Educar Para Una Nueva Sociedad
teresa8425 de Octubre de 2014
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PRESENTACIÓN
La educación es una responsabilidad que todas las personas compartimos. El ser humano está llamado a desarrollarse para afianzar su identidad y alcanzar su plenitud, lo cual no se puede lograr sino en la mutua relación, pues fuimos creados para vivir y crecer con los demás y para los demás.
Por la Encarnación, Dios vino a nuestra historia, asumiendo Él mismo todo lo humano y descubriéndonos que su Persona es “camino, verdad y vida”. En este contexto, la Iglesia continúa la misión de su fundador acompañando a los creyentes y prestando un servicio a toda la sociedad en este proceso permanente de búsqueda y conquista de su realización, conforme a las exigencias de su dignidad y a las oportunidades de cada época y situación cultural.
Por ello, los obispos mexicanos, después de dialogar con numerosos actores de la vida social –especialmente los dedicados a la educación--, invitamos a todos a participar con la mayor seriedad y prontitud en la respuesta a este gran desafío que a nivel mundial se reconoce como una emergencia educativa. Los efectos de esta emergencia educativa se manifiestan en un sinnúmero de realidades sociales, económicas, políticas, culturales y, también, religiosas que estamos padeciendo.
Es nuestra obligación, como sucesores de los apóstoles, dirigir palabras de verdad a un pueblo que vive horas aciagas y que, al no encontrar salida, corre peligro de perder sus valores de identidad, profundamente cristianos. En el documento preparatorio para la XIII Asamblea General del Sínodo de
los Obispos, a celebrarse en octubre de 2012 en el Vaticano y que será la puerta de entrada al Año de la Fe, se describe el tema de la emergencia educativa y las consecuencias de transmitir la fe y los valores a las nuevas generaciones; transmisión que, en sociedades tradicionales como la nuestra, se daba por un hecho y que no se está produciendo:
“Aquí está la emergencia educativa: ya no somos capaces de ofrecer a los jóvenes, a las nuevas generaciones, lo que es nuestro deber transmitirles. Nosotros estamos en deuda en relación a ellos también en lo que respecta a aquellos verdaderos valores que dan fundamento a la vida. Así termina descuidado y olvidado el objetivo esencial de la educación, que es la formación de la persona, para hacerla capaz de vivir en plenitud y de dar su contribución al bien de la comunidad. Por ello crece, desde diversos sectores, la demanda de una educación auténtica y el redescubrimiento de la necesidad de educadores que sean verdaderamente tales. Dicho pedido asocia a los padres (preocupados, y con frecuencia angustiados, por el futuro de los propios hijos), a los docentes (que viven la triste experiencia de la decadencia de la escuela) y a la sociedad misma, que ve amenazada las bases de la convivencia”.
Pensamos, finalmente, que la emergencia educativa que padece México, no deja lugar a justificaciones e inacciones: o actuamos ahora, o las próximas generaciones nos lo van a reclamar con vehemencia y acritud. Quienes seguimos a Jesús, aún en este difícil escenario, proclamamos que hay Esperanza e invitamos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a descubrir algunas razones para ello en las siguientes páginas.
Por la Conferencia del Episcopado Mexicano:
MONS. CARLOS AGUIAR RETES MONS. VICTOR RENÉ RODRÍGUEZ
Arzobispo de Tlalnepantla Obispo Auxiliar de Texcoco
Presidente de la CEM Secretario General de la CEM
MONS. ALFONSO CORTÉS
Obispo de Cuernavaca
Representante de la Dimensión de Pastoral educativa
MAPA DEL DOCUMENTO
Para facilitar la comprensión y la lectura del texto, hemos dividido su contenido en cuatro partes, tomando en consideración tanto las copiosas propuestas de los obispos de México aportadas durante la Asamblea General de la Conferencia Episcopal celebrada en noviembre del año 2011, la opinión de diversos expertos en educación, y los muchos encuentros y diálogos con una gran cantidad de actores de la vida educativa de nuestro país y de nuestra Iglesia.
En la primera parte de nuestra exposición, describimos los rasgos característicos del desafío educativo mexicano y del tipo de sociedad que nos encontramos construyendo. Nuestra reflexión abarca la realidad educativa, tanto en su dimensión general, en la que todos nos descubrimos responsables de la tarea educativa, como en su dimensión particular y en las actividades propias de los diversos niveles escolares.
De esta manera, intentamos superar el reduccionismo que limita la preocupación y la responsabilidad por la educación a la labor de educadores y especialistas. Es tiempo de avanzar hacia una responsabilidad compartida por la sociedad mexicana en su conjunto.
En la segunda parte, exploramos el pasado y el presente del papel que la Iglesia ha jugado y está jugando en la educación en México. Ofrecemos al lector temas a considerar sobre la responsabilidad que tenemos los católicos no sólo al interior de los espacios eclesiales --siempre importantes-- sino, principalmente, en aquellos espacios sociales en los que estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe.
El desafío educativo que describimos, no está limitado a los ámbitos marcados por una atmósfera cristiana ni a las instituciones educativas oficiales y privadas; se extiende hacia una amplia gama de realidades y tareas en las que la educación posee importancia decisiva para la reconstrucción del tejido social.
En la tercera parte subrayamos los elementos fundamentales que encontramos en la Antropología cristiana y que nos pueden ayudar a recuperar un concepto de educación que responda a la naturaleza y dignidad de la persona humana e ilumine los procesos de transformación que México requiere.
Sabedores que la fe cristiana comporta una fundamentación razonable, accesible a todas las personas independientemente de sus creencias religiosas, mostramos que la educación no puede ser fiel a su pretensión esencial sin descubrir un parámetro antropológico que la guíe y la sostenga. Dicho parámetro está basado en evidencias elementales que descubren la estructura y diferentes dimensiones que integran al ser humano como persona. En este apartado, advertimos ya el tipo de sociedad que estamos llamados a construir si deseamos responder a la persona y a su legítimo derecho a perfeccionarse a través de la educación.
En la cuarta parte, los obispos invitamos a todos los católicos y personas de buena voluntad a asumir el compromiso, como verdaderos protagonistas en el fortalecimiento y mejora de la educación en México.
En este apartado se enuncian las tareas sustantivas que tienen la intención, primero, de enfrentar la emergencia educativa desde la acción y, segundo, recordar que los cristianos hemos de aprender a colaborar con todos los hombres y mujeres de buena voluntad en la nueva acción educativa que nuestra nación requiere.
Primera Parte
Una Realidad que nos Interpela
CAPITULO I
La tarea educativa
Responsabilidad compartida
1. En la compleja realidad social que vive nuestro país, los signos positivos de esperanza y de vida se entrelazan con las manifestaciones y acontecimientos sembradores de violencia, de frustración y de muerte que afectan a todos los ciudadanos y en particular a los cristianos.
Al asumir Jesucristo la condición humana, no sólo le dio un nuevo sentido a la historia de los hombres, sino que sembró en ella, mediante su Resurrección y la acción vivificante del Espíritu Santo, el germen de la esperanza, de la felicidad y de la inmortalidad.
El testimonio de su vida, su Evangelio y su Espíritu, nos obligan a leer los acontecimientos, por más dolorosos que sean, como “signos de los tiempos”; es decir, hechos significativos y esperanzadores que nos interpelan para vencer el mal con el bien. La presencia del Resucitado en su Iglesia es garantía de triunfo sobre el mal, el pecado y la muerte. Hemos sido salvados en esperanza y avanzamos hacia la victoria. Lo cual no impide que nuestra responsabilidad y compromiso sea con el aquí y el ahora.
Primer presupuesto: el cambio de época
2. Uno de los enunciados centrales del documento conclusivo de la V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Aparecida, Brasil, en mayo de 2007, establece que nos encontramos inmersos en “un cambio de época cuyo nivel más profundo es el cultural”. La cultura implica “el ambiente vital de la persona, el modo en que se relaciona consigo misma, con sus semejantes, con la naturaleza y con Dios” y, por tanto, la manera en que se concibe y expresa el significado de la existencia.
La cultura, por naturaleza se comunica, se crea y se recrea a través de la educación. El cambio cultural que experimentamos ya, exigirá su correspondencia en el campo educativo.
Hay una serie de preguntas que nacen de la urgencia por comprender la realidad que nos interpela, y de responder como sociedad y como Iglesia a las exigencias educativas del corazón de hombres y mujeres de nuestro tiempo. Tres son, a juicio nuestro, las más acuciantes:
¿Cuáles son los rasgos característicos de este profundo cambio cultural del que también somos autores?
¿Qué impacto tiene este cambio en la persona y cuáles son las exigencias educativas que de ahí brotan?
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