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ENSAYO - LA FORMACION DE LA VOLUNTAD

AdrigvEnsayo24 de Septiembre de 2016

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LA FORMACION DE LA VOLUNTAD

1. Importancia:

        Dentro de la jerarquía armoniosa de una personalidad madura, la voluntad está en la parte superior, como rectora del comportamiento. Será una voluntad iluminada por la razón, y en las opciones que implican la moralidad por la conciencia recta. Un hombre se valora en gran parte por lo que es su voluntad: según la rectitud de las opciones de la voluntad será un hombre bueno  o malo; según la fuerza y determinación de su voluntad,  será un hombre de valía o sin ella. En el campo personal, la fuerza de la voluntad lleva al hombre a ser dueño de sí mismo, dominando las pasiones inferiores. Hacia lo externo, la fuerza de la voluntad le permite ser perseverante para llevar a cabo sus empresas, superando las dificultades. Dicho de otra manera, será libre en la medida en que sea señor de sí mismo, en la medida en que guíe, encauce y domina sus pasiones, sentimientos, e instintos, y actué, por encima de las circunstancias externas de acuerdo con los criterios que le presenta la razón iluminada por la fe e informada por la caridad.

        El cristiano ha de aplicarse en la formación de una voluntad fuerte, dócil a la inteligencia, eficaz  y constante en querer el bien, tenaz frente a las dificultades y capaz de gobernar y encauzar con suavidad y firmeza todas las dimensiones de la persona.

2. Voluntades deficientes:

        Hay que recordar que siempre que se trabaja en la propia formación está implicada la voluntad y se forma; y por otro lado, todo esfuerzo para formar la voluntad implica otros campos de la formación. Esto es algo necesario, basado en la naturaleza de la voluntad como facultad de elección e imperio sobre las demás facultades del hombre. Aun así, sigue teniendo sentido hablar de la formación de voluntad como un tema aparte. Para entender mejor esto, comenzaremos con la descripción de algunos tipos de personas con voluntades deficientemente formadas, proponiendo luego el remedio. No va a ser una lista exhaustiva, sino sólo indicativa:

        El hombre caprichoso o pasional: Lo opuesto a un hombre de voluntad es aquel que se deja guiar por sus caprichos, sus estados anímicos, sus pasiones. Esto supone una gran inmadurez, pues es más propio de la edad de un adolescente, y sin embargo, no es tan raro encontrar hombres así en todos los campos de la vida humana. Desde luego, quien no ha superado esto no está preparado para recibir la ordenación sacerdotal. El formador tiene que estar atento a aquellos que por temperamento son más sentimentales o pasionales para ayudarles a comportarse según el dominio de la voluntad; hablaremos de este tema en otro momento.

En cuanto a aquellos que son dados a seguir sus caprichos, hay que ayudarles a hacer sus opciones según la voluntad de Dios, aceptando la regla evangélica de la abnegación personal.

        El hombre perezoso: La pereza es el vicio que más directamente se opone a una voluntad bien formada. Le pereza indica una verdadera enfermedad de la voluntad que rehúye y rechaza el esfuerzo. Manso y tranquilo mientras no se le molesta, se enfurece y se revuelve cuando uno le quiere hacer trabajar.

        En el hombre perezoso, los motivos del bien resultan ineficaces para llevarle a hacer lo que debe hacer. Esta pereza puede afectar toda la actividad del hombre, o sólo unos sectores: v.gr. hay quien sabe trabajar en cosas manuales pero rehusa todo esfuerzo intelectual. Como sacerdote, tendrá el peligro de no preparar con cuidado sus homilías u otras intervenciones, de no mantenerse al día en los progresos teológicos. Otros al contrario rehúsan todo esfuerzo físico: puede ser un motivo para profundizar en los móviles de la vocación no sea que se pretende, quizás inconscientemente, una vida "sin trabajo". Cuando la pereza se refiere a la vida de piedad se suele llamar "acidia", y es el inicio de la tibieza espiritual: significa un cierto desgusto en las cosas espirituales que lleva a hacer con negligencia, desinterés o sencillamente omitir toda práctica de piedad.

        Hay también diversos grados en la pereza: hay quien es muy lento para acometer el trabajo, dejándolo para después, comenzándolo con desgusto y flojedad. Otro pasa de una tarea a otra, no lleva a cabo lo comprometido. Hay perezosos que tienen energía para sus diversiones, para el deporte, pero para nada más.

        Es un vicio muy triste en un sacerdote, y si se deja llevar por ello no habría que ser superficial en medir la gravedad de las omisiones que nacen de allí. Hay que animar a los seminaristas a extirpar toda forma de pereza espiritual, intelectual, apostólica o física; a optar por una vida de laboriosidad, de apostolado intenso, enraizado en un apasionado amor a Cristo y un ardiente celo por la salvación de las almas.

        El hombre inconstante: Otro gran enemigo del sacerdote y apóstol es la inconstancia. Una voluntad inconstante quizás no se retrae de emprender una tarea, pero luego lo abandona por cansancio, espíritu voluble, o frente a las dificultades que se presentan. Es un fenómeno que a veces se encuentra durante los primeros años de la vida sacerdotal: los jóvenes sacerdotes quieren hacer todo, son generosos, trabajadores, celosos. Pero en algunos poco a poco se comienza a enfriar su celo y van decayendo en la rutina, la indolencia, la comodidad. Esto puede darse sencillamente por la falta de abnegación y generosidad que una vida de apostolado exige. O también al encontrar que la tarea es más difícil de lo que se soñaba y experimentando la frialdad de las almas, su desinterés, al tener algunos fracasos palpables, se desaniman y abandonan la lucha.

 

        Toda tarea pastoral requiere un labor constante y perseverante. A veces habrá que superar dificultades reales grandes, especialmente la resistencia del pecado en las almas. Otras veces pueden presentarse obstáculos inesperadas frente a las empresas e iniciativas. Hay que acostumbrarse a querer llevar a cabo las obras emprendidas, venciendo cuando obstáculos se presentan. Puede haber momentos de fracaso, y hay que saber que el único fracaso definitivo es abandonar la empresa. Otras veces, el sacerdote se sorprenderá a ver criticado sus esfuerzos más desinteresados; no por ello los tiene que dejar. Pero aún fuera de todo esto, la simple perseverancia en la tarea pastoral durante meses y años requiere una grande constancia, incluso podemos decir, requiere la práctica heroica de la virtud de la fortaleza. Sin una voluntad constante, nuestros sacerdotes no aguantarán las largas horas del confesionario, y la paciencia y bondad diarias en el trato con las almas.

        Un campo que requiere mucha constancia es la propia formación espiritual. La propia santificación es una tarea ardua y larga, y rápidamente se experimenta la dificultad para realizar los buenos propósitos. La experiencia del poco progreso en la oración o en la virtud puede llevar al hombre inconstante a abandonar su esfuerzo. La parábola de la semilla sembrada sobre roca o entre espinas aquí tiene su aplicación. A lo largo de los años en el seminario, el director espiritual necesita apoyar continuamente la voluntad del formando para que no desfallezca en sus esfuerzos. El director no tiene que cansarse él mismo al ver los pocos frutos en algunos casos, o el repetirse de las mismas faltas, sino con gran paciencia con-vivir con el dirigido su lucha espiritual.

        Un momento interesante puede ser una pequeña enfermedad en el formando, sea un dolor de cabeza o gripe, la fractura de algún hueso, o algo más grave. Hay que atender al seminarista enfermo con toda caridad, pero al mismo tiempo el formador tendrá una oportunidad para medir la fortaleza de espíritu del alumno. Pasado el mal momento, podrá reflexionar con él y si es el caso enseñarle a sobrellevar con espíritu cristiano su enfermedad. En su ministerio, tendrá que seguir adelante en medio de los pequeños dolores físicos que todos sufren, y todos tenemos que tener el ánimo dispuesto para unirnos a la cruz de Cristo si él quiere enviarnos una enfermedad más dolorosa.

        Por tanto, dentro de la formación de la voluntad hay que aspirar a formar hombres de constancia, tenaces y perseverantes en sus empresas y propósitos.  Enseñarles a ser prudentes antes de tomar una determinación para no tener luego que abandonarlo fácilmente. Sin caer en el escollo contrario del hombre testarudo que no discierne cuando un bien mayor le exige abandonar lo emprendido. Ayudar a los seminaristas a alcanzar un auténtico reciedumbre de espíritu y carácter.

        La irreflexión e indecisión: Dos vicios opuestos que pueden afectar a la voluntad en sus deliberaciones son la irreflexión y la indecisión. Hay quienes obran sin la debida reflexión previa, haciendo lo primero que viene en mente o parece útil, sin la debida ponderación y deliberación. Aunque esto afecta más a las capacidades racionales del hombre, significa que a la voluntad le falta el guía que le debe llegar de la razón ilumi-nada por la fe y así determina a lo ligero, para arrepentirse después. Este defecto está relacionado también con el activismo, donde el hombre está siempre ocupado, pero de modo poco eficaz en cuanto a las metas más importantes. A veces es por por temperamento, a veces como una forma de escapismo. Hace falta aprender a reflexionar para aprender aquellas obras que valgan la pena.

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