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Cabalgar a pelo por el valle de la duda


Enviado por   •  5 de Diciembre de 2015  •  Ensayos  •  1.796 Palabras (8 Páginas)  •  143 Visitas

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Cabalgar a pelo por el valle de la duda

Brahim Z. Salazar

De unos años para estos días cada vez son más comunes las fiestas bareback 

(no gordos, no feos, gente “estética”, dicen las invitaciones por internet, por lo que quien esto escribe ya se la peló para entrar) entre la población de hombres gays y aquellos que epidemiológicamente se ha clasificado como Hombres que tienen Sexo con otros Hombres (HSH), o sea que tienen prácticas homosexuales pero no han construido una identidad a partir de ello.

Bareback es un término del inglés que significa montar un caballo a pelo.

En el argot gay, bareback significa coger sin condón, también montar a pelo, pues.

Condenadas por el estigma de ser frecuentadas por “malvados” portadores del VIH que buscan transmitirlo deliberadamente o bien por echar por la borda años de trabajo de prevención basada en el uso de condones, las fiestas bareback son una realidad que se debe reflexionar con más herramientas que la paternal cabeza meneándose en negativa condenando una práctica que es más bien común en la población presuntamente heterosexual (si no me creen échense un clavado a cualquier sitio de internet con porno casero buga[1] y hagan un conteo de uso de condones).

Más bien, el bareback tiene que ver con cuestiones de masculinidad: es un asunto de la vida erótica de los hombres y de los propios límites de una sexualidad profundamente normada (desde los juegos púberes de a ver quién se viene primero, hasta la búsqueda cuasi obsesiva de sexo en la red), es entonces, una decisión que se toma a partir de un acumulado de saberes, información, prácticas, expectativas sociales, referentes culturales y de la que hay conciencia plena, o eso pensamos, ¿o no señores?

¿Qué es lo que resulta incómodo entonces?

Tal vez sean los millones que se han invertido en la prevención del VIH, la insistencia en que los gays se portarán bien y serán buenos niños plastificados, que el bareback da “la razón” a todos esos fachos conservadores que al principio de la epidemia dijeron para sus adentros: que se mueran. Y que cuando el dinero empezó a fluir y la epidemia a matar a otras personas que no eran esos perversos, cedieron a cambio de una especie de acto de contrición social donde la corrección política estaría por encima de las libertades de las llamadas poblaciones clave. Y que éstas, al final, desafiaron este nuevo “deber ser” envuelto en látex.

Y habría que ejercer la autocrítica (sobre todos quienes trabajamos directamente en la prevención).

Normar la sexualidad, vivir bajo el estigma

Vivimos bajo un sistema heteronormativo. Es una desgracia, pero así es por ahora.

Este sistema nos dicta el “deber ser”: construye una mirada social, cultural, religiosa, económica, política, familiar sobre la sexualidad, establece una estructura binarista, donde todo aquello que no involucre a un hombre (masculino, heterosexual), una mujer (femenina, heterosexual), en un acto sexual coital, monógamo, con una función (para la reproducción), orgásmico, en un espacio privado (la recámara, la cama), en el marco de una institución (el matrimonio) es, al menos raro, pecaminoso, oscuro, enfermo…[2]

(ya veo al lector dudando de seguir leyendo porque de vez en cuando se hace una paja o porque le gusta el spanky).

Y yo agregaría un elemento que no está: cuando el sexo es recreativo bajo este esquema, tiene que haber condones (porque forzosamente hay que meterla, que para eso es).

A partir de esta mirada dada por este sistema de poder, es que se construyen muchas definiciones, jurídicas, patológicas, psicológicas, sexológicas, de lo correcto e incorrecto, se construyen también la culpa y el estigma[3].

El sexo entre hombres es cosa vieja en la historia de la humanidad, sin embargo, con el cristianismo y a través de la historia occidental, esta práctica se fue convirtiendo en pecado y construyendo una figura bien definida del pecador, que después sería el criminal o el enfermo: el sodomita[4].

Teniendo al sujeto definido, sus prácticas sexuales, otrora cotidianas, se convierten ahora en un asunto discreto, lleno de códigos de conducta, señales ocultas y un argot muy específico, especialmente desde el siglo XIX, cuando el sodomita se convierte en el “científicamente” definido homosexual.

Cuidar las conductas, sentirse culpable, ansioso por ser quien se es, vivir en el disimulo de una estructura absolutamente hetero, donde lo peor que le puede pasar a un caballero es ser tildado de puto, tiene un impacto muy específico en las prácticas sexuales: la clandestinidad.

Ante esta homofobia sistémica, lo que queda es aprender a vivir sorteando los dedos flamígeros de la sociedad intimidante.

O bien, organizarse y pelear por los derechos.

En eso se estaba cuando llegó el VIH. Las baterías se enfocaron en salvar vidas y en buscar los recursos para hacerlo. Pero eran vidas que para los poderosos valían menos, porque eran las de esos, los prescindibles, porque no dejarían descendencia, porque van contra natura. Ronald Reagan tardó siete años en hablar del sida, hasta que su amigo, el machazo de Rock Hudson, murió por la enfermedad en 1985.

Hasta entonces, es cierto, el condón era un artículo casi olvidado. Las infecciones se curaban con penicilina y los embarazos se prevenían con la píldora. O sea, los hombres (sin importar prácticas) no estaban habituados al preservativo.

(Para un mejor contexto histórico recomiendo ver la reciente Dallas Buyers Club de Jean-Marc Vallée que describe, mejor que yo, este ambiente estigmatizante de la enfermedad).

Coger a pelo

Sincerémonos: a la gran mayoría de los varones el tema del condón, en la íntima intimidad sigue resultándonos complicado.

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