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Las Aulas

pamecesa4 de Noviembre de 2013

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GUARDAPOLVO: esas blancas palomitas

“El Consejo general de educación de la provincia de Buenos Aires se halla en un tren de reglamentarlo todo, nada que tenga atingencia con la labor escolar debe escapar a cierta norma. Ahora la reglamentación llega hasta la vestimenta de todos lo que pisen el suelo de una escuela. El Consejo se ha percatado que los alumnos son de distintas clases sociales y de que las maestras cubrían sus cuerpos con trajes diferentes, ha adoptado un criterio que persigue la más absoluta igualdad, todos esconderán la indigencia o la riqueza de sus ropas bajo una indumentaria niveladora: el uniforme”

(Revista de Instrucción Primaria, 1926).

Podemos pensar la ropa como un medio poderoso para la regulación de las poblaciones y los cuerpos. Desde este punto de vista la vestimenta convierte a los cuerpos en “signos legibles”, permitiendo que el observador reconozca patrones de aceptación a ciertas convenciones.

Los códigos de vestimenta han sido importantes en la formación de la escuela pública. El usar algún tipo de uniforme conlleva una serie de conductas del sujeto que lo porta. Este signo de “legibilidad” social tiene una larga historia en la historia educativa occidental. En la superficie de los guardapolvos hay inscriptos sentidos diferentes de la

promesa de inclusión social, sentidos que involucran saberes sobre la organización social, las identidades propias y ajenas, la autoridad, la sexualidad. Por ejemplo, a través del aprendizaje sobre la vestimenta apropiada, los alumnos y maestros incorporan nociones sobre el poder, los límites del disenso, lo permitido y lo prohibido, el pudor y

la transgresión. También aprenden que hay algunos cuerpos más pasibles de regulación que otros, y que hay jerarquías y normas sociales no escritas pero ejercidas (Dussel, 2000).

Desde la Edad Media, la mayoría de los estudiantes universitarios visten togas para su graduación. En la escuela elemental, la adopción del guardapolvo tuvo que ver con las prácticas de las escuelas religiosas entre los siglos XVI y XVIII. En las escuelas de caridad que surgieron en ese período, destinadas al principio a niños indigentes, se comenzó a usar uniforme para mantenerlos limpios y distinguirlos de otros niños. Se usaban el color azul, asociado tradicionalmente a las clases serviles. El modelo era el hábito religioso. Estos uniformes debían tener ciertas características: expresar humildad y aparentar modestia.

En el caso de la Argentina, el guardapolvo se introdujo en las primeras décadas del siglo XX, modificando el paisaje de las escuelas. Su adopción fue paulatina. Inicialmente el Estado prohibió el uso de uniformes por considerarlos símbolos distintivos de las escuelas privadas. Son los docentes, los directivos y los inspectores quienes comenzaron a instituir su uso en las escuelas públicas (muchos son los docentes que se adjudican la autoría). En los fundamentos que aparecen sosteniendo el uso del guardapolvo se distinguen tres componentes: como elemento democratizador, como elemento higiénico y como resguardo de la "decencia y el decoro".

A diferencia de lo que ocurrió con otras prácticas escolares, no fue el Estado quien lo instauró como obligatorio. Recién en el año 1915, apareció una circular para las escuelas de Capital Federal que autorizaba y promovía (pero no obligaba) el uso del guardapolvo para los maestros como medio de "inculcar a los niños la tendencia de vestir con sencillez". La recomendación para su uso por parte de los niños surgió en el año 1919. Cada provincia lo adoptó en forma obligatoria en diferentes momentos. Por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires, en 1926, el Consejo General de Educación

estableció en su artículo 1º: “El uso del uniforme (delantal o guardapolvo blanco) será obligatorio [...]. Art3º El uniforme deberá ponerse al ingresar a la escuela y no sacarse hasta la salida. Podrá retirarse de la escuela únicamente para el lavado y el planchado a cuyo efecto se deberá tener otro de repuesto”

Por uso, costumbre y por "recomendación" del Estado las cooperadoras fueron las encargadas de dotar a los niños de guardapolvos en el caso de que las familias no podían hacerlo. El guardapolvo confirió un sentido de pertenencia que ayudó a la expansión del sistema educativo. El orgullo de vestirlo, como símbolo, se asoció con la movilidad social ascendente. También, tuvo la ventaja de instaurar parámetros sobre la obediencia a la autoridad dando señales claras sobre quién transgredía las reglas. Por otro lado, la difusión del guardapolvo blanco como prenda higiénica encontró fundamento en el discurso médico y la “guerra contra los microbios” característicos de la concepción

pedagógica de esa época.

Revista de Instrucción Primaria, Buenos Aires, 1926:15420.

CUADERNO: forrado de azul araña

“A mí me gustan los cuadernos de tapa dura donde está San Martín, con su traje de General de la Nación y su caballo blanco. Mi mamá dice que no importa lo que hay en la tapa porque igual va forrada con azul araña, para que no se arruine, y después con el Billiken, para que no se arruine el azul araña.” (Graciela Cabal, 1995).

En el actual territorio de la República Argentina hasta fines del siglo XIX el papel era un bien de lujo importado y por lo tanto un recurso costoso para la labor escolar. En 1884 se fundó la primera fábrica de papel llamada "La Argentina" que en sus comienzos solo proveía de papel para diarios y embalaje. Por esa razón en la escuela se emplearon diversos tipos de recursos que eran más accesibles: la pizarrita manual y los cajones o las mesas de arena. Había que esperar hasta los grados más avanzados de escolaridad para comenzar el proceso de aprendizaje de la escritura utilizando papel.

Hacia 1880 surgieron diversas disputas en torno del papel y la pizarra, aunque en esa querella no importaba si se utilizaba suelto o encuadernado. Esa discusión se mantuvo durante varios años girando en torno de la higiene y los beneficios didácticos para aprender a escribir, aunque estas polémicas no alcanzaron a todos los escolares.

Aquellos que tenían posibilidades económicas escribían en cuadernos de clase "San Martín", uno para cada materia, aquellos que no, continuaban utilizando la pizarrita.

Los orígenes del cuaderno único escolar se remontan al año 1920 como uno de los intentos de reforma propiciados por algunos representantes del movimiento llamado Escuela Nueva. La iniciativa se debió al profesor José Rezzano quien creó el "Sistema de labor y programas del Consejo Nacional N° 1. Para entonces las escuelas todavía no habían unificado criterios de trabajo con el cuaderno, se utilizaba una gran variedad de cuadernos: de aritmética, de caligrafía, de escritura, de apuntes, etcétera. Frente a esta multiplicidad el cuaderno único se presentó como una novedad significativa y a la vez polémica. Las reformas impulsadas desde el movimiento de la "Escuela Nueva" encontraron una importante resistencia por parte de las autoridades gubernamentales.

También algunos pedagogos hicieron encendidos alegatos en contra del cuaderno único o críticas a todo tipo de reforma que intentaba este movimiento.

El cuaderno único cumplió un rol central en el marco de una nueva propuesta de organización institucional. Por un lado, intentó sistematizar y simplificar internamente la labor escolar. Por el otro, respondió más acabadamente al concepto de trabajo taylorista( manera de trabajar en las fábrica) imperante en la época, creando un isomorfismo (llevar la misma estructura) entre escuela e industria. Se convirtió en un "cuaderno del hacer", el hacer "ejercicios" para sustituir la escuela verbalista: "Que no digan, que no hablen, que lo hagan"; eran expresiones del trabajo del niño aunque no fueran "prolijos". Estos cuadernos no eran, como aquellos que se mostraban en las exposiciones de fin de año, en el régimen escolar tradicional (Gvirtz, 1997).

El cuaderno único no obstante mantuvo en su estructura la forma del horario mosaico por materia. Su utilización no llegó a representar las transformaciones propuestas por el movimiento de la "Escuela Nueva". La cantidad de ejercicios, la pulcritud, la letra linda, el cuaderno borrador o de tareas siguió presente. El cuaderno único terminó adaptándose a las necesidades de los maestros "normalistas" y generando un nuevo producto: el cuaderno de clase. Este cuaderno sirvió para controlar más fácilmente la tarea. Con un solo cuaderno el director podría supervisar el trabajo de todo un grado y el del maestro y con siete el inspector podría controlar el trabajo de toda una escuela.

PUPITRE: un asiento con historia

Pupitre marrón

Plagado de huellas

Que el tiempo talló

Con mano maestra.

Tu compás no vuelve a marcar

con tu nombre en una inicial

(Vivencia, Héctor Ayala y Eduardo Fazio, 1974)

Siendo Inspector General de Escuelas de la Provincia de Entre Ríos en 1849 Marcos Sastre introdujo un diseño de pupitre que llamó bufete de escuelas y presentó el modelo en la Exposición Nacional de Córdoba de 1871 y describiéndolo así:

"Cada mesa sirve para dos alumnos; el asiento con su respaldo está adherido a la parte posterior de la mesa, sirviendo para la mesa delantera. Esta conformación, entre otras ventajas, tiene la de acomodarse a las áreas de todas dimensiones, y ofrece la comodidad del respaldo, de las que hasta hoy carecen los niños en todas las escuelas públicas y privadas; lo que les obliga

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