Lo Inconsciente 1915
thelamb004 de Diciembre de 2012
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Algunas observaciones sobre el concepto de lo inconsciente en el psicoanálisis - 1912
Quisiera exponer en pocas palabras y lo más claramente posible qué sentido entraña en el psicoanálisis -y sólo en el psicoanálisis- la expresión «inconsciente». Una representación -o cualquier otro elemento psíquico- puede hallarse ahora presente en mi conciencia, desaparecer de ella en el momento inmediato y emerger de nuevo, sin modificación alguna, después de un intervalo; mas no como consecuencia de una nueva percepción sensorial, sino del recuerdo, según la expresión corriente. Para explicarnos este hecho nos vemos obligados a suponer que también durante el intervalo hubo de hallarse tal representación presente en nuestro espíritu, aunque permanecía latente en la conciencia. Lo que no podemos representarnos es la forma en la que existía mientras se hallaba presente en la vida psíquica y latente en la conciencia. Sale aquí a nuestro encuentro la hipótesis filosófica de que la representación latente no existió como objeto de la psicología, sino tan sólo como disposición física a la repetición del mismo fenómeno psíquico, esto es, de la representación de que se trate. Pero tal teoría, a más de traspasar los límites de la Psicología propiamente dicha, no hace sino eludir el problema, sosteniendo que «consciente» y «psíquico» son conceptos idénticos, e incurre evidentemente en error al negar a la Psicología el derecho a explicar con sus propios medios auxiliares uno de sus hechos más corrientes. Llamaremos, pues, «consciente» a la representación que se halla presente en nuestra conciencia y es objeto de nuestra percepción, y este será por ahora el único y estricto sentido que atribuiremos a la expresión discutida. En cambio, denominaremos «inconsciente» a aquellas representaciones latentes de las que tenemos algún fundamento para sospechar que se hallan contenidas en la vida anímica, como sucedía en la memoria. Una representación inconsciente será entonces una representación que no percibimos, pero cuya existencia estamos, sin embargo, prontos a afirmar, basándose en indicios y pruebas de otro orden.
Esta labor podría ser considerada como puramente descriptiva o clasificadora, si para formar nuestro juicio no dispusiéramos de otros datos que los hechos de la memoria o los de la asociación a través de elementos intermedios inconscientes. Pero el conocido experimento de la «sugestión posthipnótica» nos demuestra la extraordinaria importancia de la distinción entre consciente e inconsciente. Este experimento, tal y como lo realizaba Bernheim, consiste en sumir a una persona en estado hipnótico, y hallándose así bajo influencia del médico, ordenarle la ejecución de cierto acto en determinado momento ulterior (por ejemplo, media hora después), despertándola luego de transmitirle la orden. Al despertar, parece el sujeto haber vuelto totalmente a la conciencia y a su sentido habitual, sin que conserve recuerdo alguno del estado hipnótico, no obstante lo cual, en el momento fijado surge en él el impulso a ejecutar el acto prescrito, que es realizado con plena conciencia, aunque sin saber por qué. Para describir este fenómeno habremos de decir que el propósito existe en forma latente o inconsciente en el ánimo del sujeto hasta el instante prefijado, llegado el cual pasa a hacerse consciente. Pero lo que en tal momento surge en la conciencia no es el propósito en su totalidad, sino tan sólo la representación del acto que de ejecutar se trata. Las demás ideas asociadas con esta representación -la orden, la influencia del médico y el recuerdo del estado hipnótico- permanecen todavía inconscientes.
Pero aún nos ofrece este experimento otras enseñanzas. Nos lleva, de una concepción puramente descriptiva del fenómeno, a una concepción dinámica. La idea del acto prescrito durante la hipnosis no se limita a devenir en un momento dado objeto de la conciencia, sino que se hace eficaz, circunstancia esta la más singular de los hechos. Pasa a convertirse en acto en cuanto la conciencia advierte su presencia. Dado que el verdadero impulso a la acción es la orden del médico, no podemos por menos de suponer que también la idea de esta prescripción ha llegado a hacerse eficaz. Sin embargo, esta última idea no es acogida en la conciencia, como sucede con la idea del acto de ella derivada, sino que permanece inconsciente, siendo así, a un mismo tiempo, eficaz e inconsciente. La sugestión posthipnótica es un producto de laboratorio, un hecho artificialmente provocado. Pero si aceptamos la teoría de los fenómenos histéricos, iniciada por P. Janet y desarrollada por Breuer y por mí, se nos ofrece una multitud de hechos naturales que muestran todavía más clara y precisamente el carácter psicológico de la sugestión posthipnótica.
La vida anímica de los pacientes histéricos se nos muestra llena de ideas eficaces, pero inconscientes. De ellas proceden todos los síntomas. El carácter más singular del estado anímico histérico es, en efecto, el dominio de las representaciones inconscientes. Los vómitos de una paciente histérica pueden ser una consecuencia de su idea de que se halla encinta. Sin embargo, la sujeto no tiene conocimiento alguno de tal idea, aunque no sea difícil descubrirla en su vida anímica y hacerla emerger en su conciencia por uno de los procedimientos técnicos del psicoanálisis. Cuando se entrega a las convulsiones y gesticulaciones que constituyen su «ataque», no se representa siquiera conscientemente los actos que se propone, y observa quizá tales manifestaciones con los sentimientos de un espectador indiferente, no obstante lo cual puede el análisis demostrar que desempeña su papel en la reproducción dramática de una escena de su vida cuyo recuerdo es inconscientemente eficaz durante el ataque. El análisis descubre este mismo predominio de ideas inconscientes eficaces como el elemento esencial de la psicología de todas las demás formas de neurosis.
Nos enseña, pues, el análisis de los fenómenos neuróticos que una idea latente o inconsciente no es necesariamente débil y que la presencia de tal idea en la vida anímica es susceptible de pruebas indirectas indiscutibles, de un valor casi idéntico a la prueba directa suministrada por la conciencia. Nos sentimos así autorizados a acordar nuestra clasificación con este aumento de nuestros conocimientos, introduciendo una diferenciación fundamental de las ideas latentes e inconscientes. Estábamos acostumbrados a pensar que toda idea latente lo era a consecuencia de su debilidad y se hacía consciente en cuanto adquiría fuerza. Mas ahora hemos llegado a la convicción de que existen ciertas ideas latentes que no penetran en la conciencia por fuertes que sean. Así, pues, denominaremos preconscientes a las ideas latentes del primer grupo y reservaremos el calificativo de inconscientes (en su sentido propio) para las del segundo, que son las que hemos observado en las neurosis. La expresión inconsciente, que hasta aquí no hemos utilizado sino en sentido descriptivo, recibe ahora una significación más amplia. No designa ya tan sólo ideas latentes en general, sino especialmente las que presentan un determinado carácter dinámico, esto es, aquellas que, a pesar de su intensidad y eficacia, se mantienen lejos de la conciencia.
Antes de continuar nuestra exposición queremos salir al paso de dos objeciones que prevemos han de sernos opuestas en este punto. La primera sería la de que en lugar de agregarnos a la hipótesis de las ideas inconscientes, de las que nada sabemos, haríamos mejor en aceptar que la conciencia puede fragmentarse, de manera que algunas ideas u otros procesos psíquicos lleguen a formar una conciencia aparte, disociada del núcleo principal de la actividad psíquica y sustraída a ella. Conocidos casos patológicos, como el del doctor Azam, parecen muy apropiados para demostrar que la disociación de la conciencia no es ninguna imaginación fantástica. Pero tal teoría se basa únicamente, a nuestro juicio, en el empleo equivocado de la palabra consciente. No tenemos derecho a extender el sentido de esta palabra hasta el punto de utilizarla para designar una conciencia de la que nada sabe su poseedor. Si para los filósofos resulta difícil creer en la existencia de un pensamiento inconsciente, más inaceptable ha de parecerles la existencia de una conciencia inconsciente. Los casos descritos como de disociación de la conciencia, así el del doctor Azam, pueden ser más bien considerados como casos de traslación de la conciencia, en los cuales esta función -o lo que sea- oscila entre dos distintos complejos psíquicos que devienen alternativamente conscientes e inconscientes.
La segunda objeción que preveíamos era la de que aplicamos a la psicología de los normales consecuencias deducidas principalmente del estudio de estados patológicos y podemos destruirla con la simple exposición de un hecho cuyo conocimiento debemos al psicoanálisis. Ciertas perturbaciones funcionales que aparecen con extrema frecuencia en los individuos sanos, por ejemplo, los lapsus linguae, los errores de memoria, el olvido de nombres, etc., pueden ser referidos sin dificultad a la actuación de intensas ideas inconscientes, lo mismo que los síntomas neuróticos. En el curso de esta especulación hallaremos otro argumento aún más convincente. La distinción de ideas preconscientes e inconscientes nos conduce a abandonar los dominios de la clasificación y a formarnos un juicio sobre las relaciones funcionales y dinámicas en la actividad psíquica. Hasta aquí hemos hallado un preconsciente eficaz, que se hace fácilmente conciencia, y un inconsciente eficaz, que permanece inconsciente y parece estar disociado de la conciencia.
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