sociedad civil que por el mero asistencialismo.
Las instituciones que tradicionalmente realizaban trabajo social con jóvenes eran poco eficaces, o sólo intervenían cuando ya era demasiado tarde, cuando las situaciones problemáticas eran evidentes. Incluso estas instituciones no eran capaces de acercarse de manera efectiva a determinados jóvenes y grupos, sobre todo porque no sintonizaban con sus inquietudes y necesidades.
Hasta ahora existía una trayectoria de trabajo de este tipo de Educador enfocada especialmente a las tareas preventivas con niños y jóvenes en barrios, talleres ocupacionales, centros abiertos, etc., como un animador de la acción social que actuaba desde el movimiento asociativo, pero nuevas realidades están reclamando su intervención en otros campos donde se nota su carencia, sobre todo porque puede desempeñar un rol de cercanía y acompañamiento que difícilmente podrían ejercer otros profesionales. Nos referimos a formar parte de equipos en proyectos de acción con drogodependientes, prostitutas, minorías étnicas, inmigrantes, etc. a través de programas de metadona, disminución del daño, incorporación social, higiene y salud, garantía social,...
Desde ya insistimos en el papel de la educación de calle como instrumento necesario en la intervención educativa con todos estos colectivos. Los y las educadoras de calle son, con frecuencia, las únicas personas adultas «significativas» a quienes pueden dirigirse los jóvenes y otros colectivos cuando se encuentran con problemas, situaciones y conflictos difíciles.
Es cierto que cada día se incorporan nuevos Educadores de Calle a equipos de la Administración (ayuntamientos, mancomunidades, etc.), pero cabría destacar que la iniciativa privada todavía tiene dificultades para hacerse con estos profesionales, que acaban siendo el último eslabón en la lista de contrataciones. En algunas asociaciones han desaparecido o se ha reducido los educadores por no contar con los apoyos vía subvención, aún cuando disponían del respaldo social necesario.
Los recursos que ha creado la Administración, por ejemplo para jóvenes, todavía carecen de personal capaz de atender al conjunto de la población en situación de riesgo de una forma estructurada y con permanencia en el tiempo. A veces se pretende atajar el problema con acciones puntuales y, ante distintas manifestaciones del mismo, se anuncian nuevos programas. Esto ocurre en el caso del llamado «botellón», para el que han surgido infinidad de iniciativas en todas las ciudades, más por cuestiones de orden público que de salud, de promoción social o de acciones encaminadas a la prevención integral con la participación de toda la comunidad. Algo simi-lar comienza a ocurrir con la problemática que genera la inmigración.
El Educador de Calle -o Educador en Medio Abierto como se le comenzó a llamar en Francia-, a diferencia de otros profesionales, sale al medio propio donde están los destinatarios de los programas, hace de ese medio abierto su lugar habitual de trabajo, crea relaciones individuales y grupales, se acerca a los que nunca utilizan los recursos, sirve de referencia a unos, optimiza todo el conjunto de dispositivos comunitarios públicos o privados, responde al principio concreto de educarnos en la calle y sirve además de complemento al trabajo de otros técnicos.
El beneficio social y económico queda patente por la atención que se presta a determinados colectivos que difícilmente acceden a otros sistemas de atención, por los procesos de cambio que se generan, por la propia implicación y eficacia cualitativa del Educador y porque en el trabajo social las relaciones deben ser horizontales y de promoción para conseguir verdaderos cambios.
Un «nuevo» educador entre los jóvenes:
El Educador de Calle no trabaja únicamente con drogadictos, delincuentes, jóvenes extravagantes, etc., por tratarse de sujetos y objetos de programas e intervenciones específicas, sino que su acción entre la juventud está motivada porque están en una etapa de la vida en la que servirá de ayuda para acompañar en esas situaciones de conflicto inherentes a la adolescencia. El Educador trata de que las vivencias que acumula el joven puedan ser positivas y sirvan de bagaje para su futuro adulto. Y lo hace desde esos espacios significativos, los ámbitos, los tiempos y las actividades donde ellos están y hacen: Rincones, calles, centros culturales, bares, asociaciones... Para que el joven se mantengan en una entorno educativo harán falta delegados educativos que acompañen, apoyen, sugieran, hagan de puente, etc. Si no se potencian este tipo de medidas de atención es fácil que muchos jóvenes tengan dificultades especiales en el proceso de incorporación social, con lo que el conflicto se agudizará todavía más.
Desde la Administración y organizaciones no lucrativas se diseñan locales, equipamientos, programas, etc. que no sirven para todos los jóvenes y de los que quedan fuera aquellos para los que precisamente muchas veces se proyecta. Ocurre que acceden a estos servicios quienes menos lo necesitan y que tienen facilidad de incorporarse a otros recursos más informales. Un centro abierto, por ejemplo, es un servicio extraordinario para acoger a adolescentes en barrios marginales, donde la presencia adulta de un animador-educador puede dar mucho juego para posibles actuaciones y nuevos proyectos.
La función del Educador será siempre la de incitar, apoyar el proceso de transición, socializar, contribuir a la adquisición de la autonomía, etc., sin necesidad de vigilar, proteger, disponer, tutelar... Sabe que «estar» entre los jóvenes ayudará a «hacer» comunidad. Cabría decir lo mismo si los destinatarios son otro tipo de individuos que atraviesan especiales dificultades.
Llegar hasta donde ellos están requerirá creatividad, innovaciones, habilidades y técnicas que faciliten ese acercamiento. Así como existe ya la figura del Educador de Calle de Noche, que actúa entre los «habitantes» de los ferrocarriles metropolitanos, será preciso adaptarse a las nuevas circunstancias y superar la concepción de que los Educadores de Calle limitan su campo de acción a la parroquia o al barrio. Este Educador puede asumir otros papeles, revestirse de nuevos personajes y, sin olvidar su rol, conectar con los sujetos que serán objetivos primordiales de su acción. Introducirse en la «movida» juvenil y en los espacios jóvenes supone prepararse para la improvisación y abandonar un poco el dogmatismo que repite los mismos esquemas que llevan al fracaso.
FUNCIONES DEL EDUCADOR DE CALLE
Cada día son más las instituciones, administraciones públicas y asociaciones que cuentan en sus plantillas en el campo de lo social con educadores de calle, lo que permitirá sin duda clarificar progresivamente sus funciones. Es difícil aunar criterios para perfilar de forma concisa la complejidad de tareas que puede tener este educador, a la vista de la cambiante realidad social que aconseja adaptaciones rápidas y acomodaciones que exige el nuevo entramado que forman los grupos de su práctica.
Conocidas son sus tareas hasta el momento y que forman parte de su quehacer diario:
- Detección de las dificultades sociales y sus causas.
- Relación con las instituciones.
- Relación y diálogo con los destinatarios.
- Reeducación e intervención para la mejora de las relaciones interpersonales.
- Organización de la vida cotidiana en el ámbito individual y grupal.
- Animación grupal y comunitaria.
- Formación, información y orientación.
Dependerá del medio donde desarrolle su cometido para que las funciones sean más manifiestas. Así, las desarrolladas en la calle, en la entidad de la que
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