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Sentido De La Violencia Escolar


Enviado por   •  31 de Marzo de 2013  •  6.095 Palabras (25 Páginas)  •  403 Visitas

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Aristóteles, Ediciones Aguilar, Libro II, cap 2, en su Tratado sobre la Ira escribe “esta emoción es un impulso, acompañado de tristeza, a dar un cas-tigo manifiesto por un manifiesto desprecio de algo que toca a uno mismo o a alguno de los suyos… y es necesario que el iracundo se enoje siempre por cosas que se refieren a un individuo particular... y además que de toda ira se sigue cierto placer… y hay tres formas de desprecio: el menosprecio, la calumnia y el ultraje… y por esos motivos los jóvenes y los ricos son inso-lentes porque creen que cometiendo menosprecios y ultrajes sobresalen más… ya que se enojan cuando sienten tristeza, porque el que siente amar-gura es porque siente aspiración o tendencia a algo; y tanto si directamente alguno se les opone, como por ejemplo el que impide beber al que tiene sed, y si alguien les lleva la contraria, o no colabora con ellos, o bien si se les molesta en cualquier otra cosa, cuando están en este estado de ánimo, se enfurecen contra todos. Por eso los que sufren, los pobres, los que están en guerra, los que aman, y en general, los que apetecen algo y no pueden satis-facerlo son enojadizos y fácilmente irritables, sobretodo para con los que desprecian su presente”.

Platón, Ediciones Aguilar, la República, Libro IV, págs. 735 y 736 escribe sobre la Cólera como efecto de la injusticia, y dice textualmente “si uno piensa que padece la injusticia, ¿no hierve en él la cólera, no le irrita y se alía con todo lo que parece justo y a pesar de sufrir hambre y frío, se sobre-pone a ellas y no cesa en sus esfuerzos hasta que las realiza enteramente o le alcanza la muerte?”.

Los primeros padres de la Iglesia, hasta el siglo III, Cipriano, Tertuli-no, Lactancio y Arnobio (El evangelio de la no violencia, Jean M. Muller, Fontanella, Marova, págs. 98 y 99) destacaron que una de las virtudes cris-tianas más importante es la paciencia y devolver bien por mal, concepción que cambiará con San Agustín que acuñaría aquello de que el amor a los enemigos no excluye el recurso a la violencia y al homicidio, abandonán-dose, en consecuencia, el precepto de ofrecer la otra mejilla y devolver mal por mal; y San Bernardo en el siglo XII que olvidó todo lo concerniente a la virtud de la paciencia, exaltando el ideal violento del monje soldado, tras escribir textualmente “si el cristiano parte para la batalla con el único deseo de matar o si alimenta hacia el adversario el menor sentimiento de odio, co-mete pecado de homicidio aun cuando no matara; pero si el cristiano parte para la batalla con el único deseo de servir a Cristo y a la Iglesia, entonces puede estar seguro de realizar su salvación, y en este terreno de la Patrísti-ca, Santo Tomás justificará la violencia por razón de Estado, legitimán-dola, renunciando así a las exigencias del Sermón de la Montaña, tras invo-car el derecho a la defensa violenta, muy distinto de poner la otra mejilla.

Los últimos Concilios admiten el principio de legítima defensa que justifica el recurso a la violencia. Pablo VI en su Encíclica “El Progreso de los Pueblos” escribe que frente a situaciones cuya injusticia clama al cielo grande es la tentación de rechazar por medio de la violencia. Solo en dos casos es posible la violencia, primero, cuando se atenta gravemente contra los derechos fundamentales de la persona, y segundo, cuando se perjudica peligrosamente el bien común del país.

En cualquier caso, al instinto violento humano se le ha atribuido un trascen-dental valor de adaptación, argumentándose, con relativa simpleza, que el hombre procede de fieras carnívoras y de acuerdo con su especie seguirá siendo una bestia que mata, hechos que han venido a mostrar lo inevitable de la violencia en función de la adaptación y supervivencia, de manera que aquella ha sido alabada por algunas doctrinas y filosofías, incluso autores cualificados, como es el caso de Desmond Morris que exhorta a la necesi-dad de aumentar la violencia en la sociedad para que no se aburra, y que George Sorel afirme sobre ella que es un fenómeno originario de la vida que no necesita del beneplácito del Derecho para su existencia. Sorel predi-ca y propone la brutalización de la sociedad para poner fin al capitalismo bancario y otros fenómenos de decadencia de la burguesía, sosteniendo que la violencia es la gran pasión, la íntima fuerza mística y el poder irra-cional reconstructor.

Las teorías biológicas de la agresividad afirman, de un lado, que la génesis de la misma procede de la anormalidad cromósomica xyy, sostenida por Jacob y colaboradores, Nature, 1965, y luego por Ferreira Moyano co-mo factor que predispone a la conducta desviada y violenta, y de otro, aquellos derivados de extensos datos recogidos en la clínica humana y otros originados en las experiencias con animales, en los que se relaciona la agre-sividad con andrógenos, protesgerona, aminas biogénicas (adrenalina, nora-drenalina, dopamina, serotonina, y aceticolina) que modulan la función de circuitos cerebrales de los que dependen conductas emocionales.

Antes de Freud la agresividad se concibió como un subproducto de la frus-tración. Freud entendió la agresividad como un “quantum de energía” inherente, ligada al instinto de muerte, que intenta retornar la materia viva a su condición inorgánica (Antonio Tenorio Adame, Juventud y Violencia, pág. 71).

K. Lorenz mantiene la tesis de que la agresividad sirve para algo bueno en el sentido de permanencia de las especies y el equilibrio natural.

Margaret Mead y Maniloswki sostienen que existen sociedades que mo-delan en los individuos estereotipos violentos/o no en la conducta habitual, así entre los Arapesch, promueven la dulzura en los comportamientos y comprensión en las relaciones, mientras que entre los Mundugumur, el mo-delo agresivo-violento reina entre los dos sexos, entrenándose a los niños desde su más tierna infancia, y más allá, entre los Thcambuli, donde se pro-picia que los modelos agresivos sean exclusivos en las hembras, y pacíficos entre los varones.

Frederic Wertham afirma que cuando un acto violento se lleva a cabo só-lo o asociado, implica que el sujeto trata de mitigar o negar sus sentimien-tos habituales de inferioridad.

David Krech, en su obra Psicología Social, segunda edición, Biblioteca Nueva, página 127, vincula tanto la agresividad cuanto la violencia al au-mento de tensiones producidas por frustraciones persistentes que se canali-zan mediante acciones conflictivas que parecen aliviar temporalmente aquellas frustraciones. La agresividad puede adoptar la forma de sentimien-tos y actitudes de cólera y rabia, de violencia física contra los objetos y contra las personas, de ataques verbales y de fantasías

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