Chile: la revolución que no fue
gascabResumen2 de Febrero de 2020
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MIRES, F. “Chile: la revolución que no fue” en La rebelión permanente.
CONSIGNAS
1. Caracterizar la Unidad Popular y su programa de gobierno.
2. ¿Qué vínculos mantiene el gobierno de Allende con los sectores populares chilenos?
3. ¿Cuáles fueron las respuestas que dieron los partidos políticos de oposición al gobierno de la unidad popular? ¿Qué actitudes desarrollan los sectores empresariales?
4. ¿Cuál es la política que llevó adelante el gobierno de la unidad popular en relación a los militares?
1) Mires plantea que la Unidad Popular tenía dos pecados originales: la fijación al Estado y el propio programa de gobierno.
A pesar de las diferencias existentes entre los partidos que conformaban la UP (Partido Comunista, Partido Socialista, Partido Radical, Movimiento de Acción Popular Unitario, Partido de izquierda Radical, la Izquierda Cristiana), la entendían como una fuerza revolucionaria que, a través del gobierno, “ocupaba” el “Estado burgués”, desde donde crearía condiciones para transitar hacia el socialismo apoyándose en la movilización de “las masas”, dirigidas por el “proletariado”. Vista sí la realidad, la llamada “vía pacífica” aparecía como una opción libremente elegida por la izquierda, frente a la otra opción “posible”, la de la “vía armada”.
La UP era pues parte de la continuidad política chilena. Sus partidos más pequeños también eran de neta raigambre parlamentarista. El MAPU y la Izquierda Cristiana venían nada menos que da la DC. El Partido Radical era el resto de un partido histórico que durante más de dos décadas fue el representante de las clases medias. La izquierda chilena era simplemente una asociación de partidos parlamentarios de izquierda que rotaban en torno al eje comunista-socialista.
La adhesión al Estado, por una parte, y la autodefinición revolucionaria de los partido de la UP, por otra, originarían en muchos militantes de izquierda un extraña ideología en donde se mezclaba la idea leninista del asalto al poder con la fidelidad más estricta a las instituciones gubernamentales. A fin de reconciliar lo irreconciliable, algunos consejeros de gobierno inventaron la absurda tesis relativa a la constitución de un doble poder dentro del Estado. El poder revolucionario, representado en el gobierno; y el poder contrarrevolucionario, en el parlamento. Tal visión estatista sólo podía acelerar el desarrollo de una posición contraria, sobre todo en el PS; llegó a adquirir notorios rasgos antigobiernistas y delegaba todas las iniciativas a un “movimiento de masas” al que se suponían en permanente disposición revolucionaria.
Por un lado, Allende censuraba a la Asamblea por no constituirse como poder alternativo, y luego destacaba que el gobierno no toleraba ese tipo de poder. Evidentemente, Allende en esos momentos estaba muy mal aconsejado. En esos momentos tenía lugar no una contradicción entre dos poderes excluyentes, sino entre una legalidad carente de contenido social y otra apoyada activamente por los sectores populares. Desautorizando iniciativas de apoyo como la Asamblea, el gobierno se arrinconaba cada vez más en el interior del estado, limitando así sus propias posibilidades de negociación con el centro político. El evidente apoyo popular que tenía el gobierno no se manifiesta así orgánicamente, sino en grandes manifestaciones populares convocadas por los partidos.
El segundo “pecado original” de la UP se encontraba en su propio programa, sobre todo en sus formulaciones económicas. Incluso la nacionalización del cobre era aprobada por los partidos de la oposición. Los trabajadores y empleados vieron de pronto notablemente aumentados sus ingresos, lo que no tardaría en activar las llamadas capacidades ociosas de la economía. El programa planteaba sólo desbloquear los llamados “obstáculos del desarrollo” “terminando con el poder del capital monopólico nacional y extranjero, y con el latifundio, a fin de comenzar la edificación del socialismo”. En el marco de ese proyecto era postulada una alianza económica entre una supuesta fracción de capitalistas nacionales como productores, y sectores asalariados (clase media y obreros) como consumidores. En el fondo se trataba de aplicar algunos criterios del tipo “keynesiano” a la economía chilena, esto es, activar el desarrollo por medio de la intervención técnica del Estado. El pequeño problema era que en Chile no existía una clase empresarial dispuesta a responder dinámicamente a los estímulos inducido por el Estado. Las razones son muy evidentes. La primera se encuentra en el marcado carácter parasitario y dependiente que había asumido el conjunto del empresariado local. Por ello, frente al aumento de la demanda, sólo reaccionó aumentando los precios y no la producción, como se esperaba. Así se desataría una inflación que tendría fatales consecuencias políticas. El programa de la UP no estaba hecho para una realidad como la chilena, pues la clase industrial, nacional y dinámica, modernista y desarrollistas, en otras palabras, aquella “burguesía nacional” destinada a convertirse en aliada antimperialista del “proletariado”, sólo existía en la imaginación de quienes lo concibieron. En lugar de ese empresariado, asomaba el feo rostro de una clase usurera, parasitaria y dependiente. Las medidas económicas de la UP provocaban exactamente efectos contrarios a los previstos.
2) De la misma forma que la lectura de los sectores empresariales era incorrecta, la de los sociales subalternos a los que el programa pretendía representar era definitivamente falsa. Además de la “burguesía nacional” la UP reconocía como sujeto a “la clase obrera”, a la que suponía integrada al gobierno a partir de “sus partidos” y de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores). Esa clase obrera, de por sí muy heterogénea, era dividida por el programa a través de la fijación de las “tres áreas de la economía”: La social (estatal), la mixta y la privada. Durante el gobierno quedaría asegurada la hegemonía del “área social” sobre las demás.
Los obreros que tuvieron la suerte de pasar a formar del “área social” tenían una gran cantidad de ventajas en comparación con los que trabajaban en las otras dos áreas. Para muchos trabajadores de las áreas mixtas y privadas, su situación no cambiaba nada con el nuevo gobierno y estaban obligados a contemplar cómo sus “hermanos de clase” obtenían privilegios y realizaban movilizaciones que a ellos, por decisión pragmática, les estaban prohibidas. El 60% de los trabajadores de chile no eran favorecidos por el programa de la UP. Tales obreros también comenzaron a movilizarse y a ocupar sus lugares de trabajo. Frente a esta situación, los partidos del gobierno no les quedaba más alternativa que oponerse a tales movilizaciones, calificándolas frecuentemente de “acciones ultraizquierdistas”, o apoyarlas, con lo que de paso violaban el propio Programa.
En el campo ocurría algo similar. Los trabajadores agrarios excluidos del sector “reformado” no se resignaron a desempeñar el trise papel de espectadores de las movilizaciones de los trabajadores de los grandes latifundios y, siguiendo el ejemplo, iniciaron por cuenta propia la ocupación de latifundios medianos y pequeños.
El PC culpaba de ello al “ultraizquierdismo” del MIR. Pero aunque el MIR y otros partidos de la izquierda apoyaban estas movilizaciones, no las crearon. Ese supuesto ultraziquierdismo tenía una base social, o lo que es igual, el propio programa de la UP, al excluir a vastos sectores populares, convertía sus movilizaciones en “ultraizquierdistas”.
El programa de la UP era excluyente y discriminatorio, y no contemplaba ninguna política para los habitantes de las poblaciones periféricas ni para los enormes contingentes de desocupados agrarios. La UP tenía una incapacidad para ganar el apoyo de los “sectores medios”. El error más grande fue no haberse ganado el apoyo de la mayoría de los sectores populares.
3) Se ha insistido que la Unidad Popular [UP] pudo triunfar en las elecciones de 1970 gracias a las divisiones de la derecha. La verdad es que la derecha nunca había estado políticamente unida. La novedad era que ahora la derecha estaba dividida frente a cuestiones fundamentalmente económicas, y aquello que estaba en juego era el principio mismo de hegemonía en favor de un empresariado modernizante o en favor de los propietarios más tradicionales. No obstante, esos mismos sectores económicamente divididos se vieron obligados, al día siguiente del triunfa de Allende, a reconstruir una unidad política frente al enemigo común.
La unidad política de la derecha comenzó a darse, primero, en el terreno conspirativo. Tuvieron lugar dos intentos paralelos de cerrar el paso al nuevo gobierno de Allende: uno legal y otro ilegal.
El mecanismo legal era: el congreso debería elegir entre las dos primeras mayorías, procedimiento formal que se realizaba cuando ningún candidato hubiese alcanzado la mayoría absoluta. Bastaba pues que los parlamentarios de la Democracia Cristiana [DC] votaran al candidato de la derecha. Pero no era posible políticamente. Un presidente elegido por el Congreso habría sido sin duda lega, pero ilegítimo, dado la situación de agitación social que vivía el país la situación se iba a tornar incontrolable.
Pero paralelamente a la conspiración legal, había una conspiración golpista. En octubre de 1970 un grupo de mercenarios, encabezado por el general Viaux, asesinó al general en jefe del ejército. Con las investigaciones este hecho demostró ser una conspiración política de enorme envergadura personeros de la Corte Suprema de Justicia, generales del ejército,
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