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MUJERES EN SU TRABAJO COMO DOCENTES.


Enviado por   •  18 de Septiembre de 2016  •  Apuntes  •  2.320 Palabras (10 Páginas)  •  211 Visitas

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MUJERES EN SU TRABAJO COMO DOCENTES

La docencia como profesión de mujeres

HIPOTESIS

A lo largo de la historia, el trabajo docente de la mujer, ha sufrido grandes transformaciones. Estos cambios se debieron a ciertos efectos sociales, políticos y económicos.

 Nosotras nos centraremos en los cambios sociales que se produjeron en el rol docente, específicamente en la mujer. Como se convirtió de una madre educadora a una educadora profesional.

ORAL (DESARROLLO)

En este trabajo buscamos realizar una comparación de la mujer, en el rol docente. El mismo se centrará en dos épocas diferentes, la primera será de 1916-1930, en contraste con la actualidad.

El presente nos refleja que la situación de las mujeres en el campo laboral ha cambiado, si tenemos en cuenta como fue el rol docente en 1900. A simple vista, parecen haberse superado muchas discriminaciones de género. Sin embargo, estas transformaciones no sólo se han debido a los cambios sociales y económicos generales, sino también a la larga lucha que las mujeres entablaron, desde el siglo XIX, por ser aceptadas y reconocidas como trabajadoras.  (PODEMOS BUSCAR UN EJEMPLO DE ALGUN CASO DE MARCHAS O COMO RECLAMABAN SUS DERECHOS)

Las posibilidades laborales femeninas a principios de siglo no eran muy satisfactorias; a parte de esposa y madre, las mujeres sólo podían optar a entrar a servir en casa de algún señorito, ser monja  o maestra.

Sin embargo, en los primeros tiempos, no se trataba simplemente del acceso restringido de las mujeres a la educación, sino también de los diferentes contenidos que se le asignaban. Su formación principalmente se basaba en labores domésticas. La sabiduría de la buena maestra se refería a su capacidad moral y afectiva, y no a su intelecto.

En el contrato de 1923, que firmaban las maestras con el Consejo Nacional de Educación, por el término de 8 meses, el cual se acordaba el pago "a la señorita" de 75 pesos mensuales. Podemos dar cuenta de aquellas transformaciones que sucedieron. La señorita acordaba: No casarse, pues de lo contrario el contrato quedaba automáticamente sin efecto. No fumar, pues también significaba la drástica conclusión del convenio. No beber cerveza, vino o whisky. No viajar en coche o automóvil sola con un hombre. No vestir ropas llamativas ni provocativas. No abandonar la ciudad donde está la escuela en que dicta clases, salvo con permiso del Consejo de Delegados. Mantener limpia el aula y barrer la misma al menos una vez al día. No usar maquillaje ni pintura labial durante las clases frente al grado. Entre otras más.

A partir del contrato, no damos cuenta que se trataba de una sociedad excesivamente machista. La mujer era desvalorizada. Su papel dentro de la sociedad era estar en el hogar, sometidas a las leyes del padre o el marido, dependiendo su estado. Por eso podemos dar cuenta, que en la sociedad de 1900, el hombre y la mujer tenían asignados diferentes roles, los cuales dejaban a la mujer indefensa, en relación a los derechos como ciudadana.

Para poder comprender mejor como la mujer se introdujo en el ámbito docente, nos remontamos hacia fines del siglo XIX. El desarrollo del sistema educativo, se encontraba con un plan conciente de la clase dominante para alcanzar la educación de las masas en pos de la construcción del estado nacional. De esta manera, surge la incorporación de mujeres para su formación como docentes.

Transcurren sólo treinta años entre la apertura de la Primera Escuela Normal, en 1870, y la conformación de un cuerpo docente predominantemente femenino.

Esto significó la irrupción de una gran cantidad de mujeres que salieron de sus hogares, concebidos hasta entonces como su único entorno “natural”, para ocupar los nuevos puestos de trabajo que generaba la educación pública.

En los inicios del sistema educativo, predominaban los argumentos que mostraban a la mujer como una “educadora natural.” La feminización de la docencia se legitimó alrededor de la identidad femenina concebida como “madre educadora.”

Así, las mujeres pasaron a ser educadoras en el ámbito familiar y en el educativo formal, extendiendo el concepto de maternidad más allá de lo doméstico y, por tanto, concibiendo al trabajo docente remunerado como una ampliación de las tareas del hogar: la “segunda mamá”.

Para formar a los “nuevos ciudadanos” según las expectativas de la clase dominante en las épocas de formación del Estado nacional, se necesitaba un gran cuerpo docente, de bajo costo, que llevara a cabo la “cruzada pedagógica”. Las mujeres podrían, incorporándose a la docencia, perfeccionar lo que entonces se consideraba que era su “don o vocación natural” de cuidar y enseñar. Las cualidades que se suponía que tenía una buena maestra eran prudencia, sencillez, humildad, amor a los niños y a la patria, es decir, cualidades morales y cívicas, pero ninguna relacionada con capacidades intelectuales.

La sabiduría de la buena maestra se localizaba en su moralidad y no en su intelecto; la base de su trabajo no residía en el conocimiento, sino en los sentimientos. En el año 1900, para obtener un título de maestra una mujer debía rendir un “examen de moral, religión y buenas costumbres”, algo que no se exigía a los pocos varones que estudiaban para ser maestros. Ellas ocuparán el lugar de la reproducción de los valores y los conocimientos; ellos, en cambio, serán quienes elaboren teóricamente, es decir, los encargados de la producción de saber.

El estereotipo de la señorita maestra basado en las “aptitudes maternales innatas”, la vocación educadora y el amor a la infancia, tuvo consecuencias significativas en la configuración histórica de la función docente: la mala remuneración y la pobre valoración también simbólica. Porque si es “natural”, no hay esfuerzo, ni preparación, ni capacitación especial para ejercer la docencia.

La continuidad que se establece entre el rol materno y la actividad de las maestras, incide en cómo se valora su labor, más como un “sacerdocio” que como un verdadero trabajo asalariado.

Lo que queda en evidencia también, es la intromisión a la vida privada de las maestras, ya que el contrato poco refiere a sus tareas docentes y mucho a su conducta personal e higiene. Claramente se buscaba un perfil de virgen inmaculada, un culto a la corrección (puritana), un ejemplo para las “futuras generaciones”. Alguien que llevaba una vida así no podía ser más que admirado, ya que era capaz de renunciar a su vida misma en pos de su vocación.

En comparación con aquel contrato que se firmaba en 1923, en actualidad, para los docentes, rige un estatuto.

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