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Sandia Zen


Enviado por   •  28 de Abril de 2021  •  Biografías  •  1.834 Palabras (8 Páginas)  •  51 Visitas

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“Sandía Zen”

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Perdí el apetito, inoportuno momento para hacerlo. Aún es temprano, se cuela un rayo de sol por la persiana. No escucho nada, ni siquiera la estática en la radio antigua de Berenice. Hay ceniza en toda la sala, al parecer bebieron anoche. Vino y quesos duros adornan el centro del comedor, abriendo la inconmensurable incógnita de ¡¿Quién carajos organiza una borrachera con queso y vino?! Se creerán europeos los arrogantes aquellos. Por lo menos Berenice puede entender lo que es un buen plato de chicharrones y cacahuates, tal vez nachos.

Tomo un vaso de cristal para beber agua; el único sobreviviente de la noche de fiesta y causante principal de mi insomnio, aunque no la única. Bebo el agua de grifo, con su sabor característico a hierro y con temperatura similar a la escarcha del refrigerador. Cae y resbala sobre una reseca garganta que logra aliviarla de su dolor inmenso. Un calor agresivo cae sobre la ciudad, la envuelve. La brisa rebota en mis pestañas y es entonces cuando siento una horrible jaqueca, sintomatología de resaca sin haber probado una sola gota de alcohol. Se está haciendo tarde, hoy me reencuentro con Salma después de no sé cuánto. Quizá un par de meses, un año. Me encamino a la ducha no sin antes enrollar todo el tubo de pasta dentífrica para rescatar hasta el último escupitajo de Colgate. El toallero se ha roto, o siempre estuvo así no logro recordarlo.

Abro la regadera solo para recordar que no hay gas en el departamento. Hace ya un mes que no hay. Regreso a la cocina y con una plancha eléctrica caliento agua; a pesar del clima afuera siento la necesidad del agua caliente sobre mi piel, o al menos tibia que es como cae en todo mi cuerpo usando un bote de plástico para regarme. Termino de bañarme y el espejo es cruel, encuentro un reflejo perdido en la ambivalencia de desconocidos, de ingratos, de indiferentes, de engreídos, de idiota o roomies llamados de vez en cuando. Una mancha blanca trepa desde el lateral de mi cráneo instalándose a un costado de mi ojo izquierdo. Desnutrición o estrés están presentes en el origen de esa mancha, lo desconozco, mucho tiempo sin ver al médico, me afeito. Despido la casa con un suspiro que se ha llevado por completo la motivación para salir de la cama, antes observo el muro, donde cuelga la pizarra. “La belleza es ese misterio que no descifran ni la psicología ni la retórica” recuerdo bien haber escrito eso, me retiro.

Dejar atrás los condominios implica dejar atrás una pequeña urbe que no florece, que se queda momentáneamente estancada. El trafico me aturde, fluye a un costado mío invadiendo mis sentidos y perturbando mi psique; intentar cruzar la avenida es un martirio. Duda en mí todo el tiempo, el conductor también duda, avanzo. Fumaría un cigarro, pero empeoraría mi jaqueca, sumado a mí desayuno balanceado equivalente a nada, pésima idea, lo hago. Al poco tiempo de caminar por la banqueta escucho un motor disminuir su potencia, me aíslo en mis audífonos, pero el coche se detiene a mí lado.

- ¿A dónde se dirige joven? Grita un tanto ronco un oficial de policía, agravando la voz a propósito desde la ventanilla de su patrulla.

-Voy rumbo a la escuela oficial. Le digo sin desviar la mirada de mi camino con la esperanza de que siga el suyo, eso no pasa. “Inspección de rutina” fue la excusa presentada por el puerco para hacerme perder quince minutos de mi tiempo intentando tumbarme algo de dinero. Pese a mi notoria posición económica entiendo que el oficial JOHAN MEDINA, dejándose llevar por mi apariencia física haya intentado buscar que clase de droga sostenía bajo mis prendas y así clavar su jugada, se rindió.

 -Muéstreme alguna identificación si me hace el favor. Exclamó mientras seguía husmeando entre mis bolsillos internos y externos, en la parte baja de mis pantalones también buscó.

-Aquí tiene. Le atendí y enseñándole mi credencial de la Universidad le dejé ver que mi cartera estaba completamente vacía.

-Ándele, ya puede retirarse. Dijo mientras fingía anotar algo en una libreta del tamaño de una calculadora, fue evidente que no escribió nada, dudo si quiera que supiera escribir, se marchó.

Continué mi camino por todo lo largo de la arteria principal del centro, la calle “Padre Mier” en dirección hacia la estación inicial del metro; está me llevaría la escuela, no sería así, no hoy. Por alguna extraña razón mi mente se encerró en aquella escena con el policía. Una nube de rabia e impotencia eclosionó un instante sobre mi cabeza y entonces Salma vino a mi mente. Pobre Salma, o más bien pobre del policía. De haberse atrevido a meterse con ella, está ya estuviera armando una revuelta verbal en su contra: peleando, gritando, insultado y hasta amenazando. Todo con tal de no rebajarse ante ninguna persona, admiro eso de mi Salma querida, todo en ella es mi admiración.

Mi epifanía semi romántica se vería interrumpida en la Macroplaza. Al llegar ahí noté más movimiento de lo normal, más vendedores, más vagabundos, más gente circulando libremente, más caos. Debía atravesarla, lo intenté. Crucé los primeros dos sectores de la gran plaza sin problema alguno, pero al llegar al punto medio fue cuando sentí que algo no andaba bien. Alguien me seguía, desde hace dos manzanas. Durante todo el trayecto decidí dejarlo pasar, pues mi delirio de persecución me había jugado ya varias tretas en el pasado y no quería armar un escenario ahora. Pero un yunque de preocupación se formaba en mi estómago, intenté perderlo, no pude.

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