ESTRATEGIAS COLABORATIVAS PARA LA MEJORA ORGANIZATIVA DE LA ESCUELA RURAL
santia663 de Abril de 2014
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ESTRATEGIAS COLABORATIVAS PARA LA MEJORA ORGANIZATIVA DE LA ESCUELA RURAL*
Joaquín Gairín Sallán
Catedrático de Organización Educativa de la Universidad Autónoma de Barcelona
La colaboración ha sido y es un discurso recurrente. A menudo se utiliza para denotar una ilusión (¡hemos de ser colaborativos!), para comprometer una actuación (¡debe aumentar nuestro nivel de colaboración!) o para justificar un fracaso (¡No se trabajó coordinadamente!). La literatura especializada habla de la excelencia del trabajo en equipo (Lieberman, 1990; Carreño, 1992; Inger, 1993; Senge, 1995; etc.), la Administración educativa lo reclama como una actuación deseada para los centros escolares (M.E.C, 1989abc, 1994, etc.) y los propios profesores también la mencionan como necesaria.
Sin embargo, la realidad denota un panorama desolador, donde la colaboración, cuando existe, se considera una excepción, que parece primar los procesos relacionados con la efectividad, la competencia (mejora frente a los demás) y el individualismo. Aún siendo así, creemos que merece la pena plantearse el tema cuando comprobamos que, a pesar de las dificultades existentes, la investigación y algunas prácticas señalan que es una realidad presente en algunos contextos educativos.
Y parece necesario hacerlo desde la perspectiva institucional, como marco de referencia que facilita o no esa posibilidad. El énfasis que se ponga en los procesos colaborativos queda condicionado por las metas y valores que se plantean las instituciones y por los que asumen y practican sus miembros; también por la existencia o no de estructuras que los faciliten (departamentos didácticos, equipos educativos) y por los recursos materiales (espacios, mobiliario,…) y funcionales (tiempos, financiación,..) que se pongan a su disposición.
Los recursos humanos comprometidos y, sobre todo, las actitudes personales y, la motivación y el interés por la mejora, serán fundamentales en el proceso colaborativo. Los mecanismos de información, comunicación, participación, toma de decisiones u otros procesos del sistema relacional que se pongan en marcha actuarán como referentes y con gran influencia sobre la realidad.
Si la colaboración interinstitucional parece necesaria no lo es menos la intrainstitucional, si consideramos la educación como un proyecto social y colectivo que transciende el marco escolar y compromete a la sociedad como construcción colectiva. Desde esta perspectiva, se plantea la presente aportación, que revisa tanto las conceptualizaciones como las prácticas que apoyan este planteamiento educativo.
Las anteriores reflexiones iniciales, presentadas en el marco de un congreso** y recogidas en una publicación reciente (Gairín, 2000), sirven como posicionamiento inicial sobre el tema. Las realizadas y otras que se recogen en la publicación señalada serán la base para el análisis que pretendemos derivar a un aspecto diferencial de la organización como, es el relacionado con la atención a los contextos rurales. Partiremos de lo general a lo particular, tratando de responder a algunos interrogantes (¿de qué hablamos?, ¿vías para fomentar la colaboración?, ¿la colaboración en la escuela rural?), será la estrategia que nos ha de permitir revisar aspectos conceptuales, aplicativos y diferenciales en el tema que tratamos.
1.- ASPECTOS CONCEPTUALES.
Hablar de colaboración supone asumir, explícita o implícitamente, un conjunto de considerandos que tienen que ver con la concepción que se tenga del funcionamiento de la realidad, con los valores educativos que se asumen y con las prioridades que se establecen. Exige también clarificar el sentido y contenido que tiene cualquier referencia a estrategias de trabajo colaborativo.
1.1. LA COLABORACIÓN NO ES UN CONCEPTO VACÍO
A.- Enlaza con una determinada concepción de la realidad.
La colaboración no se suele plantear en una perspectiva tecnológica y, si lo hace, se considera como medio para lograr una mejor posición de mercado frente a la competencia. De hecho, el proceso colaborativo puede considerarse como algo peligroso, al poner en duda el valor y sentido de unas estructuras que funcionan verticalmente y una división del trabajo que prima el trabajo mecánico e individual sobre la actividad que da participación al trabajador y que premia su iniciativa.
La colaboración resulta substancial al trabajo organizativo en los planteamientos culturales o enfoques interpretativo-simbólicos Una cultura individualista choca con un proceso colectivo comprometido con la construcción de una realidad compartida. La colaboración ha de ser la estrategia a partir de la cual se hace realidad el acercamiento a percepciones, expectativas e ilusiones comunes.
El planteamiento socio-crítico la entiende como un medio para superar una realidad supuestamente mejorable. A través de la colaboración se puede llegar a fomentar la reflexión y el debate sobre las situaciones, descubriendo los mecanismos de alineación y favoreciendo el fortalecimiento de procesos que ayuden a la defensa de los diferentes intereses.
No podemos disociar, por tanto, el valor y sentido que demos a la colaboración de las concepciones y prácticas imperantes. Un contexto tecnicista como el que existe, donde abunda el individualismo, la fragmentación y la privacidad no puede ser el marco adecuado para desarrollar procesos colaborativos. Como ya mencionaba Hargreaves (1994) en la conferencia que pronunció en la Universidad de Málaga, la irracionalidad burocrática ha llevado al individualismo y a la balcanización, ha impedido la colaboración y ha enajenado a los profesores.
Los “aires” neoliberales que abogan, bajo el falso argumento de que la escuela funciona mal por la inexistencia de un verdadero mercado educativo, por la introducción de medidas dirigidas a fomentar la competencia interna y desarrollar un sistema que tenga como base el mérito y el esfuerzo individual, además de otras medidas de reducción del gasto y de flexibilización de las formas de contratación, no parecen ser un contexto adecuado.
Tratar de resquebrajar esta “cultura del individualismo”, que imposibilita deshacerse de determinados valores y creencias, no parece una cuestión fácil. Promover la colegialidad y el sentido del trabajo en equipo sería una posibilidad en el marco de un cambio cultural en que nuevos valores como solidaridad, coordinación, colaboración, respecto a la autonomía, interdependencia, reflexión, debate y negociación confieren el marco de un cambio educativo permanente.
Cambiar la orientación y revertir el proceso exige moverse tanto en el campo de las propuestas políticas como en el campo del cambio cultural. Es preciso potenciar un nuevo sentido común: democrático, de los derechos, de la ciudadanía y de la igualdad.
Para combatir el neoliberalismo es necesaria la batalla cultural. Hay que demostrar que la realidad que plantea es inviable, hay que trabajar para una nueva definición de la ética ciudadana, del espacio público, de la posibilidad de crear una verdadera democracia. Es necesario que la sociedad se guíe por objetivos de bienestar de los ciudadanos, y no por la simple lógica del mercado. Es totalmente irracional poner la sociedad al servicio del mercado, y no el mercado al servicio de la sociedad. (Polo, 1997:78-79)..
B.- Es un valor coherente con las finalidades del proceso educativo
Señaladamente se han mencionado como fines de la educación el potenciar una escala de valores (perspectiva individual) y el favorecer los procesos de socialización (perspectiva social). Ligada a esta última surge el interés por cultivar y desarrollar valores colectivos como puedan ser los de respeto, equidad, justicia y colaboración, reforzados por la extensión de la participación social y por el desarrollo de las democracias políticas.
No constituye ninguna novedad, sin embargo, el hablar de cooperación y trabajo en grupo en educación. Ya en el siglo XVIII se propugnaba en las escuelas religiosas de élite la función de tutoría de un compañero sobre otro y Thomas Hopkins señalaba en 1940 a la interacción y la democracia como elementos educativos de primer orden (Mir, 1998:5). Tampoco podemos olvidar las aportaciones que se nutren de la interacción social y del trabajo en grupo, como las de Ovidio Decroly, Roger Cousinet o Celestin Freinet, entre otros..
Recientemente, la necesidad de reforzar planteamientos colaborativos se presenta como una de las posibles respuestas a las necesidades que exige la adaptación a los rápidos cambios que en el ámbito social y cultural se plantean. Cada vez más se evidencia, a pesar del individualismo a que conducen ciertas prácticas económicas y sociales, la dependencia de unos sobre otros. Se habla del trabajo en equipo y se pondera la capacidad de flexibilizar posturas, de saber compartir y de consensuar formas de actuar.
No es de extrañar por todo ello que se dé un resurgimiento de los planteamientos pedagógicos de carácter cooperativo en la escuela. Las aportaciones que proporcionan para el estudiantado son apuntadas por Rué como sigue:
• “Como estrategia de desarrollo cognoscitivo.
• Como metodología para la interacción: para la comunicación en la resolución de problemas, en el contraste de procedimientos o para la construcción de conceptos y de esquemas, sean éstos de carácter cognoscitivo, éticos, de competencias o procedimentales.
• Como una organización del trabajo que favorece hábitos meta cognoscitivos o de autoevaluación.
• Como estrategia para la socialización: lleva implícitos unos determinados valores sociales (de integración académica,
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