TRANSGRESION DE LA CULTURA PERUANA
Leo PkmzInforme20 de Enero de 2021
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TRANSGRESIÓN EN LA CULTURA DEL PERÚ
Si aceptamos que la transgresión a las leyes, los reglamentos y los procedimientos forma parte de nuestra cultura, esto quiere decir entonces, que el sujeto transgresor no es alguien que transgrede por desconocimiento de la ley, que no sabe las consecuencias negativas que puede producir el transgredirla, o que considera que la transgresión a la ley es algo inofensivo. En nuestra cultura, el sujeto que transgrede una ley conoce bastante bien lo que la ley representa, es consciente de las consecuencias negativas que su comportamiento puede generar (no solo para él, sino para los demás) y conoce, por todo ello, cuál es la mejor forma de transgredir sin ser penalizado. Aún más, si uno vive en una sociedad en la que muchos o la mayoría transgreden, entonces transgredir la ley se convierte en una especie de recompensa social: es una forma en la que uno puede llegar a ser reconocido como un sujeto “normal”, como alguien que encaja y funciona correctamente según lo que se espera de la mayoría. Es cierto que esta hipótesis es polémica, pero no es novedosa.
Una primera constatación es que una contundente mayoría (90%) dice considerar inaceptable o aceptable solo en circunstancias extraordinarias conductas que van desde sobornas a jueces, policías y empleados públicos, hasta arrojar desperdicios en la calle y colarse en una cola; pasando por no pagar impuestos. Al nivel del discurso la condena de la transgresión de las normas de convivencia y de las leyes es clara y enérgica. Sin embargo, cuando la pregunta se enfoca en la asiduidad de estas conductas, la mayoría opina que se practican frecuentemente (50%) o algunas veces (20%). Es decir, que la condena de prácticas infractoras va acompañada de la percepción de que es una práctica habitual, por lo que seríamos una sociedad transgresora que subvierte constantemente y a distinto nivel las normas que organizan la vida en común.
No es que no se entienda bien en qué consiste la corrupción. Cuando se pide responder si dar dinero o regalos a funcionarios; usar cargos públicos para obtener dinero, beneficiar familiares, o grupos particulares; o entregar dinero o regalos en campañas electorales son actos de corrupción, las respuestas son correctas en más del 85% de los casos. Se sabe de qué se está hablando.
Paradójicamente, cuando el tema se lleva al terreno de la experiencia personal y se pregunta si se conoce, directamente o por familiares, casos en que funcionarios públicos hayan pedido sobornos, el 67% afirma que nunca le ha pasado y 28% dice que a veces o raramente le ha ocurrido. Es decir que la impresión de vivir en una sociedad permisiva con la corrupción no estaría respaldada tanto en la experiencia directa, como en formas mediadas de acercamiento al problema; por ejemplo, a través de los medios masivos de comunicación que habitualmente relatan casos de corrupción de autoridades y funcionarios públicos.
En todo caso, este bajo nivel de auto percepción como parte involucrada en el problema contrasta con los niveles que se asignan a la sociedad en general, y de manera particular, a los funcionarios públicos y a los políticos a quienes se perciben involucrados en actos de corrupción en un 81% para el primer caso y en 85% para el segundo. Independientemente de si estas cifras tienen sustento, la percepción fuerte es que tanto autoridades como funcionarios públicos son mayoritariamente corruptos. Una pregunta que queda en el aire es ¿Cómo se ve la actuación de los empresarios y agentes privados en este campo?, ¿Los alcanza también la imagen de un comportamiento generalizadamente corrupto?
El corolario de todo ello es la desconfianza extendida a nivel interpersonal. Las respuestas indican que el recelo predomina en las relaciones con desconocidos pues un 89% estima que hay que ser cuidadosos con las personas en general. El porcentaje disminuye solo a 79% cuando se refiere a personas del barrio o de la comunidad, y a 65% cuando se trata de los amidos. Solo los familiares obtienen más confianza (61%) que desconfianza (37%), pero esta última es bastante alta.
La encuesta nos presenta como una sociedad transgresora y desinteresada de las leyes y normas de convivencia en las que se basa el bien común. Desconfiados incluso de las personas de nuestro entorno más cercano. Es un retrato alarmante pues la confianza es el material con el que se (re)producen la propia sociedad y las relaciones que entablamos en los ámbitos de la economía y la política. Urge comprender mejor la cultura de la transgresión que expande en el país y trabajar para fortalecer la sociedad.
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