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Neurosis Obsesiva

LAURYANAPAT6 de Octubre de 2014

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A propósito de un caso de neurosis obsesiva (1909).

«Bemerkungen über einen Fall von Zwangsneurose»

Nota introductoria

Introducción.

El contenido de las siguientes páginas es doble: en primer lugar, comunicaciones fragmentarias del historial clínico de un caso de neurosis obsesiva que pudo incluirse entre los de considerable gravedad por su duración, sus dañinas consecuencias y su apreciación subjetiva [por el paciente], y cuyo tratamiento, que abarcó cerca de un año, alcanzó el restablecimiento total de la personalidad y la cancelación de sus inhibiciones; y en segundo lugar, anudadas a este material y apuntaladas en otros casos analizados antes, algunas indicaciones aforísticas sobre la génesis y el mecanismo más fino de los procesos anímicos obsesivos, destinadas a servir de continuación a mis primeras exposiciones sobre el tema, publicadas en 1896. (ver nota)

A mí mismo me parece que un índice temático como el señalado requiere que se lo justifique: no se crea que considero intachable y digna de imitarse esta manera de comunicación, cuando en realidad sólo obedezco a unas inhibiciones de naturaleza externa y de contenido, y de buena gana habría informado más si hubiera tenido el derecho y la posibilidad de hacerlo. En efecto, no puedo comunicar el historial completo de tratamiento porque ello exigiría penetrar en el detalle de las circunstancias de vida de mi paciente. La fastidiosa atención que una gran ciudad presta muy particularmente a mí actividad médica me veda una exposición fidedigna; y, por otra parte, hallo cada vez más inadecuadas y reprobables las desfiguraciones a que se suele recurrir. Si son ínfimas, no llenan su fin de proteger al paciente de la curiosidad indiscreta; y si avanzan más, importan un sacrificio excesivo, pues destruyen el entendimiento de los nexos anudados, justamente, a las pequeñas realidades de la vida. Y esta última circunstancia produce una situación paradójica, pues es más posible dar a publicidad los secretos más íntimos de un paciente, por los cuales nadie lo conoce, que los detalles más inocentes y triviales de su persona, notorios para todo el mundo y que lo harían identificable. (ver nota)

Si así me he disculpado por esa enojosa mutilación del historial clínico y de tratamiento, mejores razones tuve para haberme limitado a algunos resultados de la indagación psicoanalítica de la neurosis obsesiva. Confieso que hasta hoy no he conseguido penetrar acabadamente la compleja ensambladura de un caso grave de neurosis obsesiva, y que en la exposición del análisis no sería capaz de evidenciar para otros, al través de las yuxtaposiciones del tratamiento, esa estructura discernida analíticamente, o vislumbrada. Son las resistencias de los enfermos, y las formas en que ellas se exteriorizan, lo que vuelve tan difícil esta última tarea; pero es preciso decir que en sí y por sí no es cosa fácil entender una neurosis obsesiva; es mucho más difícil lograrlo que en un caso de histeria. En verdad, uno esperaría lo contrario. El medio por el cual la neurosis obsesiva expresa sus pensamientos secretos, el lenguaje de la neurosis obsesiva, es por así decir sólo un dialecto del lenguaje histérico, pero uno respecto del cual se debería conseguir más fácil la empatía, pues se emparienta más que el dialecto histérico con la expresión de nuestro pensar conciente. Sobre todo, no contiene aquel salto de lo anímico a la inervación somática -la conversión histérica- que nunca podemos nosotros acompañar conceptualmente.

Quizá sólo nuestra poca familiarización con la neurosis obsesiva tenga la culpa de que aquella expectativa no se cumpla en la realidad. Los neuróticos obsesivos graves se someten a tratamiento analítico más raramente que los histéricos. También en la vida de relación disimulan sus achaques todo el tiempo que pueden, y suelen acudir al médico sólo en estadios de su enfermedad tan avanzados que, si se tratara de una tuberculosis pulmonar, por ejemplo, excluirían su admisión en un sanatorio. Y acerco esta comparación, además, porque en los casos de neurosis obsesiva leves o graves, pero combatidos temprano, podemos apuntar, lo mismo que respecto de aquella enfermedad infecciosa crónica, una serie de brillantes éxitos terapéuticos

En tales circunstancias, no resta otra posibilidad que comunicar las cosas de la manera imperfecta e incompleta en que uno las conoce y, por añadidura, tiene permitido decirlas. Los jirones de discernimiento que aquí se ofrecen, laboriosamente obtenidos, pueden parecer poco satisfactorios en sí mismos, pero acaso sean retomados por el trabajo de otros investigadores y el empeño conjunto consiga el logro que es quizá demasiado difícil para un individuo solo.

Del historial clínico.

Un joven de formación universitaria se presenta indicando que padece de representaciones obsesivas ya desde su infancia, pero con particular intensidad desde hace cuatro años. Contenido principal de su padecer son -dice- unos temores de que les suceda algo a dos personas a quienes ama mucho: su padre y una dama a quien admira. Además, dice sentir impulsos obsesivos (por ejemplo, a cortarse el cuello con una navaja de afeitar), y producir prohibiciones referidas aun a cosas indiferentes. Manifiesta que la lucha contra esas ideas le ha hecho perder años, y por eso se ha rezagado en su carrera en la vida. De las curas intentadas, la única provechosa fue un tratamiento de aguas en un instituto de X; pero se debió sólo a haber trabado allí con una mujer un vínculo que desembocó en un comercio sexual regular. Dice no tener aquí una oportunidad como esa, sus relaciones sexuales son raras y a intervalos irregulares. Las prostitutas le dan asco. Su vida sexual ha sido en general pobre, el onanismo desempeñó sólo un ínfimo papel a los 16 o 17 años. Afirma que su potencia es normal; primer coito a los 26 años.

Impresiona como una mente clara, perspicaz. Al preguntarle yo qué lo movió a situar en el primer plano las noticias sobre su vida sexual, responde que es aquello que él sabe sobre mis doctrinas. No ha leído nada de mis escritos, salvo que hojeando un libro mío halló el esclarecimiento de unos raros enlaces de palabras; y tanto le hicieron acordar estos a sus propios «trabajos de pensamiento» con sus ideas que se resolvió a confiarse a mí.

La introducción del tratamiento.

Después que al día siguiente lo comprometo a la única condición de la cura -la de decir todo cuanto se le pase por la cabeza aunque le resulte desagradable, aunque le parezca nimio, o que no viene al caso o es disparatado- y que le dejo librado escoger el tema con el cual quiere inaugurar sus comunicaciones, empieza como sigue: (ver nota)

Tiene un amigo a quien respeta extraordinariamente. Acude a él siempre que lo asedia un impulso criminal, y le pregunta si no lo desprecia como delincuente. El lo apoya, aseverándole que es un hombre intachable que probablemente desde su juventud se ha habituado a considerar su vida bajo esos puntos de vista. Antes, dice, otra persona ejerció sobre él parecido influjo, un estudiante que tenía 19 años cuando él mismo andaba por los 14 o 15; este estudiante le había cobrado afecto, y había elevado tan extraordinariamente su sentimiento de sí que podía creerse un genio. Este estudiante fue luego su preceptor hogareño, y de pronto modificó su comportamiento rebajándolo como a un idiota. Por último, reparó en que se interesaba por una de sus hermanas y sólo había trabado relación con él para conseguir el acceso a la casa. Esta fue la primera gran conmoción de su vida.

Luego prosigue, como repentinamente:

La sexualidad infantil.

«Mi vida sexual empezó muy temprano. de acuerdo de una escena de mi cuarto a quinto año (desde mi sexto año poseo recuerdo completo), que años después me añoró con claridad. Teníamos una gobernanta joven, muy bella, la señorita Peter. (ver nota) Cierta velada yacía ella, ligeramente vestida, sobre el sofá, leyendo; yo yacía junto a ella y le pedí permiso para deslizarme bajo su falda. Lo permitió, siempre que yo no dijera nada a nadie. Tenía poca ropa encima, y yo le toqué los genitales y el vientre, que se me antojó curioso. Desde entonces me quedó una curiosidad ardiente, atormentadora, por ver el cuerpo femenino. Todavía sé con qué tensión aguardaba en los baños, adonde aún me permitían ir con la señorita y mis hermanas, que ella entrara desvestida en el agua. Tengo más recuerdos, de mi sexto año. Había entonces en casa otra señorita, también joven y bella, que tenía abscesos en las nalgas y al anochecer solía estrujárselos. Yo acechaba ese momento para saciar mi curiosidad. También en el baño, aunque la señorita Lina era más recatada que la primera. (Respuesta a una pregunta que yo le hice entretanto: "Yo no dormía regularmente en la habitación de ella, casi siempre en la de mis padres".) Recuerdo una escena, yo debo de haber tenido 7 años. (ver nota) Estábamos sentados juntos, al anochecer, la señorita, la cocinera, otra muchacha, yo y mi hermano, menor que yo en un año y medio. De repente escuché, de la conversación de las muchachas, que la señorita Lina decía: "Con el pequeño es claro que una lo podría hacer, pero Paul" (yo) "es demasiado torpe, seguro que no acertaría {danebenfahren}". No entendí con claridad a qué se referían, pero sí entendí el menosprecio y empecé a llorar. Lina me consoló y me contó que una muchacha que había hecho algo parecido con un niño que le habían confiado fue encarcelado por varios meses. No creo que haya hecho algo incorrecto conmigo, pero yo me tomaba libertades con ella. Cuando me metía en su cama, la destapaba y la tocaba, lo cual ella

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