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Historia Del Derecho


Enviado por   •  2 de Mayo de 2013  •  2.084 Palabras (9 Páginas)  •  269 Visitas

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1) Elija un concepto de Historia, y explíquelo.

Cualquier definición de una disciplina, para ser clara y precisa, debe contestar tres preguntas básicas: ¿qué es?, ¿qué busca? y ¿para qué sirve?

En el caso de la Historia, se la puede definir como una ciencia -por eso la mayúscula al nombrarla- que estudia el pasado para comprender el presente y prevenir, en lo posible, el futuro.

La Historia estudia el pasado, pero no cualquier pasado, sino aquel en el que se ven involucrados pueblos enteros o poblaciones relacionadas por alguna característica especial. Los hechos particulares y no universales son importantes para la historia personal de cada individuo, su grupo de pertenencia o su familia, pero no alteran ni afectan de ninguna forma a un país, una religión o una disciplina, ya sea que se piense en la historia de una Nación, de un credo o una especialización como puede ser la Historia del Derecho, de la Filosofía o del Arte.

En este punto, el trabajo del historiador es fundamental y conviene tener en cuenta lo dicho por Eduardo Meyer en su estudio “Sobre la teoría y al metodología de la Historia”, publicado en el volumen del autor “El historiador y la Historia Antigua”, México, Fondo de Cultura Económica, 1955. Allí Meyer invitaba a delimitar los hechos individuales en favor de “captar y reproducir la imagen de la marcha de las cosas en su conjunto; las pinceladas de detalle sólo interesan en cuanto ayudan a trazar la imagen total”. Así, para Meyer queda en claro que la biografía no es historia.

Sin embargo, datos que podrían parecer irrelevantes o definitivamente personales de un personaje -concatenados y articulados con otros- pueden mostrar una realidad y ayudar a comprender un momento histórico. De hecho, una anulación matrimonial podría quedar simplemente en eso, incluso en una figura pública, pero en el caso de Enrique VIII de Inglaterra con Catalina de Aragón y posterior casamiento con Ana Bolena dejó de ser una cuestión meramente pasional -si es que lo era- para significar la ruptura de Inglaterra con el Vaticano y la instauración del anglicanismo como religión oficial y las posteriores guerras civiles y derramamiento de sangre durante el breve reinado de la reina María y luego durante el comienzo del gobierno de Isabel I.

De hecho, según José Antonio Maravall, en “Teoría del saber histórico”, Madrid, Revista de Occidente, 1961, “conocer una realidad histórica, captar su sentido, es hacerse inteligible la relación entre las partes y el todo, en esos conjuntos que constituyen el objeto de la Historia. No puede decirse que se trate de un análisis de elementos después del cual venga una segunda fase de construcción sintetizadora. Los datos no tienen el papel de los factores en una operación aritmética o de los sillares en la construcción de un edificio. Su función es más bien la de las pinceladas de color en un cuadro, la de los elementos de un paisaje”.

Cuando en la definición de Historia se habla de comprender el presente se está haciendo referencia a la necesidad de conocer las causas que han influido para crear el presente en el que vivimos y que la prevención a la que hace referencia la definición no tiene que ver con una cuestión de adivinación y de prever, sino con el conocimiento de las ‘constantes’ históricas y el aprovechamiento de dicho conocimiento para corregir lo que pudo no ser beneficioso o puede mejorarse. Si bien “la función del historiador no es ni amar el pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo, como clave para la comprensión del presente” (Edward Hallett Carr: “¿Qué es la historia?”, Barcelona, Seix Barral, 1969), parece más ajustada la idea de C.V. Langlois y C Seignobos en “Introducción a los estudios históricos”, Buenos Aires, La Pléyade, 1972 cuando sostienen que es una “ilusión pasada de moda creer que la historia proporciona enseñanzas prácticas para guiarse en la vida (historia magistra vitae), lecciones de inmediato provecho para individuos y sociedades. Las condiciones en que se producen los actos humanos son raras veces suficientemente semejantes de un modo a otro para que las ‘lecciones de la historia’ puedan ser aplicadas directamente”.

2) ¿Es la Historia una ciencia? ¿Por qué?

Si bien la Historia no es inexorable como lo son otras ciencias formales (física, matemáticas, química) o naturales (biología, medicina, zoología), es una ciencia del hombre o social en cuanto se utiliza un método igualmente riguroso que el de las demás ciencias y tiene la capacidad de emitir las llamadas “constantes”, repeticiones que pueden ser flexibles porque sobre ellas actúa la libertad del hombre y su capacidad de elegir.

El estatuto científico de la Historia será la gran novedad que se desarrollará a partir de la Ilustración y especialmente al comienzo del siglo XIX con la creación en Europa de los Estados-nación, aunque las técnicas -de datación y análisis de documentos que de no existir no habría ciencia posible pues “quod non est in actis, non est in hoc mundo” (lo que no está en actas no existe en este mundo) sobre las que se basará dicho método ya habían venido siendo desarrolladas desde el siglo XVII y tenían precedentes en la propia Antigüedad clásica. Pero “lo importante, sin embargo, no va a ser la efectividad de esas técnicas, sino el efecto retórico que poseerá la palabra ciencia. Frente al prestigio del pensamiento teológico, que había venido funcionando como instrumento de fundamentación del poder político desde la Antigüedad tardía hasta la Revolución francesa, la ciencia y el método científico se configuran como el único tipo de conocimiento de validez universal en la Europa del siglo XIX. Ello se explica debido al desarrollo de las ciencias experimentales y a su engarce progresivo con el desarrollo de la tecnología. Sin embargo, en el caso de la Historia no será su eficacia tecnológica la que la desplace hacia el terreno de la ciencia, sino básicamente la necesidad de encontrar una fundamentación del poder político y del Estado-nación desarrollada sobre una base laica (…) La configuración de la Historia como discurso no se hizo posible únicamente porque unas personas proclamasen su estatuto científico y comenzasen a aplicar sistemáticamente la crítica filológica. De lo que se trató fue de un gran proceso social en el que los enunciados de los historiadores se vieron refrendados por un proceso de reconocimiento social que abarcó desde el reconocimiento legal del patrimonio artístico y documental y su protección progresiva, con la creación de redes de archivos, bibliotecas

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