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¿para Que La Filosofía?


Enviado por   •  16 de Febrero de 2014  •  2.511 Palabras (11 Páginas)  •  180 Visitas

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¿Para qué sirve la filosofía?

Autor: Fabio Humberto Giraldo Jiménez

Hasta las decisiones más procedimentalmente limitadas, como las que se pretenden con las ciencias, contienen un grado más o menos elevado de incertidumbre, por más completas que sean tanto en su construcción teórica y técnica como en su aplicación. Siempre existirá en ellas un vacío insondable, una fractura fisiológica insanable o una falla estructural incontenible, que no se debe a simples errores o a lagunas de conocimiento o a faltas de control interno.

Ese es el lugar de los casos excepcionales, cuya dificultad se traslada al mayor o menor grado de inconsistencia que existe entre las decisiones generales que prescriben acciones iguales para sujetos y objetos universales y abstractos y las particulares que prescriben acciones distintas para sujetos y objetos concretos y específicos y se traslada también a la siempre asimétrica relación entre fines y medios. Para explicar esa incertidumbre, para contenerla, controlarla o eludirla, hemos inventado mil fórmulas y ensayado mil recetas.

Una de ellas es la filosofía, que tiene la característica especial de que, con un alto grado de desconfianza epistemológica, se ocupa de las justificaciones de todo tipo de decisión que se toman allí en ese lugar de los casos excepcionales tan aparentemente reducido en extensión pero tan infinitamente intenso y que al tratar sobre las decisiones que se toman en estos casos termina problematizando los fundamentos de las decisiones normales.

Por eso resultan ser ocupación común de los filósofos, asuntos como, por ejemplo, la filosofía de la misma filosofía –como la que estamos haciendo ahora-, del derecho y en consecuencia una teoría de la decisión jurídica, de la política y en consecuencia una teoría de la decisión política, de las ciencias en general y en consecuencia una teoría del conocimiento y, en fin, filosofías de la vida cotidiana, de la actividad empresarial, de la moral y hasta de la carpintería. Y ello explica por qué se pueda preguntar por la función de la filosofía en la sociedad esperando una respuesta distinta de la que podría inducirse si la pregunta se hiciera sobre, pongamos por caso, la física, la política, el deporte o la salud.

Porque la decisión originaria de la filosofía es ocuparse del fundamento de las decisiones excepcionales y eso no se acomoda a la idea habitual que tenemos de función y de funcionamiento y de relación directa entre pensamiento y acción. En efecto, lo que menos le viene bien a una decisión y a quien decide es que se abra un expediente sobre sus fundamentos.

Comúnmente se aguanta la inquisición hasta el contenido y los métodos de la decisión y hasta la legalidad de quien decide pero no se implica la legitimidad misma del acto de decidir, que es hacia donde apunta la filosofía. Si la filosofía tiene algún objeto es ese punto extremo en que toda aserción es incierta y si tiene algún método es el que implica adoptar la incertidumbre y la excepcionalidad como forma de pensar y el ensayo como testimonio del esfuerzo. Por eso también los grandes sistemas filosóficos terminan siendo grandes ensayos sobre los que aún se sigue ensayando y por eso también se entiende que la ironía y la paradoja sean estrategias típicamente filosóficas.

Y por la índole de su oficio, la filosofía es una de las pocas disciplinas intelectuales que, a pesar de su institucionalización, aún conserva parte de una de los ideales más ubérrimos de la cultura clásica según la cual la escuela es el lugar donde se cultiva el pensamiento sin limitaciones y afujías y es por ello mismo el lugar del ocio, no del negocio. Y, consecuente, la filosofía se ha destinado a esa tradición, tanto de lugar como de oficio, alimentada de la misma idea primordial según la cual toda decisión en ese punto extremo sigue siendo incierta por más que logre un consenso que la haga creíble porque los consensos mismos no son ciertos aunque sean seguros.

frente al afán de certeza y seguridad que para otros efectos y en otras actividades resulta lo normal, semejante inseguridad de lugar y de modo resulta anormal. Pero para la actividad filosófica es lo normal, lo cual la hace diferente de todo sistema de creencias incluidas las creencias ligadas a las ciencias.

Pero a contrapelo de lo que habitualmente se piensa, ese lugar y ese modo no está situado ni por debajo, ni por encima, sino al lado de otras actividades y de otras ocupaciones, por lo cual la filosofía, a pesar de todo, forma parte de las actividades normales de los hombres aunque es poco usual que los hombres la tomen como una ocupación y menos como un oficio.

Por supuesto que las ciencias también se ocupan de las decisiones excepcionales y cruciales, pero sólo muy ocasionalmente; su trabajo normal no consiste en controvertir, sino en confirmar y por ello sus resultados resultan acumulativos. sólo muy excepcionalmente, durante períodos de crisis científicas estructurales, de inseguridades profundas, el trabajo científico y el filosófico llegan a identificarse.

Me parece que por eso la filosofía ha adquirido un cierto aire de extrañamiento histórico, una imagen de actividad extraordinaria, interesante pero inútil, que parece transmitirle a los filósofos, incluso a los retoños, un hálito de desapacible intelectualidad o un ensimismamiento distante o un tipo de rareza enigmática que muchos vestimos con esmero, como si existiera una especie de sicotipia filosófica gremial. Y yo creo que es una imagen ajustada. Porque lo que hace distinta a la filosofía -con mayúscula- inclusive de todas las filosofías históricas y de todos los sistemas filosóficos es que termina siempre revisando sus propias creaciones.

No puede ser raro entonces que el filósofo viva una vida excepcional aunque ni mejor ni peor que otras -si por tal entendemos que su ocupación- son los problemas y no las soluciones.

Y ello no necesariamente implica que la persona que se ocupa con los problemas filosóficos sea ella misma problemática, rara, excepcional en relación con las formalidades normales del decoro social. Pero bien podría serlo, porque aunque eso sí sería muy raro, podría existir algo así como un estilo de vida filosófico. Todavía no sabemos si la inusual personalidad de sócrates tuvo carne y hueso con biografía distinta de la de los Diálogos de Platón, en contraste con lo que sabemos de Nietzsche, que se entristecía con la imagen que se podía deducir de su filosofía. Resulta bien difícil saber si entre la maraña de las causas de la angustia existencial, las angustias filosóficas ocupan un lugar o producen iguales o parecidos traumas a los

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