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La Filosofia Nahualt

1703201323 de Mayo de 2014

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LA FILOSOFÍA NÁHUATL Miguel León-Portilla Existen antiguas inscripciones, representaciones iconográficas, códices y otros manuscritos que ofrecen testimonios acerca de la visión del mundo y la sabiduría prevalentes entre los pueblos de idioma náhuatl en la región central de México. Hay incluso, entre dichos testimonios, algunos que muestran que hubo sabios, tlamatinime, "los que saben algo", que plantearon problemas en torno a la divinidad, el origen, ser y destino del hombre y el mundo, paralelos a los que, en otras latitudes y tiempos, han sido objeto de la que se conoce como reflexión filosófica Con apoyo en tales testimonios es posible atender a: 1] La antigua visión del mundo en estrecha relación con las creencias míticas; 2] La sabiduría atribuida a Quetzalcóatl, el nacido en un año 1- Caña, sacerdote y gobernante de los toltecas. 3] El desarrollo de ulteriores manifestaciones del saber y la aparición de cuestionamientos en una cierta forma de "filosofar" durante los siglos XIII a XVI. 4] El pensamiento particular de Nezahualcóyotl (1402-1472) La Antigua visión del mundo En las varias fuentes aparece el mundo como una isla inmensa dividida horizontalmente en cuatro grandes cuadrantes o rumbos, más allá de los cuales sólo existen las aguas inmensas. Esos cuatro rumbos convergen en el ombligo de la tierra e implican cada uno enjambres de símbolos. Lo que llamamos el oriente es la región de la luz, la fertilidad y la vida, simbolizadas por el color blanco; el norte es el cuadrante negro del universo, donde quedaron sepultados los muertos; en el oeste está la casa del sol, el país del color rojo; finalmente, el sur es la región de las cementeras, el rumbo del color azul. El Códice Féjerváry-Mayer muestra la imagen plástica de la superficie del mundo con los glifos que marcan los rumbos cósmicos. Verticalmente, el universo tiene una serie de pisos o divisiones superpuestas, arriba de la superficie de la tierra y debajo de ella. El Códice Vaticano A y otros de la región mixteca, como el Rollo Selden, ofrecen la imagen y símbolos de los estratos celestes e inferiores. Arriba están los cielos, que, juntándose con las aguas que rodean por todas partes al mundo, forman una bóveda azul surcada por caminos donde se mueven la luna, los planetas, el sol, la estrella de la mañana, los astros y los cometas. Vienen luego los cielos de los varios colores y, por fin, el más allá metafísico: la región de los dioses. Debajo de la tierra se encuentran los pisos inferiores, los caminos que deben cruzar los que mueren hasta llegar a lo más profundo, donde está el Mictlan, la región de los muertos. Este mundo, lleno de lo divino y de fuerzas invisibles, había existido, cual realidad intermitente, varias veces consecutivas. A través de años sin número, los dioses creadores habían sostenido entre sí grandes luchas cósmicas. El periodo de predominio de cada uno de esos dioses había sido una edad del mundo, o un "sol", como lo llamaban los pueblos prehispánicos. Diversos seres vivieron en cada edad. En las cuatro primeras resultaron criaturas estúpidas, incapaces de invocar a los dioses y fueron destruidas. Un cataclismo había puesto fin a cada edad. En este universo, donde los dioses crean y destruyen, han nacido los hombres, "los merecidos" (macehualtin), por el sacrificio de los dioses que, con su sangre, les habían "merecido" la vida. En compensación, los seres humanos tendrán que hacer tlamacehualiztli, "merecimiento", sacrificio, incluso de sangre para compensar a los dioses y mantener así un equilibrio cósmico, La edad presente, como las anteriores, está también amenazada de muerte. Es ésta la "edad del Sol de movimiento" (Ollintonatiuh), que habrá de terminar con un gran terremoto. Los humanos, haciendo "merecimiento", pueden posponer ese final. 2 Contemplación atribuida a Quetzalcóatl El objeto de la reflexión y meditación de Quetzalcóatl (en el siglo XIII) fue precisamente esa imagen del mundo. Lo que en ella no pudo entender se convirtió tal vez en motivo que habría de llevarlo a concebir una nueva doctrina acerca de un dios supremo y una "tierra del color negro y rojo" (Tlillan, Tlapallan), el lugar del saber, más allá de la muerte y de la destrucción de los soles y los mundos. Se afirma en un texto que Quetzalcóatl en su meditación se acercó al misterio de la divinidad, moteotía; "buscaba un dios para sí". Concibió a la divinidad, recordando antiguas tradiciones, como un ser uno y dual a la vez que, engendrando y concibiendo, había dado origen y realidad a todo cuanto existe. El principio supremo es Ometéotl, dios de la Dualidad. Metafóricamente es concebido con un rostro masculino, Ometecuhtli, Señor de la Dualidad, y con una fisonomía al mismo tiempo femenina, Omecíhuatl, Señora de la Dualidad. Él es también el Tloque Nahuaque, que quiere decir "el dueño de la cercanía y la proximidad", el que en todas partes ejerce su acción. Códices como el Borgia, el Vaticano B y otros muestran los atributos del supremo Dios Dual. El sabio insistía en que el supremo Dios Dual era el origen de todo cuanto existe y el responsable de los destinos del hombre. Era necesario acercarse a la divinidad, esforzándose por alcanzar lo más elevado de ella, su sabiduría. Los sacrificios y la abstinencia eran sólo un medio para llegar. Más importante era la contemplación, la meditación dirigida a buscar el verdadero sentido del hombre y del mundo. Quetzalcóatl sabía que en el oriente, en la legión de la luz, más allá de las aguas inmensas, estaba precisamente el país del color negro y rojo, Tlillan, Tlapallan, la región de la sabiduría. Avanzando por la región de la luz, podría tal vez superarse el mundo de lo transitorio, amenazado siempre por la muerte y la destrucción. Quetzalcóatl y algunos de los toltecas marcharían algún día a Tlillan, Tlapallan. Pero en tanto el hombre pudiera llegar al país de la luz, debía consagrarse en la Tierra, imitando la sabiduría del dios dual, a la creación de la Toltecáyotl, es decir, "lo mejor que puede existir en la Tierra". En el fondo era repetir en pequeño la acción del que engendra y concibe, atributo supremo del dios de la dualidad. La evocación nahua de Quetzalcóatl concluye, transformado ya en mito el sabio, pasando a narrar su huida de Tula (Teotihuacan), su abandono de la Toltecáyotl (síntesis de todos los saberes), las creaciones culturales de los toltecas, y su marcha definitiva para llegar a Tlillan, Tlapallan. Lo que se atribuía al sabio Quetzalcóatl era haber propiciado una cierta forma de conceptuación ontológica. En virtud de ésta las que aparecen como deidades diferentes participan de la dualidad y se tornan manifestaciones de ella en las diversas situaciones en que son nombradas con sus propias advocaciones. De esa estructuración filosófica hay evidencias en algunos códices. En estrecha relación con el legado de los toltecas, mucho tiempo después los mexicas desarrollaron una moral rígida que todos debían acatar. Violarla implicaba romper el orden del universo que se manifiesta a través de los días y sus destinos, de acuerdo con el calendario sagrado, el Tonalpohualli, "Cuenta de los días". Tales principios se inculcaban en las escuelas que había en las distintas comunidades, las tepochcalli, "casas de jóvenes". También se reiteraban en los discursos de inspiración tolteca pero adaptados a los nuevos ideales, en los testimonios de "la antigua palabra", los huehuehtlahtolli. Esas normas morales, en un nivel más elevado, eran objeto de elucubraciones en las escuelas de los sabios, los calmécac, "hileras de casas", donde se transmitían y enriquecían los conocimientos acerca de la divinidad, el mundo y las realidades humanas. 3 La moral está básicamente vinculada al comportamiento del hombre en la tierra y a su perfeccionamiento o su propia destrucción. Así, más que creer que el destino después de la muerte depende de la actuación de los seres humanos en la tierra, se pensaba, con criterio inmanente, que quienes obraban con arreglo a sus principios morales, enunciados en los huehuehtlahtolli, "la antigua palabra", vivirían en paz en la tierra. Los que no atendían a esos principios, en cambio, estropearían su propio rostro y corazón. Cuestionamientos y discurrir filosófico Tanto entre los mexicas como en otros señoríos, en especial Tezcoco, hubo sabios que había Ahondado en las doctrinas de la tradición atribuidas a Quetzalcóatl. Poniéndolas en parangón con las creencias y la visión del mundo que había hecho suyas la nación mexicatl, diversos cuestionamientos surgieron en su ánimo. Unos se refirieron al destino del hombre en la tierra y sus formas de obrar. Otros tocaron el espinoso tema de la posibilidad de decir palabras verdaderas acerca de la divinidad. Finalmente, algunos de esos cuestionamientos versaron sobre la muerte y el más allá. Diversas posiciones filosóficas, entonces. Es sobre todo en los poemas y los cantos, así como en algunos discursos o exposiciones, donde varios tlamatinime, "los que saben algo" (que Bernardino de Sahagún llamaba "filósofos"), dieron expresión a sus preguntas y esbozaron a veces principios de respuesta. El hecho de que sus cuestionamientos resonaran a veces en los cantos, concebidos para ser entonados y acompañados por la música, denota que transmitían en la esfera pública esas preocupaciones tenidas como enigmas no resueltos. Aunque algunos de estos tlamatinime son para nosotros anónimos, conocemos los nombres y algo de las vidas de otros. Del manuscrito Cantares mexicanos proviene esta composición anónima en la que se cuestiona qué es lo que puede dar sentido a la acción del hombre

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