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Filosofía de Matrimonio


Enviado por   •  27 de Octubre de 2016  •  Informes  •  2.539 Palabras (11 Páginas)  •  199 Visitas

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Filosofía de Matrimonio

Como toda realidad esencial el matrimonio es una totalidad en la que resuenan los diversos aspectos del hombre, ser compuesto de alma y cuerpo. Pero como no nos es posible intuir con una sola mirada la realidad esencial de las cosas, hay que deshojar laboriosamente los diversos estratos que forman esa única realidad, considerando los diferentes aspectos que integran esa totalidad que llamamos m

  1.    La sexualidad.

No es el fundamento del matrimonio, sin embargo es necesario dentro de él, la intimidad en la pareja es importante para la estabilidad del matrimonio y la relación de ellos. Establece una conexión única entre ambos miembros que conlleva a una comunicación íntima.  Es visto generalmente como un acto erróneo sin embargo la sexualidad es parte de la naturaleza del hombre y aquello no puede ser malo debido a que es un acto de verdadera entrega donde cada cónyuge busque primero y sobre todo el bien y la satisfacción del otro y por eso es un gesto exclusivamente marital Existe una diferenciación sexual tanto física como espiritual entre géneros, sin embargo, poseen una fuerte y tensa relación que hace posible el dialogo íntimo. Los sexos experimentan esta mutua correlación como atracción y promesa, como tarea y responsabilidad. Instintivamente quieren agradarse.

En el matrimonio deben unirse, sobre la base de la igualdad de la naturaleza humana, lo característico del varón y lo típico de la mujer en una dichosa vida comunitaria. Por eso el hombre y la mujer tienen que apreciarse en su peculiaridad propia, afirmarla y tomarla en serio.


      2. La fuerza del sexo y del pudor.

El poder del sexo, como instintiva presión vital, naturalmente rebasa el nivel individual de la persona, es un impulsor de la propagación humana. El sexo no es algo erróneo, sino una facultad natural del hombre, relacionada íntimamente y en su más profunda dimensión con el matrimonio.

El animal sigue su instinto de propagación, en cambio, le es dado al hombre el dominar y espiritualizar la energía sexual y vivir castamente. No se trata en este caso de una opresión antinatural, sino de una verdadera superación, esto tiene como fin la entrega primera y última en el matrimonio, es decir tener la capacidad natural de elección y dominación de sí para así llegar a la plenitud, ya que hace única y especial la entrega entre ambos miembros en la intimidad.  El hombre tiene como función natural además a no exponer públicamente su intimidad ya que es un vínculo consigo mismo, que le da integridad, que lo vuelve privado, esta fuerza del pudor se vuelve una con su cónyuge porque el hombre interioriza y unifica a este en la privacidad del matrimonio, los unifica.

El escandaloso desnudismo e indiscreción rompe los muros que el matrimonio y la familia han construido como amparo. El pudor sexual es una «reserva» en el doble sentido de la palabra: como recogimiento defensivo y como recolección de valores, que únicamente deben ser entregados en la intimidad del matrimonio. Esta fuerza de la conservación está ordenada esencialmente al matrimonio y conserva su significado en el matrimonio, aunque sea en otra forma.

  1. Amor matrimonial.   

 S. Tomás de Aquino advierte que, en este sentido, podría decirse que el león quiere al ciervo en cuanto le ve y oye su voz: «porque es un bocado exquisito para él». Tal utilización de las bajas pasiones carece de fuerza constructiva en el matrimonio, el cual es propio exclusivamente del amor que es transportador de valores. Y éste en su doble representación: como eros y como ágape.

      La usual atracción entre los sexos se detalla y establece en un ser determinado del otro sexo por medio del amor sexual, que se llama eros. El eros está actualmente en muchos matrimonios; es un «amor de concupiscencia», en el sentido más noble pero está amenazado: por una parte, el riesgo de encerrarse en sí mismo, y por otra, el riesgo de recubrir a la persona amada con un perfil ideal alejado de la realidad, y que puede conducir a la decepción.

      Debido a que «todos esos fuegos se consumen lentamente» (Sigrid Undset), al amor sensible tiene que acoplarse aquel otro amor que S. Pablo llama ágape, el cual es «paciente, benigno, no es interesado, no se irrita, no piensa mal, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad no pasa jamás» (1 Cor 13,4-8). Podrán darse matrimonios en los cuales el ágape se una desde el principio al eros. No pretende ser feliz, sino hacer feliz, y se conserva lejos del riesgo de «un egoísmo a dúo». El ágape busca la comprensión del otro de modo intuitivo, le acepta como es, con todas sus limitaciones y debilidades, y no forja, en la persona amada, ninguna imagen ideal que la transfigure. Este amor de caridad es un adentrarse de modo propio en el ser del otro y, al mismo tiempo, una disposición para la íntima comunicación vital, a fin de ayudarse a llevar colectivamente los deberes y obligaciones.

      Al eros y, sobre todo, al amor sobrenatural, generoso y comunicativo, les es propio una fuerza alteradora. Aquí encuentran todos los aspectos de lo sexual su sentido pleno y su sublimación. Eros y ágape penetran y acrisolan lo sexual en el hombre, no para eliminarlo, sino para ennoblecerlo. Lo sensible y lo sexual se convierten en expresión del amor matrimonial y le resguardan de convertirse en un descarriado fin de sí mismo. También la fuerza de preservación del pudor halla en el amor su obediencia, puesto que el hombre, sin temor de violencia, puede hacer entrega de lo más recóndito y personal.

      4. La procreación. El amor y entrega matrimoniales se orientan por su propia naturaleza a la generación de nueva vida. «El hombre no puede ser sexualmente activo, sin iniciar procesos que, en su contenido y según su intrínseca plenitud de sentido y por su esencial finalidad, no sean parte integrante del despertar de nueva vida» (Wendelin Rauch). Como consecuencia de esta ordenación intrínseca, la procreación no debe separarse del amor matrimonial, p. ej., mediante la inseminación artificial o el abuso del m. (v. v, 6)
      El fin principal del m. es la procreación de los hijos. Una y otra vez se ha intentado presentar objeciones a este aspecto del m. Peter Franz Reichnsperger, p. ej., opinaba en 1847 que «la verdadera definición intrínseca» del m. es la «total felicidad y ennoblecimiento de los hombres» en la «comunidad indivisa de la vida», «pero que la procreación de hijos no es más que un fin accesorio y no absolutamente esencial». La opinión de que la comunidad de vida y amor de varón y mujer es el fin primario del m. ganó no pocos partidarios, especialmente en los años treinta del s. xx: la «comunidad yo-tú» es «lo primariamente intentado y querido por el matrimonio» y «no la introducción de un tercero, puesto fuera del varón y de la mujer, al que miran en común» (F. Schwendiger); la opinión de la «teología antigua», que «desde condicionamientos históricos vio el fin primero y principal del matrimonio en la procreación de descendencia y en su educación», no es sostenible «en esta forma, ya que no hace justicia ni a la comunidad matrimonial ni a la mujer» (N. Rocholl)
      Estas doctrinas están en contradicción con la finalidad inmanente del m. en cuanto institución natural. El fin principal es, sin duda, la generación y crianza de los hijos (finis operis primarius). Pero, además, el m. tiene otro sentido objetivamente inmanente (otro finis operis), a saber, la comunidad de vida y amor de varón y mujer, que suele llamarse secundario (f inis operis secundarius). Aunque el fin secundario está esencialmente vinculado y subordinado al primario, le compete, como se dice en una sentencia de la Rota del 22 de en. de 1944, «cierta independencia», ya que puede cumplirse también en el m. sin hijos, pero no en el m. en el que deliberadamente se han evitado éstos. La comunidad de vida y amor forma una unidad natural con la procreación y educación de los hijos; si éstos se evitan no es posible íntegramente aquélla; una prueba es el pensar que un m. feliz siente cuando no puede tener hijos o involuntariamente tardan éstos en llegar. Distinta puede ser la razón de fines del m. si atendemos a las intenciones personales de los esposos (al (inis operantis), pero es necesario que los fines del m. estén estrechamente entrelazados, ya que la felicidad, perfeccionamiento y desarrollo personales se realizan en el dar la vida y en el educar. En este sentido los hijos son de inestimable importancia para la comunidad de vida y unión de los esposos. Preocupa profundamente que muchos esposos abusen del m. y apenas quieran reconocer ya como pecado su conducta; es decir, que capitulen en masa ante el cumplimiento de un importante precepto natural y se deslicen a vivir en una laxitud de conciencia como la que antes estaba bastante difundida en algunas regiones frente a las «razones» de venganza personal

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