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El Malestar En La Cultura En La época Actual


Enviado por   •  23 de Junio de 2015  •  2.276 Palabras (10 Páginas)  •  156 Visitas

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EL MALESTAR EN LA CULTURA

EN LA ÉPOCA ACTUAL

El malestar en la cultura ocurre en esta edad de incertidumbre o de suspenso, se dirime en la dimensión vertida en la actividad y la pasividad, en el síntoma y en la indiferencia, en la fantasía y en la realidad. En la cultura ocurren escisiones, se dan ideologías contrapuestas, invasión de consignas, imágenes y mensajes, formas antagónicas de concebir la realidad, el bienestar, el goce o los bienes. En todo ello algo indica a los sujetos, o debería hacerlo que, según un orden paradójico, la mala forma, lo real, el malestar y los obstáculos en general intervienen en el orden social, en algunos casos favorecen nuevas simbolizaciones por medio de las cuales los sistemas se reconstituyen y reintegran pese a los signos de falla con los que se resuelven, tal y como se dice que en forma paradójica la escisión a la vez puede sostener hasta cierto punto a la sociedad, lo que previene el cierre de un todo armónico, racional, diáfano, simbólico.

La época actual oscila entre el porvenir y el retorno, ¿porqué arriesgarse a lo desconocido del porvenir aventurero cuando para uno su obsesión es la incertidumbre del presente y cuando se ha perdido el deslumbramiento del porvenir?

Con todo, con los síntomas ocurre una forma paradójica de gozar: desmesura, accidente, sin sentido, real, que rebasa los límites del placer. Puede tratarse de goces inefables, errabundos, inconfesados, acordes o desacordes con el bienestar o la realidad, en busca de un sentido o de un equilibrio.

Ante señales tan inciertas, irracionales, me pregunto si ¿puede el sujeto de la comunidad compartir un malestar y a la vez adoptar una cierta reivindicación que se acogería a algo que se define como una suplencia del goce? Si no podemos saber muy bien lo que pasa en el mundo, ¿cabe al menos atenerse al reconocimiento de síntomas propios y ajenos, a esas inquietudes que son respuestas de lo real inerte en la cultura? en tanto el orden constitutivo en lo social queda en suspenso a partir del proceso mismo que lo organiza: una represión constitutiva instituida por el lenguaje mismo, la del goce, represión que propicia su retorno. Si el orden social manifiesta de suyo al paso del tiempo conflictivas, escisiones antagónicas, fallas y ellas mismas a la vez son de alguna manera inherentes a su reconstitución, eso queda por reconocerse: los puntos de real evitan que el orden simbólico e imaginario instituidos, por ejemplo, que la obligatoriedad de la ley desemboque para todos en imposiciones insoportables.

La verdad de la historia me parece que no se define tanto por los fracasos o los antagonismos en la cultura sino por las definiciones, nombres y significantes de “goce” con los cuales se pretende negar los síntomas o el malestar.

El que nos encontremos en la edad de la incertidumbre o del suspenso frente a los cambios emergentes, ello no implica un cambio sustancial en la cultura, no mientras ésta siga siendo efecto de la institución del lenguaje y de lo simbólico y de las relaciones que producen en los hablantes.

El título de este escrito sugiere acaso la imagen novelesca que indica la etapa inquietante que precede a cambios imprevistos, entre la creencia y la dubitación. Hablar de suspenso o de incertidumbre en un tiempo de tantas mutaciones y desarrollos parece un contrasentido, en realidad el suspenso se refiere a la otra cara de los cambios o de las repeticiones: a la irrupción emotiva y expectante del goce frente a las efervescencias ideológicas, respuesta que indica el malestar ante lo que no se anuda, o se hace consistente del todo. Este título tiene que ver además con un fantasma ideológico-social que de alguna manera organiza inconscientemente la trama social al armonizar el malestar con imágenes persuasivas, inquietantes, que hacen semblante de consistencia.

Se nos dice que vivimos en la era “posmoderna”, o bien en la era de la “desustancialización” en donde la realidad debe perder su dimensión de alteridad o de espesor, imponiendo una artificialidad a todos los ambientes para sanear ese real, sin embargo, hay nuevas patologías, nuevos síntomas.

Y los sujetos sufren y gozan de sus síntomas, sin embargo, por pundonor, esos síntomas no se reconocen como tales.

El hablante se acostumbra a responder con los síntomas, lo que puede implicar además una suplencia para lo inconsciente, lo insabido, y todo aquello que no accede a la simbolización, si hay una represión constitutiva del sujeto, también prevalece un retorno de lo reprimido que se evidencia en el goce. Los síntomas serían poco reductibles al campo simbólico por quedar excluida la parte que en ellos goza, así por la vía de la reserva o del olvido el sujeto se entiende o desentiende del goce. Siempre deslizaderos, los síntomas dan razón a la compensación de goce que puede plegarse a la indiferencia frente a todo aquello a lo que el sujeto renuncia. El goce puede evolucionar y cumplirse por sí mismo sin que el sujeto lo advierta. En la definición del goce cabe remitirse al concepto freudiano de “beneficio de la enfermedad”, tomándolo en cuenta en la apreciación de la subjetividad, poco asimilable al placer ordinario. Satisfacción inventada, imaginada, se arregla con equivalencias conscientes o inconscientes, con ardides verbales o semblantes que definen los modos relativos de satisfacción aún en la frustración o la privación.

Freud resuelve tales paradojas al indicar que una parte del sujeto goza mientras otra ignora todo acerca de eso. Como precisó, muchos llegan incluso a perder los síntomas más graves cuando enfrentan problemas críticos o desgracias, como si el dominio de la culpa y del castigo cedieran su carga nociva, o el Superyó se aplacara.

Una forma típica de describir el beneficio del síntoma corresponde a la atribución al Otro de un goce que se detentaría por efecto del sacrificio de un sujeto determinado, frente a él, el Otro parecería “aprovechar su menoscabo, el Otro se sostiene a costa de lo que el sujeto hace para servirse de él, el malestar en ese caso puede asumir un sentido, todo ello puede derivarse del ideal, remitido a un orden parental en el caso de la histeria o de la obsesión, que auspician estructuras particulares; el goce subordinado a un rasgo de perversión cumpliría la fórmula inconfesada del “otro goza por mí”, todo para el Otro, o bien nada. El objeto que compromete el fantasma instaría delusivamente una satisfacción como plus-de-gozar que otorgaría, pese a todo, una consistencia de orden lógico.

En la infelicidad la pulsión se satisface en un nivel fundamental

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