La Ciudad Un Espacio Educativo
abdiela14 de Junio de 2015
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Dibujar un mapa que permita ubicar una relación entre comunicación y educación, de tal manera que se pueda abandonar una visión estrictamente instrumental para tocar nuevos ámbitos, requiere de una re-creación de miradas que trasciendan los esquemas tradicionales de comprensión. Pensar la ciudad como espacio educativo de los medios es el reto que se plantea el presente texto.
Un reto que busca hurgar en puntos de posible encuentro entre comunicación y educación; en lo primero, definiéndola como un problema que trasciende la sola existencia de medios masivos de comunicación, abriendo la mirada hacia la existencia misma de sujetos sociales, cuyas voces se encuentran por fuera de los espacios de legitimación de lo social, en particular, de su existencia ciudadana; educación, porque nunca antes como ahora la discusión acerca de educación ciudadana se hace presente, pero no desde aquella perspectiva generada desde un modelo a seguir, sino del reconocer que las sociedades llamadas modernas y sus formas modernas de vivir (lo urbano) estallaron, dando lugar a las múltiples expresiones que, desconectadas, hablan de fragmentación, de un tejido social necesario de reconstruir.
Desde lo comunicativo y recuperando el sentido ciudadano espacios de diálogo, de construcción de acuerdos para la convivencia tengan en cuenta que el ciudadano que se quiere "formar" -con toda la connotación educativa del término-, no puede ser ni calco, ni copia, sino creación heroica, como afirmara hace ya más de sesenta años el pensador peruano José Carlos Mariátegui.
La escuela como centro de formación
Un primer elemento para iniciar el debate se encuentra en el propio sistema educativo, en la escuela como institución, en su capacidad por ser un núcleo organizativo de las sociedades modernas, organizadora de los procesos de socialización, de habilitación para funcionar cotidianamente en la sociedad y de transmisión uso de conocimiento, que tiene como consecuencia directa en lo social, llegar a producirse a sí misma, por la intermediación del conocimiento (1). Si a lo anterior se agrega su carácter masivo y, por ende, que todos tengan acceso a ella, tenemos una escuela que nace con el propósito de secularizar el mundo a través del conocimiento, formando ciudadanos libres que, en democracia, sean capaces de construir sociedad.
Pero las sociedades modernas no trajeron consigo sólo la escuela. La urbanización acelerada, de la mano de los procesos de industrialización, convocaron a grupos desarraigados de sus comunidades de origen que se incorporaban a la modernidad desde su condición de asalariados y perfilaban en ese anónimo vivir, la necesidad de integrarse a una forma secularizada de convivir. Simultáneamente se gestó una nueva comunidad, que surgía alrededor de una nueva identidad: la ciudadana. Promotor principal de esta apuesta será el estado a través de la escuela, la cual fomentará esta peculiar forma de identidad de carácter artificial y que mantendrá cierta dualidad, pues invocará un territorio y simultáneamente propenderá por valores universales. Aún así, la identidad ciudadana cumplirá un rol cultural innegable, dando cuenta de una historia del país, de lo artísticamente bello, de los valores de la convivencia y de lo políticamente deseable para la sociedad.
Masividad y medios: procesos descontemporáneos
Serán los procesos propios del desarrollo modernizador los que darán a la luz los medios de comunicación de masas. En la medida que las sociedades se vuelven alfabetas y sus integrantes se adquieren capacidad de compra dada su condición de asalariados, sus posibilidades de acceso a la lectura se potencian, siendo ápice para la masificación de la prensa. Por ejemplo, en 1837, en París, la evidencia de las transformaciones se hace patente, diarios como "Le Constitutionel" pasan de tirar 5.000 a 80.000 ejemplares. Aquí es importante señalar ciertas características del proceso: lo primero, que la demanda de los sectores no ilustrados, pero sí letrados, apuntará hacia narrativas que están más cerca de la tradición popular que de la innovación y el vanguardismo artístico propios de la modernidad; lo segundo, que este proceso mencionado inicia el camino que lleva del periodismo político a la empresa comercial (2).
En América Latina, el recorrido modernizador transitaría por caminos distintos. Los medios de comunicación, en especial la televisión, hacen su aparición en sociedades que se hallaban lejanas a obtener el estatuto de masivamente alfabetas, o de configurar territorios con poblaciones mayoritariamente urbanas, o políticamente ciudadanas (3). Reafirmando que la problemática comunicativa en la modernidad es más que un asunto de medios, se hace necesario investigar la manera en que estos han contribuido a configurar un espacio público comunicativo al insertarse en la dinámica de lo social, en el papel que cumplieron en la construcción de una nación -moderna- y en cómo son la evidencia de que lo moderno no ha sustituido en términos absolutos a lo tradicional.
Dentro de este proceso y con las características enunciadas los medios masivos significarán para las sociedades latinoamericanas; y este significado tendrá que ver con formas paralelas de conocimiento del mundo, de adquisición de saberes y, en más de un caso, como un modo de sentirse integrado a la sociedad. Bajo la lógica mediática estos procesos de socialización, de integración simbólica, se dan al margen de la escuela, configurando espacios en los cuales se establece una relación de comunicación que engancha a los sujetos -llámense ciudadanos- con los contenidos que se ofrecen, sobre todo en los medios electrónicos "no-letrados", desde una dimensión más afectiva que racional argumentativa. El éxito de telenovelas y programas de humor tiene dos lecturas. Una que apunta a la pobre información que contienen, que no apela a la racionalidad crítica de los sujetos o al goce estético moderno y, una segunda, que da cuenta de la riqueza comunicativa que estaría ligada directamente al potencial de las narrativas tradicionales o populares al ser éstas releídas por las hegemónicas matrices mass-mediáticas.
Medios y escuela: ¿de aliados a enemigos?
Revisando el papel cumplido por los medios de comunicación masivos en su relación con la educación, se encuentra una alianza establecida a partir del papel que juntos podían cumplir para alcanzar el desarrollo, de cómo la omnipresencia y omnipotencia de la radio o la televisión ponían al alcance de muchos el saber transformador de la sociedad. ¿Y en qué consistían estas soluciones? En poner en marcha un modelo de difusión de actitudes modernas, el cual giraba sobre un eje conceptual de carácter vertical, que hizo de la persuasión y de la teoría psicológica de la empatía dos de sus pilares más destacados (4).
Es decir, históricamente la relación entre comunicación y educación ha sido de carácter subsidiario, siendo la primera una herramienta, una extensión de la educación para el logro de sus objetivos. Una visión instrumental que colocó a la comunicación como un problema de medios, en el cual, los sectores de la sociedad -aquellos menos integrados a la modernidad letrada (casi un pleonasmo)- una vez expuestos a los mensajes emitidos por medios (no letrados) adoptarían los cambios de actitudes necesarios para encaminarse inevitablemente al ansiado desarrollo.
Esta visión instrumental de los medios también se encuentra presente en la llamada tecnología educativa, con matices que van desde la utilización de medios de comunicación en la enseñanza, hasta el enfoque sistémico de la comunicación. Este limitado campo de acción no ha permitido que la comunicación contribuya de manera efectiva a la transformación del proceso de enseñanza-aprendizaje. En el aula formal y, también en la informal, se ha puesto el énfasis en los procesos de transmisión de información (5).
Lo educativo de los medios llevaba la marca de la capacitación, de generar las competencias necesarias en la población, de tal suerte, de lograr incorporarlos masivamente a un conjunto de innovaciones -con énfasis en el ámbito rural- que permitieran su integración a una nación moderna para abordar, finalmente, el carro del progreso.
Al ser instrumento, el sentido educativo radicaba en las intenciones de los productores, lo cual dejaba por fuera al grueso de la producción del entretenimiento, cuyos contenidos frívolos y distractores de la realidad desnaturalizaban cualquier posibilidad de pensar relaciones educativas construidas desde lo masivo. Es éste el punto que marcaba los límites entre medios-educadores y medios-entretenimiento, abriendo una brecha que impediría cualquier posibilidad de encuentro.
Empero, este paralelismo puede leerse, no solamente como producto del carácter comercial de los medios, que a diferencia de la escuela, buscan un "rating" y no la formación de un sujeto, es también producto de una actitud de demonización de los mismos por parte de la institución escolar y aunque la actitud tiende a cambiar, el espacio del aula mantiene la rigidez de un modelo comunicativo que queda entrampado en la idea de un "ser" de los educandos, que debe tornarse en un "deber ser". De tal manera que la escuela queda encargada de "transmitir" un saber acumulado legítimo, que ubica al saber que transita desde y en la cotidianidad (aquella de la cual los medios forman parte) en mero saber inútil para la educación de quienes asisten a la escuela (6), sin tener en cuenta que, nos
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