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Psicología y epistemología

japerillacInforme9 de Septiembre de 2013

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Jean

Piaget

Psicología y epistemología

PLANETA-AGOSTINI

Dirección editorial: R. B. A. Proyectos Editoriales, S. A.

Título original: Psychologie et épistémologie Traducción de Francisco J. Fernández Buey

© 1970, Société Nouvelle des Éditions Gonthier, París

© Editorial Ariel, S. A., 1971

© Editorial Planeta-De Agostini, S. A., 1985, para la presente edición

Aribau, 185-1.°, 08021 Barcelona Traducción cedida por Editorial Ariel, S. A. Diseño de colección: Hans Romberg Primera edición en esta colección: octubre de 1985 Depósito legal: B. 31.220/1985 ISBN 84-395-0075-0 Printed in Spain - Impreso en España Distribución: R. B. A. Promotora de Ediciones, S. A.

Travesera de Gracia, 56, ático 1.a, 08006 Barcelona

Teléfonos (93) 200 80 45 - 200 81 89 Imprime: Cayfosa, Sta. Perpetua de Mogoda, Barcelona

Introducción

En la primera década del siglo xx, cuando Jean Piaget era un niño que asombraba a propios y extra¬ños con sus monografías científicas sobre los molus¬cos de la comarca de Neuchátel, la psicología era una disciplina que estaba perdiendo aquella dudosa cientificidad que la caracterizó en el siglo anterior y em¬pezaba a desmarcarse, buscando su territorio propio, de la filosofía por un lado, como también de la fisio¬logía y la neuropsiquiatría por otro. Era la época en que Binet dio a conocer sus trabajos psicométricos; el momento en que Freud, desde otro ángulo totalmente distinto, se acercaba al mundo de la infancia a fin de entender su sexualidad, ponderándola desde un punto de vista autónomo y legítimamente diferenciado de la sexualidad adulta. Era la época, en fin, en que Claparéde introdujo por vez primera las clases especiales a fin de atender —y entender— a los niños retrasados, y el momento en que Simón publicó, junto con Binet, la primera escala de desarrollo intelectual.

Al cabo de unos años, hacia el final de la segunda década del presente siglo, Piaget entró en la psicología de la mano de Claparéde y de Simón. Por mediación de éste, Piaget se relacionó por primera vez con los niños —esto sucedió en París, en 1919—; con Clapa-réde, el joven psicólogo suizo, se formó a lo largo de un período de tiempo bastante dilatado, en el que de

I

discípulo pasó a eminente colaborador en el marco del Instituto Jean-Jacques Rousseau de Ginebra.

Antes de orientar su vocación de investigador ha¬cia el terreno de la psicología, Piaget contaba con una formación eminentemente científica, fundamentada sobre todo en el conocimiento bio-lógico. Había estu¬diado, asimismo, lógica, y evidenciaba una gran pa-sión —que nunca le aban-donaría— por la historia del pensamiento científico. Al mismo tiempo, había dis¬tanciado del centro de sus intereses intelectuales a la filosofía (su primer contacto en este terreno se produjo en la adolescencia con la lectura de la obra de Bergson, pero salió enormemente decepcionado).

De modo que, cuando se hizo psicólogo, Piaget es¬taba en posesión de una mentalidad esencial-mente científica; se había liberado de cualquier posición es¬peculativa; y manifestaba una prefe-rencia —que sería determinante a la hora de escoger la dirección de sus investigaciones por el estudio de la normalidad, de lo que no es patológico, y por el funcionamiento del intelecto.

En aquel entonces —era la tercera década del si¬glo—, la psicología había avanzado considera-ble¬mente en su objetivo de constituirse como ciencia, so¬bre todo por los esfuerzos de dos corrientes, la conductista y la reflexológica, que habían fijado rigurosos y definidos criterios de experimentación. Pero la psi¬cología, en tanto que ciencia, no se había propuesto todavía como objeto de su estudio la vida mental del niño. Piaget, en correspondencia con esta base expe¬ri-mental a que se ha hecho mención, se propuso estu-diar el pensamiento infantil aplicando méto-dos cien¬tíficos. Se trataba para él de investigar un campo en gran parte desconocido y de demos-trar que era facti¬ble aquello que los psicólogos del siglo pasado no ha¬bían conseguido: aplicar a los sistemas vivientes los métodos analíticos que habían sido aplicados en el campo de los sistemas no vivientes.

II

El resultado, visto a la luz de la totalidad de la obra de Piaget, ha sido extraordinariamente fecundo. Gra¬cias a él y a las contribuciones de otros tantos cientí¬ficos, el siglo xx ha podido denominarse el «siglo del niño». Las aportaciones de Piaget también han sido decisivas en el orden de la creación de una psicología de base científica, y, por lo mismo, en el hecho de que esta disciplina haya sido evaluada como la que ma¬yores progresos ha realizado en las últimas décadas dentro del conjunto de las ciencias del hombre, y como la que mayor influencia ha tenido en la confor¬mación de las actitudes generales hacia la vida y la sociedad.

Junto a estas contribuciones genéricas, Piaget debe ser contemplado como el creador de una de las más importantes escuelas psicológicas de nuestro tiempo, la escuela de psicología genética, que consti¬tuye una de las corrientes principales hoy en día en el ámbito de la psicología infantil. La escuela piagetiana ha configurado así un ámbito de investigación propio, que la distingue netamente de otras escuelas como la psicoanalítica, o las encabezadas por psicólogos tan importantes como Erik H. Erikson, Arnold Gesell y Burrhus F. Skinner.

Al psicoanálisis, Piaget critica que no sea experi¬mental y que su técnica se reduzca a la mera discusión de casos clínicos; considera que el inconsciente freudiano, al limitarse a la vida emocional, es una parte del inconsciente en general, puesto que «inconsciente es todo lo que no se conceptualiza». Piaget considera, además, que el conflicto edipiano —piedra angular de la teoría psicoanalítica—, así como las distintas fases del desarrollo psicosexual del niño, no determinan la vida del adulto de una manera total, pues entiende (y en esta apreciación coincide con un psicólogo como Erikson) que el presente también influye en el pasado; es decir, que la personalidad debe entenderse como el resultado de una interacción entre pasado y presente.

III

Respecto a Erikson, Gesell y Skinner, Piaget se di¬ferencia ante todo porque considera que el niño desa¬rrolla, desde su nacimiento, estructuras de conoci¬miento a partir de su experiencia —es decir, que es un sujeto activo en su proceso de evolución; y al mismo tiempo, por el énfasis que Piaget pone en la importan¬cia de la vida intelectual del niño, en la primacía de ésta sobre la vida afectiva. A este respecto, Piaget ma¬nifestó en diversas ocasiones que los efectos pueden retardar la eclosión de las capacidades infantiles, pero que ello no impide que al final el resultado sea el mismo por lo que hace al desarrollo de la inteligencia.

La psicología genética de Piaget, en consecuencia, tiene por objeto el estudio del desarrollo intelectual del niño desde bases rigurosamente experimentales. Esto quiere decir que tal desarrollo se estudia desde fuera, desde la actividad externa del sujeto infantil, dejando de lado cualquier forma de análisis intros¬pectivo (tan ligado, por lo demás, al análisis de las sensaciones y a los objetivos de una psicología de base filosófica como la del siglo pasado). El método expe¬rimental de Piaget se estructura entonces en dos fases. En la primera de ellas, el niño se enfrenta a ciertas situaciones «críticas» que tiene que resolver. El modo como supera intelectualmente estas dificultades pro¬porciona al experimentador una idea de las estructu¬ras mentales del sujeto infantil y de su nivel de desa¬rrollo. Esta fase crítica se completa luego metodoló¬gicamente con una fase «clínica»; en la misma se constituye un diálogo entre el experimentador y el niño que permite la exploración de los niveles puestos al descubierto en la fase crítica anterior.

En los experimentos con este método Piaget de¬mostró que la actividad racional comienza cuando el niño está en condiciones de aplicar un orden suscep¬tible de ser controlado por el pensamiento. Las equi¬vocaciones que puede cometer en la fase crítica de la experimentación aparecen entonces como «reversi-

IV

bles», es decir, que el niño puede regresar tantas veces como desee al punto de partida. Esta reversibilidad, que constituye la base sobre la que se instaura la ca¬pacidad de llevar a cabo experimentos mentales, per¬mite comprender que la inteligencia actúa mediante una serie de adaptaciones sucesivas. La adaptación, para Piaget, consiste en «un equilibrio... entre dos me¬canismos indisociables: la asimilación y la acomoda¬ción».

Del mismo modo que un organismo conserva su estructura asimilando el medio (incorporando, por ejemplo, alimentos), a la vez que acomodando aquélla a éste, así opera la inteligencia: asimilando los datos de la experiencia y acomodándolos a las circunstan-cias cambiantes que se derivan de una realidad con¬creta. El niño, que parte de la base de su absoluta carencia en tanto que sujeto y de su no reconoci¬miento de lo objetivo, inicia su desarrollo buscando un precario equilibrio entre su acomodación a la rea¬lidad externa y la asimilación de ésta. Desde este ini¬cial estado caótico, el pensamiento va a desarrollarse en el niño constituyendo una serie de estadios vincu¬lados a tres grandes fases: la de la inteligencia senso¬rio-motriz, la de la inteligencia operatoria concreta y la de la inteligencia operatoria formal.

Sin entrar aquí en la descripción de los estadios evolutivos que jalonan el desarrollo intelectual

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