LA EDUCACIÓN COMO HECHO MORAL. ENSAYO SOBRE LA ÉTICA NICOMAQUEA DE ARISTÓTELES
Comenio22 de Febrero de 2014
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LA EDUCACIÓN COMO HECHO MORAL. ENSAYO SOBRE LA ÉTICA NICOMAQUEA DE ARISTÓTELES
Covarrubias González Martín Gilberto
“He luchado por lo justo, lo bueno y lo mejor del mundo”
Olga Benario Prestes
Resumen
La antigüedad clásica griega estructuró sistemas de pensamiento muy sólidos de los cuales no pocos siguen configurando una perspectiva o referente de nuestro mundo moderno. Somos herederos –y también diría legatarios- de los griegos y también de los romanos de hace más o menos dos mil setecientos a mil cuatro años hacia nosotros. Desde Homero, pasando por Tales de Mileto a Justiniano, sin obviar a Eratóstenes, Cicerón, Virgilio, Ulpiano, Gayo e Hypatia.
En este ensayo se exponen ideas y comentarios acerca de la perspectiva manifiesta de Aristóteles en relación a su obra la Ética Nicomaquea en tanto ejercicio intelectual del filósofo griego por dilucidar aspectos de trascendencia en la conducta del ser humano en tanto ser social, especialmente en relación a la virtud, la moral, lo bueno y lo justo, la costumbre, el hábito y en ello la educación como hecho moral.
Palabras clave:
Moral, bien común, virtud, hábito, costumbre, felicidad.
INTRODUCCIÓN
Reflexionar acerca de la obra de quizás, sin exagerar, del más grande filósofo de todos los tiempos –espero no atentar al término medio aristotélico- en uno de los temas más álgidos y controversiales, implica precisamente no desvirtuarlo de su propia visión del mundo y de su entorno cultural o el ethos de su época.
Estamos entendidos que el griego de la época de Aristóteles –contemporáneo de Eratóstenes- determinaba un mundo de cierta estabilidad y conjunción de la comunidad consigo misma. Aristóteles participa de ello y logró configurar un concepto de la totalidad referida a la polis, en tanto unidad que sin ella el ser no es, se desvirtúa, se desnaturaliza. La totalidad ante/sobre la parte, el principio de autoridad y la comprensión del género y su diferencia específica, conforma un visionario que no podemos sustraer en su análisis o disertación acerca de la moral, la ética, el acto moral y el bien común.
En relación a la educación, de la época del estagirita, no es viable visualizarla a como nuestra postmodernidad lo hace. Las discrepancias actuales acerca de ella son enormes y rebasa con creces el objeto del presente ensayo. Pero lo que sí podemos dilucidar, al menos como hipótesis de trabajo teórico, es determinar si ella participa, hoy día, del ethos aristotélico referido a la virtud y su estricta vinculación –no sólo abstracta sino objetiva- con el llamado bien común. Es decir, ¿acaso el llamada a la colectividad y a la pertenencia a una comunidad es determinable por la educación como un hecho moral visualizado por Aristóteles? ¿La virtud aristotélica es igual a la virtud posmoderna, si es que ésta existe?
Primero dejaremos hablar al Maestro y después expondremos nuestro punto de vista.
La virtud y su voluntad hacia el bien.
Sin lugar a dudas, la obra de la Ética Nicomaquea de Aristóteles (1996) es una de las fundadoras de la cultura occidental, y que no decir de la oriental especialmente la árabe, en términos no sólo de su orientación sino de su construcción lógica y argumentativa en uno de los terrenos que podríamos decir el más humano de todos: el acto moral. No queremos decir con ello que lo racional no lo sea también, sin embargo lo humano radica en la orientación de esa racionalidad y ello lo marca lo ético, lo moral.
Conocida y más que comentada es la precisión aristotélica de la naturaleza política del ser humano (Aristóteles, 1963), por lo que la referencia al bien común es imprescindible para -digámoslo así en un ejercicio de interpretación sistémica- comprender por qué el autor en comento determina esa orientación hacia el bien tal cual lo señala en su obra a Nicómaco al inicio de la misma: “Todo arte o toda investigación científica, lo mismo que toda acción y elección parecen tender a algún bien; y por ello definieron con toda pulcritud el bien los que dijeron ser aquello a que todas las cosas aspiran”. (Aristóteles, 1996, p. 3). Y ahora nos trasladamos al final del escrito y el estagirita nos informa que “Hemos hablado de las virtudes, las amistades y los placeres, sólo resta que tratemos sumariamente de la felicidad, puesto que la constituimos en fin de los actos humanos…Si la felicidad es, pues, la actividad conforme a la virtud, es razonable pensar que ha de serlo conforme a la virtud de la parte mejor del hombre. Ya sea ésta la inteligencia, ya alguna otra facultad a la que por naturaleza se adjudica el mando y la guía y el cobrar de las cosas bellas y divinas; y ya sea eso mismo algo divino o lo que hay más de divino en nosotros, en todo caso la actividad de esta parte ajustada a la virtud que le es , propia, será la felicidad perfecta”. (pp. 138, 139).
Ahora bien, al respecto debemos invocar otro de los campos en su filosofía moral que también ha causado mucho debate desde entonces, incluyendo a Kant (1979), a Sartre (1992), Nietzche (2012), etc., tal lo cual lo es lo relativo a la voluntad. Aristóteles nos dice:
la voluntad, según hemos dicho, mira al fin; pero este fin, para unos, es el bien real, y para otros el bien aparente…Siendo el fin el objeto de la voluntad, y materia de deliberación y de elección los medios para alcanzar el fin, síguese que los actos por los que, de acuerdo con la elección, disponemos de tales medios, son voluntarios. Ahora bien, el ejercicio de las virtudes atañe a los medios. Por tanto, en nuestro poder está la virtud, como también el vicio. Porque donde está en nuestra mano el obrar, también estará el no obrar, y donde está el no, también el sí. Así pues, si en nosotros está el obrar lo que es bueno, también estará en nosotros no obrar lo que es vergonzoso, y si en nosotros está no obrar lo que es bueno, también estará en nosotros el obrar lo que es vergonzoso. Pero si en nosotros está el hacer actos nobles o ruines, e igualmente el no hacerlos, y en esto radica esencialmente la diferencia entre los buenos y los malos, en nosotros estará ser hombres de bien o perversos (1996, pp. 33, 34).
Ahora nos detenemos un poco y recapitulamos. El bien común correspondo al todo, a la polis, ya que ésta –como El Todo- es anterior a la parte. Eso corresponde a lo que ya en la Ética Aristóteles confina a la ciencia política (lo bueno y lo justo); y conexo a ello no podría ni debería permitirse una acción o conducta que de entrada atente a ese principio. En todo caso la consideración ya no sería del arte de gobierno, sino del acto humano, del acto del hombre como hacedor de actos morales. Y esos actos morales deberían tender a la felicidad como virtud y con ello contribuir al bien común. Y la voluntad –entendida no sólo como decisión, sino como dirección- juega un rol fundamental dados los medios para llevar a cabo cierta conducta (positiva o negativa: acción u omisión).
Citamos otra vez al filósofo (al estilo medieval): “Siendo pues, de dos especies la virtud: intelectual y moral, la intelectual debe sobre todo al magisterio su nacimiento y desarrollo, y por eso ha menester de experiencia y de tiempo, en tanto que la virtud moral, es fruto de la costumbre, de la cual ha tomado su nombre…Las virtudes, por tanto, no nacen en nosotros ni por naturaleza no contrariamente a la naturaleza, sino que siendo nosotros naturalmente capaces de recibirlas, las perfeccionamos en nosotros por la costumbre…En una palabra, de los actos semejantes nacen los hábitos. Es preciso, por tanto, realizar determinados actos, ya que los hábitos se conformarán a su diferente condición. No es de poca importancia contraer prontamente desde la adolescencia estos o aquellos hábitos, sino que la tiene muchísima, por mejor decir, es el todo.” (1996, pp. 18, 19).
De la cita anterior se infiere que la educación por sí –desde su naturaleza en tanto animal político- es un acto moral, o sea, conduce y orienta el acto, ya sea para el bien o para el mal, ya sea por acción u omisión. La diferencia radica hacia dónde tiende el acto educativo. Y me explico: no hay que mal interpretar a Aristóteles en el sentido de fijar una idea de moral o de ética –esa es su lucha ante los platónicos- sino el cómo y el para qué se ejerce cierto acto o conducta moral.
La educación como precepto no involucra una especie de camino a la santidad –ya San Agustín (1996) se encargará de ello- sino del ejercicio de las virtudes, y así lo expresa categóricamente: “En consecuencia, es preciso considerar, en lo que atañe a las acciones, la manera de practicarlas, pues los actos, según dijimos, son los señores y la causa de que sean tales o cuales los hábitos [así pues] Observemos en primer término que los actos humanos son de tal naturaleza que se malogran tanto por defecto como por exceso…La virtud es, por tanto, un hábito selectivo consistente en una posición intermedia para nosotros, determinada por la razón y tal y como la determinaría el hombre prudente”. (1996, pp. 19, 23).
Al recuperar su perspectiva del hábito y de la costumbre –como elementos fundamentales del acto moral- la educación prima en tanto conductora de los caracteres y de las formas, es decir, vehículo o medio para la virtud, siendo lo justo, la templanza, la voluntad y la felicidad referentes obligados a la reflexión que a continuación señalaré para efectos de la actualidad
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