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Hecho Religioso

juframg5 de Enero de 2013

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El Hecho Religioso

Descripcion General.

La religiosidad es un fenómeno verdaderamente universal. No se conoce ningún pueblo sin religión. Las esperanzas que algunos autores, de formación racionalista, tenían de encontrar pueblos primitivos sin ella quedó fallida: no se ha hallado ni uno solo, e incluso en todos ellos se encuentra más o menos viva la creencia en un Ser Supremo, si se exceptúa la Melanesia, de la que no siempre consta. Ciertamente, como bien nota Radin, una cosa es la existencia universal de la religiosidad, y otra el grado con que la viven los individuos. Por eso, matizando la afirmación anterior desde una perspectiva sociológica, habría que decir que en todos los pueblos, y en todas las r., aun las más arcaicas, es dado hallar algunos individuos egregiamente religiosos, que son como el fermento de la masa; un gran número de gente religiosa que vive su religiosidad de un modo ordinario o común, es decir, sinceramente e incluso con hondura, pero sin rasgos acusados y sin manifestaciones egregias; otro gran número de personas tibias, _que, sin negar a Dios, viven en la práctica inmersas en las preocupaciones temporales y cuya religiosidad se reduce a ciertas prácticas domésticas y a participar del fervor colectivo en las grandes fiestas y conmemoraciones; y, finalmente, una minoría exigua positivamente antirreligiosa o atea. Como resumen de una constatación fáctica, cabe, pues, decir que la universalidad de la religiosidad abarca a todas las culturas y pueblos, pero no a todos los individuos en el mismo grado.

Analizaremos el hecho religioso, universal, intentando primero lograr un concepto de r., y señalando después algunos de sus elementos y manifestaciones fundamentales.

1. Concepto de religión. Para llegar a una definición nos serviremos de tres consideraciones: la filológica o etimológica, la histórica y la filosófica.

2. Etimológicamente se ha derivado la palabra r. de: a) relegere: releer o considerar atentamente lo pertinente a los dioses (Cicerón); b) religare: porque nos religa o revincula a Dios, de quien estábamos separados (Lactancio, S. Agustín); c) relegere: elegir a Dios nuevamente, ya que por nuestro pecado nos habíamos apartado de Él (S. Agustín); d) relinquere: nos ha sido dejada o transmitida por la tradición de los antepasados, y, en último término, fue revelada a ellos, algo recibido (Macrobio). Después de referir las tres primeras etimologías señaladas, S. Tomás de Aquino concluye, subrayando el elemento común: «la religión dice orden o relación a Dios» (Sum. Th. 2-2 q81 al). En todas ellas aparece también la referencia a un elemento de orientación voluntaria del hombre a un orden de poderes personales que reconoce como superiores a él, y de los cuales se sabe dependiente. A este respecto Cicerón destaca la conversión intelectual, Lactancio y S. Agustín, la de la voluntad; mientras Macrobio destaca que esa misma conversión -y con ella la r.- no es determinada en su forma por el hombre, sino por la iniciativa divina.

Históricamente es fácil constatar -como decíamosla existencia del hecho religioso; no así llegar a una definición, ya que, obviamente, las r. no se han definido a sí mismas. No obstante, al estudiarlas, advertimos en todas ellas algunos elementos comunes, que sintéticamente (cfr. en 2 una descripción más amplia) pueden resumirse así: el hombre debe vivir con un sentido de dependencia total con relación a un orden suprahumano, que trasciende cuando la experiencia sensible puede percibir. Casi siempre, por no decir siempre -las escasas excepciones son sólo aparentes-, se concibe ese orden trascendente con un carácter personal, es decir, formado por un ser o seres personales, a los que se rinde culto, y cuyo favor se implora. Mas si la r. ha de circunscribirse a la relación con esos seres personales, o bien ha de extenderse también a fuerzas o abstracciones impersonales, es cosa que no permite resolver con certeza la mera consideración histórica: de aquí que las definiciones de r. dadas por los historiadores del hecho religioso sean múltiples y, a menudo, excesivamente vagas.

Filosóficamente se llega a una mayor precisión. Siendo la r. un fenómeno universal humano, deberán buscarse sus raíces en tendencias también universales de la naturaleza del hombre, de modo que el estudio de esas tendencias sirve para definir y circunscribir el hecho religioso: deberá así considerarse como religioso lo que se deba a esas tendencias o por ellas se explique; no religioso, lo que se deba a otras causas; desviación religiosa, los fenómenos en que estén presentes esas tendencias, pero deformadas por otras o por hechos que les sean contrarios.

Situados en esta línea hay que partir de la consideración de que el hombre es creatura, y, como tal, un ser real y al mismo tiempo radicalmente limitado y dependiente. Como inteligente, es consciente de su ser y de sus posibilidades y de su dependencia y limitación, lo que, en el orden intelectual-eurístico, le conduce al reconocimiento de la verdad de Dios, y , en el intelectual-afectivo a buscar y a sentir «la necesidad de ser ayudado y dirigido por un ser superior; y este Ser, sea el que sea, es el Ser que todos llamamos Dios» (S. Tomás, Sum. Th. 2-2 q85 al). Así se engendra el sentimiento de búsqueda y dependencia de un Poder trascendente personal que, cuando se acepta libremente, se convierte en religión. Será religioso cuanto provenga de esa tendencia de la creatura al Creador.

Como explanación de esa tendencia, está el ansia innata de felicidad, que sólo en el bien infinito se puede cumplir (S. Agustín, Confesiones, 1,1,1), y el sentimiento de obligación moral percibida por el hombre como algo que se le impone, es decir, que no nace de él sino que deriva de un poder trascendente. Ambos aspectos no hacen más que especificar la ordenación y la dependencia intrínseca del hombre creatura en los aspectos psicológico y ético; a la vez que destacan en la r. dos elementos importantes: la conciencia del destino futuro y la obligación moral.

El hombre es libre, y es con su libertad como debe acoger su dependencia frente al poder divino. De esa forma la r., aunque viene de lo que trasciende al hombre, ha de radicarse en él. Y, en ese sentido, es virtud. Pero la libertad implica la posibilidad de la rebeldía: el que el hombre intente bastarse a sí mismo, autoafirmarse como ser cerrado en sí; y es esto lo que engendra la actitud irreligiosa o antirreligiosa.

Resumiendo las tres consideraciones antedichas, puede definirse la religión-virtud como: «la proyección total y libre del hombre hacia un Trascendente personal, del que se reconoce depender en absoluto, y del que espera la asecución de sus propios destinos». Y la r. objetiva como: «todo cuanto implique para su existencia la religión subjetiva o religión-virtud, ya sea como presupuesto, ya sea como consecuencia natural». Sus elementos principales son: las verdades creídas, la obediencia moral, y el culto externo, el sacrificio, y, sobre todo, la oración.

Dado que el hombre es una criatura falible la realidad religiosa puede realizarse en él deficientemente, tanto en el orden objetivo, en el que puede introducirse el error -y así el Trascendente personal es a veces percibido de modo deficiente, con deformaciones del orden del politeísmo (v.), del panteísmo (v.), etc—, como en el subjetivo, ya que, combatido el hombre por las dos tendencias contrarias de sumisión e independencia, puede ceder a esta última cayendo en la arreligiosidad (ausencia de sumisión) o incluso en la irreligiosidad (rebeldía positiva y activa frente a lo Trascendente).

2. Elementos más comunes del hecho religioso. Resulta difícil hacer una descripción que sea universalmente válida, ya que, como se ha señalado, el hombre no sólo conoce la diversidad, sino que está sujeto al error. El método comparativo-histórico tropieza aquí con límites insuperables. Cabe no obstante destacar algunos puntos comunes, que enumeraremos a continuación. En nuestra descripción nos detendremos más en las r. arcaicas, tanto por ser menos conocidas que las posteriores, como por el peculiar interés que, por razones metodológicas y apologéticas, siempre les ha concedido la historia de las r. (v. t. PRIMITIVOS, PUEBLOS II).

a) Creencia en un mundo invisible, supra-sensible, de radiancia y esplendor, no sujeto a las leyes o limitaciones de tiempo y espacio; mundo que, de modo misterioso, actúa de continuo en el universo visible, que es como su sombra, imagen o creación. Este mundo suprasensible u orden trascendente es reconocido como de orden personal, es decir, como el orden o modo de existencia propió de Dios, que es reconocido como persona. A este reconocimiento se dan -como ya advertíamos- pocas excepciones, aunque, y esto más frecuentemente, se mezclen deformaciones de tipo politeísta, antropomórfico, etc.

b) Conciencia de la posibilidad de participación en ese mundo trascendente, con el que el hombre se sabe relacionado, puesto que de algún modo viene de él y podrá entrar a él después de la muerte. De ahí la «nostalgia del paraíso», en la que Mircea Eliade ve uno de los sustratos de toda religión. Idea que en ocasiones se expresa con la creencia en un primer antepasado -en las culturas matriarcales, primera antepasada-, que vivió en ese mundo trascendente, y de él decayó por un pecado misterioso, pero que enseñó a sus descendientes el modo de volver a entrar en contacto con él, mediante prácticas que difieren según las culturas. En esos casos toda la r. se presenta así como arrancando del primer antepasado y, por tanto, como algo que no está al arbitrio de sus descendientes. Tampoco arranca del arbitrio del primer padre, pues él recibió del

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