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CANTO A LA ARGENTINA

EMAK31 de Mayo de 2015

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Canto a la Argentina

Rubén Darío

¡Argentina! ¡Argentina!

¡Argentina! El sonoro

viento arrebata la gran voz de oro. ,

y el pulmón fuerte, bajo los cristales

del azul, que han vibrado,

lanza el grito: Oíd, mortales,

oíd el grito sagrado.

Oíd el grito que va por la floresta

de mástiles que cubre el ancho estuario,

e invade el mar; sobre la enorme fiesta

de las fábricas trémulas, de vida;

sobre las torres de la urbe henchida;

sobre el extraordinario

tumulto de metales y de lumbres

activos; sobre el cósmico portento

de obra y de pensamiento

que arde en las poliglotas muchedumbres;

sobre el construir, sobre el bregar, sobre el soñar,

sobre la blanca sierra,

sobre la extensa tierra,

sobre la vasta mar.

¡Argentina, región de la aurora!

¡Argentina, región de la aurora!

¡Oh, tierra abierta al sediento

de libertad y de vida,

dinámica y creadora!

¡Oh barca augusta, de proa

triunfante, de doradas velas!

De allá de la bruma infinita,

alzando la palma que agita,

te saluda el divo Cristóbal,

príncipe de las Carabelas.

Te abriste como una granada,

como una ubre te henchiste,

como una espiga te erguiste

a toda raza congojada,

a toda humanidad triste,

a los errabundos y parias

que bajo nubes contrarias

van en busca del buen trabajo,

del buen comer, del buen dormir,

del techo para descansar.

y ver a los niños reír,

bajo el cual se sueña y bajo

el cual se piensa morir.

¡Éxodos! ¡Éxodos! Rebaños

de hombres, rebaños de gentes

que teméis los días huraños,

que tenéis sed sin hallar fuentes,

y hambre sin el pan deseado,

y amáis la labor que germina.

Los éxodos os han salvado:

¡Hay en la tierra una Argentina!

He aquí la región del Dorado,

he aquí el paraíso terrestre,

he aquí la ventura esperada,

he aquí el Vellocino de Oro.

he aquí Canaán la preñada,

la Atlántida resucitada;

he aquí los campos del Toro

y del Becerro simbólicos;

he aquí el existir que en sueños

miraron los melancólicos,

los clamorosos, los dolientes

poetas y visionarios

que en sus olimpos o calvarios

amaron a todas las gentes.

He aquí el gran Dios desconocido

que todos los dioses abarca.

Tiene su templo en el espacio;

tiene su gazofilacio

en la negra carne del mundo.

Aquí está la mar que no amarga,

aquí está el Sahara fecundo,

aquí se confunde el tropel

de los que a lo infinito tienden,

y se edifica la Babel

en donde todos se comprenden.

Tú, el hombre de las estepas,

sonámbulo de sufrimiento,

nacido ilota y hambriento,

al fuego del odio huido,

hombre que estabas dormido

bajo una tapa de plomo,

hombre de las nieves del zar,

mira al cielo azul, canta, piensa;

mujik redento, escucha cómo

en tu rancho, en la pampa inmensa,

murmura alegre el samovar.

¡Cantad, judíos de la pampa!

Mocetones de ruda estampa,

dulces Rebecas de ojos francos,

Rubenes de largas guedejas,

patriarcas de cabellos blancos,

y espesos como hípicas crines;

cantad, cantad, Saras viejas

y adolescentes Benjamines,

con voz de vuestro corazón:

¡Hemos encontrado a Sión!

Hombres de Emilia y los del agro

romano, ligures, hijos

de la tierra del milagro

partenopeo, hijos todos

de Italia, sacra a las gentes,

familia que sois descendientes

de quienes vieron errantes

a los olímpicos dioses

de los antaños, amadores

de danzas gozosas y flores

purpúreas y del divino

don de la sangre del vino;

hallasteis un nuevo hechizo,

hallasteis otras estrellas,

encontrasteis prados en donde

se siembra, espiga y barbecha,

se canta en la fiesta del grano

y hay un gran sol soberano,

como el de Italia y de Jonia

que en oro el terruño convierte:

el enemigo de la muerte

sus urnas vitales vierte

en el seno de la colonia.

Hombres de España poliforme,

finos andaluces sonoros,

amantes de zambras y toros,

astures que entre peñascos,

aprendisteis a amar la augusta

Libertad, elásticos vascos

como hechos de antiguas raíces,

raza heroica, raza robusta,

rudos brazos y altas cervices,

hijos de Castilla la noble

rica de hazañas ancestrales;

firmes gallegos de roble;

catalanes y levantinos

que heredasteis los inmortales

fuegos de hogares latinos;

iberos de la península

que las huellas del paso de Hércules

visteis en el suelo natal:

¡he aquí la fragante campaña

en donde crear otra España

en la Argentina universal!

¡Helvéticos! La nación nueva

ama el canto del libre. ¡Dad

al pampero, que el trueno lleva,

vuestros cantos de libertad!

El Sol de Mayo os ilumina.

Como en la patria natal

veréis el blancor que culmina

allá donde en la tierra austral

erige una Suiza argentina

sus ventisqueros de cristal.

Llegad, hijos de la astral Francia:

hallaréis en estas campiñas

entre los triunfos de la estancia

las guirnaldas de vuestras viñas.

Hijos del gallo de Galia

cual los de la loba de Italia

placen al cóndor magnífico,

que ebrio de celeste azur

abre sus alas en el sur

desde el Atlántico al Pacífico.

Vástagos de hunos y de godos,

ciudadanos del orbe todos,

cosmopolitas caballeros

que antes fuisteis conquistadores.

piratas y aventureros,

reyes en el mar y en el viento,

argonautas de lo posible,

destructores de lo imposible,

pioneers de la Voluntad:

he aquí el país de la armonía,

el campo abierto a la energía

de todos los hombres. ¡Llegad!

Os espera el reino oloroso

al trébol que pisa el ganado,

océano de tierra sagrado

al agricultor laborioso

que rige el timón del arado.

¡La pampa! La estepa sin nieve,

el desierto sin sed cruenta,

en donde benéfico llueve

riego fecundador que aumenta

las demetéricas savias.

Bella de honda poesía,

suave de inmensidad serena,

de extensa melancolía

y de grave silencio plena;

o bajo el escudo del sol

y la gracia matutina,

sonora de la pastoral

diana de cuerno, caracol

y tuba de la vacada;

o del grito de la triunfal

máquina de la ferro-vía;

o del volar del automóvil

que pasa quemando leguas,

o de las voces del gauchaje,

o del resonar salvaje

del tropel de potros y yeguas.

¡La pampa! Inmolad un corcel

a Hiperión el radiante,

cual canta un dueño del laurel

del Lacio. ¡La pampa fragante!

En la extendida luz del llano

flotaba un ambiente eficaz.

Al forastero, el pampeano

ofreció la tierra feraz;

el gaucho de broncínea faz

encendió su fogón de hermano,

y fue el mate de mano en mano

como el calumet de la paz.

¡Oh, cómo, cisne de Sulmona,

brindaras allí nuevos fastos,

celebrarías nuevos ritos

y ceñirías la corona

lírica por los campos vastos

y los sembrados infinitos!

Otros Evandros de América

juntarán arcádicos lauros

mientras van en fuga quimérica

otros tropeles de centauros.

Animará la virgen tierra

la sangre de los finos brutos

que da la pecuaria Inglaterra;

irán cargados de tributos

los pesados carros férreos

que arrastran candentes y humeantes

los aulladores elefantes

de locomotoras veloces;

segarán las mieses las hoces

de artefactos casi vivientes;

habrá montañas de simientes;

como en litúrgico aparato

se herirán miles de testuces

en las hecatombes bovinas;

y junto al bullicio del hato,

semejantes a ondas marinas

irán las ondas de avestruces.

Pasarán los largos dragones

con sus caudas de vagones

por la extensión taciturna

en donde el árbol legendario

como un soñador solitario

da sus cabellos al pampero.

Y en la poesía nocturna,

surgirá del rancho primero

el espíritu del pasado

que a modo de luz vaga existe,

cuyo último vigor palpita

en el payador inspirado

que lanza el sollozo del triste

o el llanto de la vidalita.

¡Oh, Pampa! ¡Oh, entraña robusta,

mina del oro supremo!

He aquí que se vio la augusta

resurrección de Triptolemo.

En maternal continente

una república ingente

crea el granero del orbe,

y sangre universal absorbe

para dar vida al orbe entero.

...

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