Humanizando la eutanasia
Angel_Chavez_23Ensayo15 de Noviembre de 2018
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Humanizando la eutanasia.
La palabra eutanasia, etimológicamente, significa «buena muerte» (proviene del griego; eu ‘bueno’, thanos ‘muerte’). Y si bien, según Valadez (2008), el término no fue acuñado hasta 1605, lo cierto es que el concepto ha existido desde mucho tiempo atrás. En la antigua Grecia, de hecho, era algo muy común, y a diferencia del contexto actual, para nada mal visto. «Así lo acreditó Sócrates cuando atribuyó a Asclepio —dios griego de la medicina— la decisión de no prolongar la vida “en los casos en que los cuerpos estén totalmente enfermos por dentro”, en cuyo caso no intentaba “prolongar la desdichada vida de los enfermos”» (Valadez, 2008, p. 81). Sin embargo, de la Grecia Antigua al México actual hay alrededor de 2000 años de diferencia, y naturalmente, el enfoque a través del cual la sociedad aborda este tema ha ido transformándose con el paso del tiempo. En nuestros días, el debate de la eutanasia ha ido cobrando cada vez más relevancia. Es común escuchar discusiones —sean de autoridades o expertos en la materia, en televisión o en la radio; o de personas en un contexto más cotidiano, en una pequeña tertulia con su vecino durante la espera en el café— sobre los pros y los contras de esta práctica.
Sería pretensioso de nuestra parte, como futuros juristas, asumir que este debate solo puede ser abordado desde un punto de vista meramente jurídico. Es innegable que esta controversia tiene múltiples matices, y las opiniones que pueden verterse sobre esta discusión pueden provenir de distintos ámbitos: el moral, el religioso, el científico, el familiar. No obstante, es justamente esa condición de futuros juristas la que nos obliga a participar activamente en esta polémica. Esa tarea no es, desde ningún punto de análisis, sencilla. Existen diversos factores a considerar antes de inclinarse hacia cualquier postura, sobretodo tomando en cuenta la situación tan delicada con la que se está tratando. Pero resulta imperioso tomar partido porque, al final del día, nosotros, como próximos abogados, eventuales legisladores o futuros jueces, tendremos en nuestras manos la responsabilidad de tomar decisiones en los que se verán involucrados no solo nuestros ideales y nuestras creencias, sino la vida y el bienestar de otras personas.
En virtud de lo anterior, expresar un juicio o defender una opinión sin las bases necesarias para hacerlo sería irresponsable de nuestra parte —por decir lo menos—. Solamente a través del amplio conocimiento del tema y de las opiniones que expresan los diversos sectores que tienen o pueden llegar a tener injerencia en el mismo, podremos estar calificados para emitir una apreciación propia. En ese sentido, nos propusimos investigar a fondo el tema de la eutanasia y analizar los argumentos que sostienen ambas posturas. Y lo primero que llamó nuestra atención, fue la enorme trascendencia que tiene la opinión del ámbito religioso en este debate.
Como mencionamos anteriormente, en los tiempos previos al auge del cristianismo —como la Grecia Antigua— el concepto que se tenía acerca de la vida y su valor eran distintos. Sin embargo, con la llegada de las ideas de la Iglesia Cristiana, los ideales y los postulados morales sufrieron una metamorfosis cuyo producto, incluso, ha logrado perdurar hasta nuestros días. La doctrina cristiana sostiene que la potestad para decidir cuándo termina la vida de una persona reside exclusivamente en Dios. «No hay quien tenga poder sobre el aliento de vida, como para retenerlo, ni hay quien tenga poder sobre el día de su muerte» (Eclesiastés 8:8). Y desde la Edad Media, época de apogeo para el cristianismo, esa idea ha estado asentada en lo más profundo de la aceptación popular. En el caso particular de nuestro contexto, el sector religioso de México, ferviente país católico, mantiene una postura de reserva total contra la eutanasia. «La Iglesia Católica condena a la eutanasia de la siguiente forma, en la encíclica Evangelium Vitae: "la eutanasia es una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de la persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio”». (Cáceres Ramírez, 2014). Incluso, la otrora máxima autoridad de la Iglesia Católica, Benedicto XVI, estableció explícitamente su postura en contra de la eutanasia en una carta dirigida a varias eclesiásticos de Estados Unidos:
No todos los asuntos morales tienen el mismo peso moral que el aborto y la eutanasia. Por ejemplo, si un católico discrepara con el Santo Padre sobre la aplicación de la pena de muerte o en la decisión de hacer la guerra, este no sería considerado por esta razón indigno de presentarse a recibir la Sagrada Comunión. Aunque la Iglesia exhorta a las autoridades civiles a buscar la paz, y no la guerra, y a ejercer discreción y misericordia al castigar a criminales, aún sería lícito tomar las armas para repeler a un agresor o recurrir a la pena capital. Puede haber una legítima diversidad de opinión entre católicos respecto de ir a la guerra y aplicar la pena de muerte, pero no, sin embargo, respecto del aborto y la eutanasia. (“Vaticanista italiano…”, 2004).
Si uno continúa revisando la Biblia, encontrará otros pasajes encaminados en el mismo sentido. Job 30:23 nos dice «Sé muy bien que me harás bajar al sepulcro, a la morada final de todos los vivientes». También leemos en Salmos 68:20 «Nuestro Dios es un Dios que salva; el Señor Soberano nos libra de la muerte». Sin embargo, cualquier persona que haya estudiado a fondo las Sagradas Escrituras, puede afirmar que la Biblia es un libro lleno de contradicciones. Y bajo esa premisa, Küng (2016) & Valadez (2008) expresan que existen pasajes bíblicos en los que no se condena tajantemente el suicidio. E incluso, hay eruditos cristianos que sostienen que la Palabra puede interpretarse de maneras particulares en las que la no-acción para intentar preservar la vida de una persona no representa, en sentido estricto, un pecado.
Al mismo tiempo, la Biblia no nos ordena hacer todo lo que podamos para prolongar la vida de una persona. Si una persona ha sido mantenida viva sólo por máquinas, no es inmoral apagar las máquinas y permitir que la persona muera. Si una persona ha estado en un persistente estado vegetativo por un prolongado período de tiempo, no sería una ofensa a Dios el desconectar los tubos o máquinas que estén manteniendo viva a la persona. Si Dios deseara mantener viva a una persona, Él es perfectamente capaz de hacerlo sin la ayuda de tubos y/o máquinas (Got Questions Ministeries, s.f.).
Partiendo de la opinión anterior, es importante aclarar que existe más de un tipo de eutanasia. La principal distinción radica en si la muerte del paciente se produce por acciones —eutanasia activa—, como sobredosis de narcóticos; o por omisiones —eutanasia pasiva—, como suspender el tratamiento de una enfermedad terminal. En ambos casos, hablamos de una eutanasia directa, porque se llevan a cabo con la intención inequívoca de terminar con la vida del paciente. Sin embargo, también existe la llamada eutanasia indirecta, la cual se presenta cuando se produce la muerte del paciente como efecto secundario de un tratamiento terapéutico cuya principal intención no es acortar la vida del sujeto, sino aliviar el sufrimiento. Además, si bien no califica como eutanasia stricto sensu, el concepto de suicidio asistido va muy de la mano con nuestro tema. La diferencia primordial entre ambos términos radica en que, en un suicidio asistido, es el propio paciente quien lleva a cabo las acciones que terminarán con su vida —no obstante el asesoramiento y las facilidades que le brindan los médicos—, mientras que la eutanasia consiste en que sean los propios doctores quienes realicen dichas acciones —o inacciones, si fuera el caso—. En ese tenor, resulta más fácil comprender por qué el tema de la eutanasia es tan relevante, tan delicado y tan discutido en el gremio de la medicina.
A lo largo de su historia, el ser humano ha buscado la manera de prolongar su permanencia en el mundo. No solo la colectiva, sino también la individual. Poco a poco, se fueron descubriendo diversos métodos para lograrlo. Y con el paso del tiempo, se volvió necesario que las personas se especializaran en estos métodos, y buscaran mejorarlos. Surge así la figura del médico. Esta profesión ha ido evolucionando a lo largo de la historia; sin embargo, siempre ha conservado el mismo objetivo: preservar la vida humana. La Convención de Ginebra, de hecho, redactó en 1948 una versión contemporánea del antiguo juramento hipocrático, la cual reza, de manera textual, «tendré absoluto respeto por la vida humana». Empero, durante la época más reciente, la ciencia y la tecnología han avanzado a niveles que no imaginábamos que se pudieran alcanzar. Y si bien son indudables los beneficios que estos avances han traído, lo cierto es que también han acarreado consigo muchos dilemas en cuestiones éticas —el aborto, la maternidad subrogada y, por supuesto, la eutanasia, por mencionar algunos—.
Actualmente la muerte, más que un hecho natural, se ha vuelto uno de los dilemas éticos más grandes del siglo XXI. La tecnología nos ha rebasado; ahora tenemos la posibilidad de prolongar indefinida –y algunas veces innecesariamente- la vida, esto gracias al avance médico-tecnológico que se ha venido desarrollando imparablemente desde el siglo XX. Morir es ahora un hecho que pareciera ser ajeno al ciclo natural de la vida. Postergar la muerte casi siempre es posible, tenemos los medios para hacerlo, sin embargo, que se pueda hacer no siempre implica que de hecho deba hacerse (Hernández, s.f.).
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