Capitulo 5 Oringen De La Vida Aoparin
jhonedisongp4 de Marzo de 2013
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CAPÍTULO V
Organización del protoplasma vivo
A fin de poder llevar adelante el curso de la evolución y el proceso del
origen de la vida, es preciso conocer, aunque sea a grandes rasgos, los
principios básicos de la organización del protoplasma, ese sustrato material
que forma la base de los seres vivos.
A fines del siglo pasado y principios del actual, algunos científicos
pensaban que los organismos no eran más que unas “máquinas vivientes”
de tipo especial, con una formación estructural sumamente compleja. Según
ellos, el protoplasma poseía una estructura semejante a la de una máquina
y estaba construido con arreglo a un determinado plan y formado por
“vigas” y “tirantes”, rígidos e inmutables, entrelazados unos con otros. Esta
estructura, este riguroso orden en la disposición recíproca de las distintas
partes del protoplasma, era justamente lo que, según el punto de vista en
cuestión, constituía la causa específica de la vida, así como la causa del
trabajo específico de una máquina depende de su estructura, según la
forma en que están dispuestas las ruedas, los ejes, los pistones y las demás
partes del mecanismo. De aquí la conclusión de que si consiguiéramos
estudiar detalladamente y captar esta estructura, tendríamos aclarado el
enigma de la vida.
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Pero el estudio concreto del protoplasma ha negado ese principio
mecanicista. Se verificó que en el protoplasma no existe ninguna estructura
que se parezca a una máquina, ni siquiera a las de máxima precisión.
Se sabe que la masa fundamental del protoplasma es líquida; es un
coacervado complejo, formado por numerosas sustancias orgánicas de
enorme peso molecular, entre las que figuran, en primer término, las
proteínas y los lipoides. De ahí que en esa sustancia coacervática
fundamental, floten libremente partículas filamentosas coloidales, tal vez
gigantescas moléculas proteínicas sueltas, y más probablemente,
verdaderos enjambres de esas moléculas. Las partículas son tan minúsculas
que no se alcanzan a distinguir ni siquiera con ayuda de los microscopios
modernos más perfectos. Pero a la vez, en el protoplasma existen también
elementos visibles. De suerte que al unirse formando grandes montones, las
moléculas proteínicas y de otras sustancias pueden destacarse en la masa
protoplasmática en forma de gotas pequeñas, pero ya visibles al
microscopio, o formando algo así como coágulos, con una estructura
determinada a los que se denomina elementos morfológicos: el núcleo, las
plastídulas, las mitocondrias, etc.
Dichos elementos protoplasmáticos, visibles al microscopio, son, en
esencia, la expresión externa, una manifestación aparente de determinadas
relaciones de solubilidad muy complejas, de las sustancias del protoplasma.
Como veremos, esta estructura tan lábil del protoplasma cumple, sin lugar a
dudas, un gran papel en el curso del proceso vital, pero éste no puede
compararse con el que desempeña la estructura de una máquina en su
trabajo específico. Y esto se justifica plenamente, por ser la máquina y el
protoplasma, en principio, dos sistemas totalmente opuestos.
En efecto, lo que distingue la labor de una máquina es el
desplazamiento mecánico de sus partes en el espacio. Por eso, el elemento
primordial de la organización de una máquina es, justamente, la disposición
de sus piezas. El proceso vital posee un carácter completamente diferente.
Su manifestación esencial es el recambio de sustancias, o sea, la interacción
química de las diversas partes que forman el protoplasma. Por eso, el
elemento más importante de la organización del protoplasma no es la
distribución de sus partes en el espacio (como sucede en la máquina), sino
determinado orden de los procesos químicos en el tiempo, su combinación
armónica tendiente a conservar el sistema vital en su conjunto.
El equívoco de los mecanicistas reside sobre todo en ignorar esa
diferencia. Por afán de dar a los seres vivos la misma forma de movimiento
de la materia que poseen las máquinas, quieren establecer una igualdad
entre la organización del protoplasma y su estructura, o sea, reducen esa
organización a una simple distribución en el espacio de sus diversas partes.
Está bien claro que se trata, lógicamente, de una interpretación
unilateral, ya que toda organización no solamente hemos de concebirla en el
espacio, sino también en el tiempo. Cuando decimos, por ejemplo, que en
una asamblea hay “organización”, no es sólo porque los que allí asisten se
han distribuido en la sala en una determinada forma, sino además porque la 40
asamblea se rige por un reglamento y porque las intervenciones de los
oradores se harán en un orden previamente establecido.
De acuerdo con el carácter del sistema de que se trate, se destacará en
primer lugar su organización, tanto en el espacio como en el tiempo. Porque
lo que decide en una máquina es la organización espacial; pero también
conocemos numerosos sistemas en los que sobresale en primer término la
organización en el tiempo. En calidad de ejemplo de esos sistemas puede
servirnos cualquier obra musical, una sinfonía, pongamos por caso. Porque
lo que determina cualquier sinfonía es la combinación, en un orden estricto
en el tiempo, de decenas o centenares de los miles de notas que la
componen. Es suficiente salirse de la combinación armónica requerida, de
este orden de sonidos, para que desaparezca la sinfonía como tal y quede
una desarmonía convertida en un caos.
Para la formación del protoplasma es de suma importancia la existencia
de determinada y sutil estructura interna. Mas, aparte de esto, lo decisivo
en este caso es la organización en el tiempo, es decir, cierta armonía de los
procesos que se operan en el protoplasma. Todo organismo, animal, planta
o microbio, vive sólo mientras estén pasando por él, en torrente continuo,
nuevas partículas de sustancias, impregnadas de energía. Desde el medio
ambiente pasan al organismo diferentes cuerpos químicos; y una vez
dentro, son sometidos a esenciales cambios y transformaciones, a raíz de
los cuales se convierten en sustancia del propio organismo y se tornan
iguales a los cuerpos químicos que anteriormente integraban al ser vivo.
Este proceso es el que se denomina asimilación. Pero paralelo a la
asimilación se da el proceso contrario, la desasimilación. Es decir, que las
sustancias del organismo vivo no quedan inmutables, sino que se
desintegran con mayor o menor rapidez, y son remplazadas por los cuerpos
asimilados. Así, los productos de la desintegración son expulsados al
ambiente.
En efecto, la sustancia del organismo vivo jamás permanece inmóvil,
sino que se desintegra y vuelve a formarse continuamente en virtud delas
numerosas reacciones de desintegración y síntesis, que se desarrollan en
estrecho entrelazamiento. Heráclito, dialéctico de la antigua Grecia, ya
comentaba: nuestros cuerpos fluyen como un arroyo, y de la misma manera
que el agua de éste, la materia se renueva en ellos. Claro está que la
corriente o el chorro de agua pueden mantener su forma, su aspecto
exterior durante cierto tiempo, pero esta forma no es otra cosa que la
manifestación externa de ese proceso continuo que es el movimiento de las
partículas del agua. Incluso la existencia de este sistema que acabamos de
describir depende de que por el chorro de agua pasen constantemente, con
determinada velocidad, nuevas moléculas de materia. Pero si hacemos que
se interrumpa el proceso, el chorro desaparece como tal. Y esto mismo
sucede en todos los sistemas llamados dinámicos basados en determinado
proceso.
Es incuestionable que todo ser vivo es también un sistema dinámico.
Exactamente lo mismo que en el chorro de agua, su forma y su estructura
no son otra cosa que la expresión externa y aparente de un equilibrio, 41
extraordinariamente lábil, formado entre procesos que en sucesión
permanente se producen en ese ser vivo a lo largo de toda su vida. No
obstante, el carácter de estos procesos es completamente distinto a lo que
sucede en los sistemas dinámicos de la naturaleza inorgánica.
Las moléculas de agua arribaron al chorro, ya como tales moléculas de
agua, y pasan a través de él sin que se produzca alteración. Porque, el
organismo, que toma del medio sustancias ajenas a él y de naturaleza
“extraña” a la suya, mediante complejos procesos químicos, las convierte en
sustancias de su propio cuerpo, iguales a los materiales que forman su
cuerpo.
Justamente, esto es lo que crea las condiciones que permiten mantener
constante
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