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Ley De Herodes


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2013  •  4.590 Palabras (19 Páginas)  •  283 Visitas

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Sátira trivial antítesis

En La ley de Herodes de Jorge Ibargüengoitia se halla un relato que él intituló Cuento del canario, las pinzas y los tres muertos, en donde a través de una especie de poética del grotesco realista, lograda mediante la acentuación de rasgos y detalles crudos, con la mirada volcada hacia el exterior, aparentando una escueta, a ratos ruda, pero risueña descripción del mundo inmediato que rodea al protagonista, el autor nos regala, de hecho, una irónica lectura de cómo la relación que establecemos con los demás, tiene su base en el tener, no en el ser.

El texto está dividido en tres partes (como lo sugiere el título). Y cada una de ellas se compone, a su vez, de una serie de anécdotas que forman una unidad completa. No tiene la estructura de un cuento clásico donde los acontecimientos obedecen a un orden lógico de sucesión y, por lo tanto, se hallan en estrecha relación entre ellos. Quiero decir que el conjunto de anécdotas de cada una de las tres secciones no tiene relación causal entre sí. Y mucho menos existe este tipo de vínculo entre las tres secciones principales. (Aunque, habría que señalar que cada anécdota sí contiene en su interior los principios elementales del relato, esto es: sucesión y transformación).

Pero, en conjunto, más que transformaciones resultantes de las acciones, lo que en esta obra se escenifica son variaciones de una misma situación. Así, la primera parte se compone de una serie de enfrentamientos entre el personaje-narrador (u otro miembro de la familia) y algún ladrón que asalta la casa de aquél.

La segunda parte está constituida por varias visitas que hace un mendigo a la misma casa en busca de comida o abrigo. La última sección consiste en varias tomaduras de pelo al personaje-narrador por parte de trabajadores eventuales que prestan sus servicios en dicha casa.

Lo que da verdadera unidad al relato en su totalidad es que todas las anécdotas están ahí para poner en relieve la relación del narrador-protagonista (y su mundo; su esfera familiar y social) con el otro: seres totalmente marginados en los dos primeros subcuentos, trabajadores eventuales en el último.

El primer grupo de anécdotas, que puede tomarse como un cuento en sí mismo, y que como ya indiqué, narra los enfrentamientos entre los propietarios de la casa (el protagonista y su familia), y algún asaltante.

El trasfondo comienza a dibujarse desde la introducción del relato mediante el establecimiento (escueta descripción) de los espacios físicos en que tendrán lugar todos los enfrentamientos y encuentros entre protagonista y antagonistas, y en las formas que adoptan, unos y otros, para moverse o estar en ellos:

A pesar de estar a veinte metros de una calle muy transitada, durante muchos años mi casa estuvo rodeada de los terrenos selváticos (...) [que] se habían convertido en basurero, excusado público, refugio de mendigos, casino de tahúres indigentes y lecho de parejas pobres o urgidas. (Ibargüengoitia, 1989:49)

Estos “terrenos selváticos” constituyen el espacio del otro, del antagonista. En cambio, el personaje-narrador y su familia habitan una casa con jardín cultivado y espacios confortables (y no es gratuito que desde el inicio de la narración su actividad constante sea la lectura; ni lo es, confundir al otro -a los antagonistas de la primera sección del relato- (como quien no quiere la cosa) con algún animal):

Una noche estaba yo en la sala de mi casa, recostado en el sofá color tabaco, leyendo una novela en compañía de mi señora madre, que estaba en un sillón leyendo otra novela, cuando sentí que a escasos quince centímetros de mi oreja izquierda alguien estaba escalando el muro de mi casa.

-Ha de ser un gato -dijo mi madre. (Idem)

En el mismo sentido es significativo, como ya indiqué, la descripción de los movimientos de los antagonistas en los espacios en que se mueven. Por ejemplo, en aquellos momentos en que se delinean las parte finales de los enfrentamientos. Ahí las alusiones son nítidas. Hacia el final del primer encuentro, en referencia al asaltante, se lee: "(...) caminó entre el matorral hasta llegar al pie de un árbol." (Idem).

Y la descripción última del segundo enfrentamiento, es la que sigue:

(...) Lo vi perderse entre la maleza, salir a la calle y desaparecer arrastrando una pierna. (Ibidem:51)

De esta manera, y como se irá viendo a lo largo del trabajo, la civilización encarna en la propiedad; la barbarie, en los marginados.

Una vez establecida esta oposición, la posibilidad de que el texto ofrezca lecturas más complejas, queda a cargo, primordialmente, de la ironía narrativa. De ella se vale el autor para dialogar con el lector sobre tal paradigma.

Pero antes de pasar al tratamiento de la ironía en este texto, me ocuparé de cómo para acentuar la ironía, el autor se apoya en una serie de mecanismos que, en mayor o menor medida, moverán a la risa e introducirán en la ironía diversos tonos y matices.

Uno de estos procedimientos es el de la repetición de algunos gestos, frases o eventos. En el caso que sigue se trata de la repetición idéntica de la escena que abre el cuento:

Seis meses después, vuelvo a estar en la sala, recostado sobre el sofá color tabaco, leyendo una novela y vuelve a estar mi madre sentada en un sillón leyendo otra, vuelvo a oír que alguien escala el muro, vuelve mi madre a decir que es un gato, vuelvo a subir a la azotea (...) (Ibidem:50)

Aunque la repetición idéntica de la situación sólo ocurre una vez, el autor se las arregla para dar fuerza al mecanismo mediante dos recursos. Uno es la repetición de la descripción de los mismos detalles; el otro, el uso reiterativo del verbo volver.

En principio, la risa que suscita la percepción de esta repetición idéntica de la situación -que se percibe como una mecanicidad, un acartonamiento, una tiesura de la vida, de los acontecimientos, como diría Bergson- es despreocupada; no conlleva juicio aparente. Sin embargo, en el contexto del episodio -y del cuento en su totalidad- la repetición apoya directamente a la amplificación (otro de los mecanismos utilizados); esto es, funciona como una forma de énfasis: comienza a dibujar la imagen de los habitantes y propietarios de la casa con pequeños detalles en la descripción de la repetición (por ejemplo, no está simplemente leyendo en la sala sino que de nuevo se halla “recostado sobre el sofá color tabaco”) que ponen en alerta al lector, introducen una pequeña dosis de suspicacia, digamos; se vuelve entonces, parte de la puesta en relieve, de la construcción de una imagen de una vida comodona,

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