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Violencia Simbolica Pierre Bourdieu


Enviado por   •  16 de Junio de 2013  •  2.811 Palabras (12 Páginas)  •  968 Visitas

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VIOLENCIA SIMBOLICA Y LUCHAS POLITICAS

Por Pierre Bourdieu

La adquisición del habitus primario en el seno de la familia no tiene nada que ver con un proceso mecánico o intencional de mera inculcación o impresión coercitiva de un carácter. Lo mismo puede decirse de la adquisición de las disposiciones específicas exigidas por un campo y por la posición ocupada dentro del mismo, que se lleva a cabo en la relación entre las disposiciones primarias, alejadas de las que suscita el campo, y las disposiciones secundarias, inherentes a la estructura de éste.

La labor de socialización tiende a favorecer la transformación de la libido original (los afectos socializados constituidos en el campo familiar) en alguna de las formas de la libido específica, mediante la transferencia de esa libido original a agentes o instituciones que pertenecen al campo. En el campo religioso, a la iglesia católica, a Dios, a Jesucristo, a la Virgen María. En el campo político, al Estado, al Rey, a la Reina. En el campo educativo, a los maestros y profesores, a la escuela y las instituciones educativas, a los diplomas.

LIBIDO E ILLUSIO

Los recién llegados aportan al campo disposiciones constituidas con anterioridad en el seno familiar, que ya están más o menos ajustadas a las exigencias, presiones y solicitaciones expresas o tácitas del campo en cuestión. Mediante una serie de transacciones imperceptibles y compromisos semi-conscientes, las disposiciones adquiridas en el campo familiar se transforman en disposiciones específicas. Los ritos de institución cumplen un papel determinante al propiciar la inversión inicial en el juego.

El proceso de transformación por el que alguien se convierte en minero, campesino, músico, profesor, empresario, rey, científico, artista o escritor, ama de casa, es largo, continuo, imperceptible y está sancionado por ritos de institución. Excluye las conversiones repentinas y radicales. Se inicia desde la infancia y se desarrolla la mayor parte de las veces sin crisis no conflictos. Ello no significa que no haya sufrimientos morales o físicos, los cuales, en tanto que pruebas, forman parte de las condiciones de desarrollo de la illusio.

Se efectúa el paso de una organización narcisista de la libido, en la que el niño se toma a sí mismo como objeto de deseo, a un estado en el que se orienta hacia otras personas y hacia otros objetos, entrando de ese modo en el mundo de las relaciones de objeto.

Para obtener el sacrificio del amor propio en beneficio de otro objeto de inversión e inculcar así la disposición duradera a invertir en el juego social que es uno de los requisitos previos de todo aprendizaje, la labor pedagógica se basa en uno de los motores que figurarán en el origen de todas las inversiones ulteriores: la búsqueda del reconocimiento. Desde niño, el hombre está continuamente abocado a adoptar acerca de sí mismo el punto de vista de los otros para descubrir y evaluar de antemano cómo lo van a considerar y definir: su ser es un ser percibido, un ser condenado a ser definido en su verdad por la percepción de los demás. Sólo existe en y por medio de la estima, el reconocimiento, la fe, el crédito y la confianza de los demás y sólo puede perpetuarse mientras logra obtener la fe en su existencia. La labor de socialización de la libido narcisista se basa en una transacción permanente en la que el niño acepta renuncias y sacrificios a cambio de manifestaciones de reconocimiento, consideración o admiración: ¡qué inteligente es!, ¡qué bien se porta! ¡qué bien que baila, dibuja, toca la flauta!, a veces explícitamente solicitadas: ¡papá, mírame! Mediante las órdenes y prescripciones, los juicios positivos y negativos, los niños son estimulados para adquirir desde una temprana edad las disposiciones para entrar en el universo familiar que más tarde les servirán para adentrarse en el universo social y las diferentes relaciones de dominación.

UNA COERCION POR CUERPOS

No hace falta ninguna acción engañosa como creen quienes aún imputan la sumisión a la ley y al orden simbólico a una acción deliberadamente organizada de propaganda o a la eficacia de los aparatos ideológicos del Estado puestos al servicio de los dominantes.

El orden social no es más que el orden de los cuerpos. La habituación a la costumbre y a la ley que la costumbre y la ley producen por su propia existencia y persistencia basta en lo esencial y al margen de cualquier intervención deliberada, para imponer un reconocimiento de la costumbre y de la ley basado en el desconocimiento de la arbitrariedad que preside su origen. La obediencia que obtiene el Estado y la observancia de la ley y la costumbre se deben en una parte esencial a las disposiciones inculcadas por medio del propio orden que establecen, sobre todo, por medio de la educación. Los problemas más fundamentales de la filosofía política solo pueden plantearse y resolverse volviendo a las observaciones triviales de la sociología del aprendizaje y la educación.

La orden sólo se vuelve eficiente por medio de quien la ejecuta, lo que no significa que suponga necesariamente, por parte del ejecutante, una elección consciente y deliberada. El agente está sujeto a disposiciones que lo preparan para reconocer los mandatos sociales. El poder simbólico es una forma de poder que se ejerce directamente sobre los cuerpos y de un modo que parece mágico, al margen de cualquier coerción física. La magia solo funciona si se apoya en disposiciones previamente constituidas. El poder simbólico lleva a cabo una transformación duradera de los cuerpos y produce disposiciones permanentes que se inscriben en los cuerpos y que la acción simbólica despierta y reactiva. Esta acción transformadora de los cuerpos resulta poderosa en tanto se ejerce de forma invisible e insidiosa, mediante la familiarización con un universo simbólico y con la experiencia de interacciones caracterizadas por las estructuras de dominación.

Fruto de la incorporación de una estructura social en forma de una disposición casi natural con todas las apariencias de lo innato, el habitus es el lugar de donde la violencia simbólica deriva su eficacia. Al ser resultado de la implantación en el cuerpo de una relación de dominación, las disposiciones son el verdadero principio de los actos tácitos de conocimiento y reconocimiento de la frontera entre los dominantes y los dominados, que la magia del poder simbólico no hace más que disparar. El reconocimiento práctico a través del cual los dominados contribuyen, sin saberlo y contra su voluntad, a su propia dominación al aceptar tácitamente, los límites impuestos, adquiere a menudo la forma de la emoción corporal. El cuerpo se sustrae

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