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La filosofía tomista

fourty9bobEnsayo20 de Febrero de 2014

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Froshchammer, en el siglo pasado, se imaginó que el alma era creada por los padres, sirviendo como instrumentos de Dios y con una virtud recibida de él, sin parar mientes en que la creación, privilegio incomunicable del Omnipotente, no se compadece con ningún instrumento.

La filosofía tomista nos proporciona un argumento tan sencillo como demostrativo. Siendo el alma subsistente, tiene que existir de por sí y ser producida por si misma, de la nada, no de un sujeto preexistente, porque en este cambio implicaría partes, sería divisible y estaría sometida a cambios. Es así que solo a Dios pertenece sacar las cosas de la nada. Luego el alma humana creada directamente por Dios.

Cuando es creada el alma.

Añade nuestra tesis que el momento de la creación del alma es el mismo de su infusión en el cuerpo, una vez que éste se halla convenientemente dispuesto. Pueden aquí presentarse dos cuestiones; la de si es creada el alma antes de unirse al cuerpo, y si se une cuerpo en el instante de su concepción.

La razón de Santo Tomás, aunque muy sencilla en apariencia, tiene meollo de profunda filosofía: lo que es pre natural no debe existir antes de lo natural; por lo que Dios produce por si mismo ha de ser en su estado natural; porque lo que Dios produce por sí mismo ha de ser en su estado normal. Ahora bien; el estado de separación no es el normal del alma humana, por ser ésta esencialmente forma del cuerpo. Su estado natural es el de unión al cuerpo. De donde se sigue, que el estado de unión ha de preceder al de separación; y que si el alma puede vivir todavía después de haber estado unida al cuerpo, no puede sin embargo, haber existido antes de la unión con el.

¿Cuándo comienza dicha unión? Al estar el cuerpo suficientemente dispuesto. A Santo Tomás y a los antiguos no les parecía que se verificase en el instante de la concepción: primero informaría al embrión un alma vegetativa, y luego otra sensitiva, con la tarea de preparar el camino al alma humana, por decir así, como sirvientes de una reina, para que cuando viniese a informar al organismo lo hallase digna de ella.

Tan persuasivo es el argumento sacado de la necesidad de una sensación para después de la vida presente, que J. J. Rousseau se vio obligado a escribir aquella conocidísima frase suya: “Aunque no tuviera otras pruebas sobre la inmortalidad del alma que el triunfo del malvado y la opresión del inocente, esto sólo me impediría ponerla en duda. Tan estridente disonancia en la armonía universal, me empujaría a buscarle una solución y me diría: Para nosotros no acaba todo con la vida; todo entra en orden con la muerte.” Sabido es, asimismo que el general Dubarril exclamó en la tribuna de la cámara de Diputados: “¡Si quitáis a los soldados la fe en la otra vida, no tenéis derecho a exigirles el sacrificio de su existencia!”.

Otro tanto puede decirse de la prueba basada en la finalidad. “Si todo acaba con el ultimo suspiro, el hombre es un ser frustrado por naturaleza; y tanto más lo será, cuanto más se acerque a la madurez de sus años. No es racional creer en una antinomia tan profunda; no se puede admitir que esa finalidad tan visible en todas las especies inferiores, venga a detenerse bruscamente al llegar más alto grado de vida, y allí falle para siempre. Si el amor que constituye el fondo de las almas clama por la existencia del Absoluto, es señal de que existe como fin nuestro, y no de cualquier manera de que es el principio que nos mueve y el término hacia donde tendemos; de que nuestro ser está pendiente por completo de su ser. “Hay algo en nosotros que no muere y cuya vida es el mismo Dios”.

No es menos demostrativo el argumento sacado del objeto. El alma tiene que estar al nivel de su objeto, y como éste es eterno, eterna ha de ser ella. Lo mismo que expresa

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