INTELIGENCIA EMOCIONAL
ARCANGEL9914 de Noviembre de 2014
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Algunos apuntes sobre inteligencia emocional
Nociones sobre educación e inteligencia emocional
Algunos apuntes sobre inteligencia emocional
Francisco Gallardo Díaz
IES Puig Castellar
Santa Coloma de Gramenet
La cólera de Aquiles
Algunos pasajes de la Ilíada y de la Odisea tienen un encanto inmortal; el profesor vuelve a ellos una y otra vez con la seguridad de que, si los refiere de manera oportuna en el aula, interesarán a sus alumnos y conseguirá avivar su interés: el momento en que Aquiles vuelve al campo de batalla y mata a Héctor, el momento en que Ulises y los suyos engañan a Polifemo… Homero conocía bien los resortes que movían a los hombres; es, acaso, uno de los primeros y de los mayores psicólogos de la Historia.
Pensemos en Aquiles. Primero se marcha despechado y rabioso del campo de batalla por haber sido desposeído de su esclava Briseida; después, dolido, aturdido y colérico, al conocer la muerte de Patroclo, vuelve para vengarlo. ¿Se siente culpable por no haber estado presente para impedir la muerte de su amigo? No vamos a discutirlo aquí[1]. Su furia, en cualquier caso, no conoce límites, ni siquiera respeta a los inocentes (mata a Licaón) ni los códigos morales de la guerra: su cólera no se calma al matar a Héctor; necesita arrastrar y maltratar su cadáver. Una vez más Aquiles parece haber olvidado los consejos de Peleo, su padre, quien le había dicho que no fuera arrogante, que fuera benevolente y se abstuviera de las disputas, pues las disputas sólo crean problemas… Aquiles es un joven impetuoso: la crítica literaria diría de él que tiene dificultades para controlar su temperamento; la moderna psicología emplearía otro lenguaje para definirlo: diría que carece de inteligencia emocional.
Nadie es profeta en su gremio
El concepto de inteligencia emocional se ha ido haciendo popular desde 1995 gracias al éxito del libro de Daniel Goleman. Desde entonces, este psicólogo y periodista norteamericano no ha dejado de estar solicitado para impartir conferencias, cursos, entrevistas, talleres… Jamás en la historia del ensayismo psicológico se había dado un éxito similar. Y eso, según parece, algunos colegas suyos no pueden perdonárselo.
Aunque Goleman haya popularizado el término, no fue él quien lo acuñó. Fueron dos profesores universitarios, los psicólogos Peter Salovey y John Mayer, quienes lo utilizaron por primera vez en un estudio de 1990[2]. Si el trabajo de Goleman ha tenido un mayor eco popular tal vez sea gracias a su estilo más ágil y atractivo[3].
El caso es que ahora, en algunas de las secuelas que han brotado como parte de una moda y de un gran interés por el redescubrimiento de las emociones, a Goleman se le reprocha que sus ideas se hayan comercializado hasta el punto de ser empleadas por algunas grandes empresas para seleccionar a los empleados más idóneos para ciertos cargos de responsabilidad. En este sentido, incluso Salovey y Mayer parecen distanciarse de su discípulo e, incluso, caricaturizarlo:
“Amb Goleman les competències emocionals passaren d’unes habilitats interessants per ser estudiades (la nostra visió) a capacitats personals que poden determinar el carácter, l’èxit o fracàs en la vida i la salud d’una persona (visió de Goleman). Proposant el marc per a la Intel•ligència Emocional sembla que vàrem trobar la panacea per a l’individu i la societat i nosaltres sense saber-ho!”[4]
Cuando se leen las líneas anteriores, es preferible pensar que, al escribirlas, Salovey y Mayer no se han dejado arrastrar por sus emociones negativas, sino que se apoyan en poderosos argumentos científicos. Además, es verdad que Goleman, en su trayectoria investigadora y divulgativa posterior a 1995, al enfatizar en el concepto detrabajadores estrella[5] y al insistir demasiado en una visión sobre el éxito muy propia de los libros de autoayuda americanos, parece darles la razón. No obstante, puede alegarse de paso en su defensa y contra las alusiones de Salovey y Mayer, el resultado de una investigación que recogía hace unos días El País (2-9-2003):
• Emociones negativas
Cuaando las regiones del cerebro asociadas con emociones negativas se activan, el organismo produce una reacción inmune más débil, según un nuevo estudio de científicos de la University of Wisconsin-Madison (EE.UU.), que se publica en los Porceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). Los investigadores saben desde hace tiempo que existe una relación entre los estados psicológicos y la respuesta inmune. Sin embargo, el mecanismo detrás de este vínculo apenas se entiende. Para comprenderlo, los autores del presente trabajo pidieron a 52 mujeres un recuento de los mejores y los peores momentos de su vida y debían pensar y escribir sobre estos temas. A medida que las mujeres escribían, los investigadores midieron los indicadores psicológicos de las reacciones emocionales y empleareon registros de electroencefalografías para medir la actividad cerebral. A cada participante se le administró después una dosis de virus de la gripe y posteriormente se midieron los niveles de anticuerpos en diferentes intervalos. Aquellas mujeres que mostraron las emociones negativas más intensas cuando recordaban sus experiencias negativas produjeron una reacción más débil ante la vacuna, lo que indicaba una inmunidad disminuïda.- EP
Si aceptamos las conclusiones de esta investigación como un síntoma fiable de las relaciones entre el sistema inmunológico y el sistema neurológico, si aceptamos, en definitiva, que las emociones negativas y el estado de ánimo influyen negativamente en nuestro organismo, estaremos dando la razón a Goleman en uno de los principios básicos de su teoría[6] y quitándosela a Salovey y a Mayer, que se burlan de la inteligencia emocional entendida como una panacea. Si se confirmara con otras investigaciones solventes que Goleman tiene razón, que el desarrollo de la inteligencia emocional contribuye a reforzar nuestras defensas frente a la enfermedad, tendría que admitirse que los adultos, padres y maestros, que tratan de educar emocionalmente a los niños, estarían realizando una labor no solamente educativa y didáctica, sino también terapéutica.
Goleman (2002, pág. 350) y Shapiro (2001, pág. 149) aportan datos que pueden enriquecer la polémica. Dicen, por ejemplo, que en diversos estudios realizados sobre más de medio millón de personas, adultos y niños, la gente optimista tenía más éxito, en el trabajo o en la escuela, y gozaba de mejor salud en general; también aducen que hoy los niños tienen un riesgo de caer en la depresión diez veces mayor que los niños nacidos a principios de siglo. Y que, en estudios realizados para prevenir la depresión en los niños, se ha comprobado la eficacia en un grado muy estimable de los programas de educación emocional a la hora de reducir el porcentaje de niños con tendencias depresivas. Es verdad, sin embargo, que las investigaciones de este tipo no clarifican algo fundamental: ¿los optimistas gozan de mejor salud que los pesimistas en cualquier caso o tienden al optimismo por gozar de buena salud? Lo que nadie puede poner en duda es que ver a un niño optimista produce más alegría y menos congoja que ver a un niño abatido. En eso, al menos, estamos todos de acuerdo.
Emociones y sentimientos
En algunos de los libros que se comentan en el apartado bibliográfico de este trabajo, no siempre se clarifica de manera satisfactoria la diferencia entre las emociones y los sentimientos, todo parece mezclarse de manera poco rigurosa en ensayos que, en algunos casos, se pretenden científicos. Steiner (2002, pág. 63) admite que él utiliza indistintamente ambos términos, aunque reconoce alguna diferencia entre ellos, por ejemplo, su grado de conciencia: de las emociones no siempre seríamos conscientes, pues son respuestas bioquímicas inesperadas, mientras que de los sentimientos no podríamos decir lo mismo. Esta explicación no parece muy convincente, pues de los sentimientos que experimentamos hacia algunas personas no siempre somos conscientes, entre otras cosas porque, a veces, para que el sentimiento vaya adquiriendo su verdadera entidad o forma se requiere tiempo e interacción (lo que no obsta para que haya sentimientos que, como destellos, irrumpan fulminantemente en nuestra conciencia).
Veamos, en cualquier caso, lo que piensa Marina (2002, pág. 415). Primero repasa algunas definiciones de diferentes autores y luego explica su propio criterio. Algunos autores consideran las emociones como reacciones afectivas intensas y breves, y los sentimientos, estados afectivos de mayor complejidad y estabilidad. Para Marina, en cambio, “un sentimiento es 1) un estado en el que se está o al que se llega; 2) que incluye en su definición más de una dimensión del sentir (relevante/irrelevante, agradable/desagradable, atractiva/repulsiva, apreciable/despreciable, activador/depresor); 3) que causa una disposición a la acción; 4) un mismo sentimiento puede manifestarse como emoción y como pasión (el amor, flechazo, pasión amorosa)”. Según esto, las emociones serían manifestaciones posibles de los sentimientos, y no parece que eso sea así en multitud de ocasiones. Si un niño está solo en casa por la noche y oye un ruido extraño, el miedo que experimenta no puede calificarse de sentimiento, y menos si después descubre que quienes producían el ruido eran sus propios padres que volvían del cine. No podemos estar de acuerdo con Marina en esta clasificación; lo sentimos.
Para la teoría evolucionista y la sociobiología, las emociones serían
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