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La Ciudad Como Espacio Educativo

patriciairene1130 de Noviembre de 2013

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Nuestra ciudad como espacio educativo"

Una tarde, junto a mi hija nos encontramos dentro de un vagón del metro justo en la hora del taco en dirección al terminal de buses que nos llevaría de retorno a nuestra ciudad de Linares. Para nosotros sureños, esta era una situación absolutamente nueva que solo habíamos visto en la televisión.El calor insoportable, el aire enrarecido, el abandono total del pudor a causa del contacto micrométrico de los cuerpos, nos tenía en un estado casi de histeria, sólo soportado por la promesa de la huida inminente. Mi hija sumergida en el masa humana lucha por no soltar mi mano y con su mirada me implora terminar esta tortura, yo le contesto apuntando con mis ojos a un pequeño niño que soporte estoicamente en actitud de entrega y sumisión.

La distancia entre cada estación provocaba invariablemente la interacción visual entre los pasajeros, imágenes que en el transcurrir del viaje comenzaron a ser familiares, por allí, un joven con vestimentas extrañas, por allá un obrero que en su rostro denota la injusticia de una sociedad que le obliga a conseguir el sustento dedicando hasta su último aliento diario, muchos con fonos en los oídos con la mirada perdida tratando de desconectarse de la realidad

Cada detención renueva la concurrencia y la situación aunque extrema permite que como buen pueblerino establezca conversación con los pasajeros que nos “exprimen” de manera involuntaria.

Les cuento que no soy de allí, que no estoy acostumbrado a estar apretado como ganado, y les revelo la situación intimidada en la que está mi hija. Inevitablemente les describo las virtudes que tiene el vivir en una ciudad pequeña, sin los exorbitantes excesos de una mega urbe como Santiago. Ellos me cuentan de sus aventuras y sufrimientos en el mundo que les tocó vivir.

Justo antes del momento de bajar me despido de mis fugases camaradas deseándoles buena suerte y paciencia, ellos me responden con una sentencia penosa: “Amigo buen viaje, para usted esto fue una aventura, nosotros no tenemos escapatoria”

Esta máxima me estremeció, evoque mi partida de Santiago ya hace veinte años cuando emigré al sur en busca de mejor vida, renegando de la ciudad que me vio crecer y me acogió por tantos años.

Al igual que ellos siempre tuve en mi retina el sueño de huir de la urbe, escapar a un lugar idílico de paz y quietud, un espacio campestre junto a frutales y aves domesticas, esa maravillosa imagen tantas veces ofertada en los programas inmobiliarios de televisión. El resultado, me puso en camino a trescientos kilómetros de Santiago en un pequeño pueblo sureño, Linares.

A pesar de haber logrado el anhelo de tantas y tantas personas, el resultado no fue distinto, pues cada nueva empresa acarrea nuevos desafíos y dificultades. La carencia de recursos coarta las posibilidades de desarrollo en mucho de los aspectos de la vida moderna, vida a la cual, por lo general no queremos renunciar.

La distancia hace valorizar lo que ya no se tiene, disfrutar el rico enjambre de culturas, olores y sabores diversos. Una caminata por la cultura viva en el centro cívico, levantar la mirada hacia el cielo y descubrir lo que nadie ve, cientos de imágenes y gárgolas que nos observan desde lo alto de sus muradas, la historia de la patria tallada en monumentales obras, imponentes bronces, nuestros próceres, que como guardianes vigilan en espera que hagamos lo correcto.

Recuerdo de manera especias a nuestro cómico nacional Coco Legrand, quien durante un Festival de Viña del Mar en uno de sus chistes evoca la mirada del periodista británico Paul Johnson en relaciona a la actitud asumida por las altas familias de nuestro país que en una afán de diferenciación, de temor o de insatisfacción mudan su residencia huyendo del “populacho”, del resto

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