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Algunas Consideraciones En Torno A La Posibilidad De Una Filosofía Mexicana Como Una Filosofía Sin más.


Enviado por   •  29 de Agosto de 2014  •  3.909 Palabras (16 Páginas)  •  231 Visitas

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El parentesco del título del presente ensayo con la obra del maestro Leopoldo Zea no es casual, pues en él se encierra una problemática que aquejo a un buen número de intelectuales distribuidos desde el siglo pasado por toda nuestra Latinoamérica, y cuya pregunta fundamental gira en torno a la posibilidad o imposibilidad de una filosofía autentica y propia. Dicha interrogante continua abierta, incluso en nuestros días, pues si bien es cierto que nuestra América –al igual que el resto del mundo- goza de su propia historia, cultura, ideología, etc. lo cierto es que también, ésta cae en aprietos al quererse comparar con las viejas escuelas europeas, las cuales han dado los arquetipos necesarios para todo el quehacer filosófico. Es por ello que la misión autoimpuesta por los filósofos latinoamericanos ha sido la de probar o negar (según sea el caso) la existencia de un pensamiento filosófico propio, que sea capaz incluso de encontrarse alejado de cualquier influencia externa y que además ofrezca una propuesta original y atractiva a la empresa filosófica mundial, pero ¿Cómo es posible lograr esto cuando nos hallamos en un banquete en donde ya se han servido todos los manjares existentes?

Para responder a tal cuestionamiento, es preciso analizar la naturaleza y el sentido del mismo; es decir, para poder indagar acerca de cuál debería ser la filosofía que debamos exportar al mundo primeramente debemos preguntarnos si acaso es posible siquiera consolidar una; ¿Será posible que por algún motivo, no sólo los mexicanos sino también toda Latinoamérica se encuentren imposibilitados para el ejercicio filosófico?, ¿hacia dónde debe dirigirse el ejercicio filosófico?, ¿Qué problemas es menester abordar? Y más aún ¿En dónde se halla la esencia de la propia filosofía: en el espíritu de cada hombre, sin importar su origen o por el contrario es un rasgo que muestra la distinción histórica y social de una nación determinada. A lo largo de las siguientes hojas se ofrecerá una respuesta a todas estas interrogantes.

1. El encuentro de dos mundos.

Como se recordara, 1492 es el año que marco el encuentro entre dos mundos, refiriéndonos con ello tanto al viejo continente como al llamado Nuevo mundo. Se dice que tres naves zarparon el 3 de agosto de ese mismo año desde el puerto de Palos con dirección a las islas Canarias. El 12 de Octubre las naves tocaron nuevamente la tierra y aunque no llegaron a las costas de Asia oriental como se tenía planeado lo que si descubrieron -aunque en ese momento sin saberlo- fueron las entrañas de un nuevo continente. Lejos de las condecoraciones e innumerables riquezas que se obtuvieron de tal monumental hallazgo, lo cierto es que la llegada de nuevos habitantes a esas tierras nativas trajo consigo -para ambos bandos- un cambio histórico, cultural e intelectual sumamente violento y sin embargo interesante.

Por una parte, tenemos a los pueblos instaurados a lo largo de todo el continente recién descubierto; hombres y mujeres de naturaleza guerrera aunque de apariencia sencilla, con trabajos cotidianos y apegados a las bondades que ofrecía la tierra; seguidores de tradiciones ancestrales y creyentes de un destino predestinado, que paradójicamente pusieron a los conquistadores europeos como los dioses a quienes habían estado esperando ¿Es posible siquiera imaginarse el cambio radical y traumatizante que experimentaron los pueblos prehispánicos al contemplar la destrucción de su mundo precisamente por aquellos a quienes llegaron incluso a adorar? Los ahora llamados indios tuvieron que aceptar la ideología y la sumisión por parte de los hombres blancos, puesto que sus armas hasta entonces desconocidas les resultaban impresionantes; de igual forma tuvieron que aceptar la humillación de despojarse de sus creencias, de su propia esencia, trabajando para unos reyes lejanos e indiferentes así como arrodillarse ante un Dios distante, cuyo reino en los cielos les tenía las puertas cerradas, justamente por ser indios.

Como prueba de lo anterior señalado podemos encontrar vestigios de escasos poemas elaborados en la época de la conquista, mismos que reflejaban el gran estupor e incertidumbre que aquejaban a los indígenas. Aquí un fragmento de El canto triste de los conquistados: los últimos días de Tenochtitlan:

Y todo esto paso con nosotros.

Nosotros los vimos,

Nosotros los admiramos.

Con esta lamentosa suerte

Nos vimos angustiados.

Por otra parte, No es necesario abordar aquí la naturaleza del llamado viejo continente; aunque lo que si es preciso señalar es el reflorecimiento intelectual que se generó después del contacto con América, especialmente en las universidades españolas y portuguesas en lo que a antropología filosófica se refería. El objeto de estudio: los nativos de esas tierras. ¿Qué eran precisamente esas extrañas creaturas? Ciertamente parecían iguales a ellos pero ¿realmente lo eran? ¿Por qué su desconocimiento ante la Biblia? ¿Cuál era su esencia, su fin? Estas y muchas más preguntas representaban las nuevas investigaciones efectuadas por dichos centros intelectuales, las posturas tanto a favor como en contra no se hicieron esperar. Recordemos por ejemplo a Juan Ginés de Sepúlveda (1490- 1573) para quien la guerra generada de la conquista de América era aceptable y de hecho conveniente, pues era la forma mediante la cual las sociedades más avanzadas y civilizadas podían ejercer su “superioridad cultural” así como también salvarlos de la pecaminosidad y la barbarie, encaminándolos así hacia la salvación y las buenas costumbres. A propósito de lo anterior, el mismo Sepúlveda expresa en su Apología a favor del libro sobre las causas justas de la guerra:

“Tales gentes (los indios), por derecho natural, deben obedecer a las personas más humanas, más prudentes y más excelentes para ser gobernadas con mejores costumbres e instituciones; si, previa advertencia, rechazan tal autoridad, pueden ser obligadas a aceptarlas por las armas.”

Una postura contraria la encontramos en Bartolomé de las Casas (1484-1566), el cual sale a la defensa de la integridad y la dignidad de los indios americanos pues consideraba a la guerra como un acto aberrante en donde se violaban -por desigualdad de fuerzas- los derechos civiles, divinos y naturales de los hombres, ya que partiendo desde una postura cristiana, todos los hombres son iguales ante la mirada de Dios, y del mismo modo en que los apóstoles se dieron a la tarea de predicar la fe, del mismo modo la misión de aquellos que tocaban tierras novohispanas era la de evangelizar a los nativos, no por medio de golpes,

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