Hegemonía Y Bloque Histórico
20 de Febrero de 2014
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HEGEMONÍA Y BLOQUE HISTÓRICO
Sin lugar a dudas, el concepto de hegemonía es uno de los más importantes, acaso el más importante, dentro de la conceptualización gramsciana. Constituye la categoría central de su concepción política, y la llave para aprehender la coherencia, la organicidad y la sistematicidad de su pensamiento, disperso a lo largo y ancho de su obra en notas y ensayos «sueltos», sobre tópicos diversos, algunos de ellos sin continuidad, producto de las difíciles condiciones vividas en el destierro y en la prisión.
Como ocurre con la mayoría de los conceptos gramscianos, el de hegemonía ha sido objeto de extensas polémicas entre los analistas de su obra. Sin embargo, existe un acuerdo básico sobre su contenido y, sobre todo, respecto de la importancia y la novedad de su aporte frente al uso del concepto por los marxistas clásicos y los revolucionarios rusos desde Plejanov hasta Lenin.
En este escenario, el primer reconocimiento tiene que ver con la centralidad del concepto desde la perspectiva política. La hegemonía describe, esencialmente, el contenido de las relaciones políticas entre las clases sociales. Pero como señala Anderson, Gramsci también subraya la importancia cultural del concepto. Esta importancia se relaciona con el hecho de que el acceso de un grupo social fundamental al ejercicio hegemónico marca la irrupción de una nueva cultura, de una nueva concepción del mundo y de la vida, caracterizada por intereses y necesidades de clase, que se hace vida, que se transforma en «acto histórico».
Lenin y la hegemonía como dirección política
Para comprender el sentido nuevo que Gramsci incorpora al concepto de hegemonía es necesario realizar una pequeña arqueología del mismo. La fuente más inmediata utilizada por Gramsci para su reflexión sobre la hegemonía es Lenin, quien elabora su concepto a propósito de la discusión sobre las características que debía asumir la revolución en el período comprendido entre 1905 y 1907 cuando se lleva a cabo la revolución democrática en Rusia. El concepto fue desarrollado en la discusión que se realizó entre mencheviques y bolcheviques para tratar de establecer el papel que en ella debían desempeñar tanto la burguesía como el proletariado.
Resumiendo y esquematizando, el argumento es el siguiente: Cuando Lenin estudió el desarrollo del capitalismo en Rusia encontró que estaban dadas las condiciones objetivas y subjetivas para la realización de una revolución socialista, pero con la condición de que antes, o simultáneamente, debía llevarse a cabo una revolución democrático - burguesa, antifeudal y antizarista. Los mencheviques sostenían que, por su carácter, esta revolución debía ser dirigida por la burguesía liberal y democrática, con el apoyo del proletariado, pero sin su compromiso total. Lenin y los bolcheviques, por el contrario, sostenían que esta revolución debía ser dirigida por el proletariado pues, por razones históricas, la burguesía liberal rusa era débil, se encontraba ligada por fuertes vínculos a los estamentos feudales, y no tenía la capacidad requerida para llevar a término las reivindicaciones capitalistas frente al zarismo y a la aristocracia feudal. En esas condiciones, la única fuerza capaz de liderar y de hacer esa revolución era el proletariado. Así, el proletariado ruso tenía que hacer simultáneamente dos revoluciones: la revolución democrático - burguesa e inmediatamente, sin solución de continuidad, la revolución socialista o revolución proletaria, la revolución anticapitalista que realizaría la expropiación de todos los medios de producción e instauraría la dictadura del proletariado.
Esa revolución democrática - burguesa era fundamental porque con ella se resolverían los problemas sociales, económicos y políticos del grueso de la pequeña burguesía rusa representada básicamente por los campesinos. El punto de vista de Lenin consistía en que sin los campesinos el proletariado no podía hacer la revolución socialista. El proletariado debía hacer una revolución proletaria en beneficio de toda la sociedad, pero no la podía hacer solo, por el enorme peso político y social que tenían los campesinos, esencialmente pequeño - burgueses, y que, como tales, podían estar con el proletariado, pero también podrían estar contra él, dependiendo de las relaciones de fuerza existentes en el momento de la revolución.
Esto significaba que, desde el punto de vista político, el proletariado necesitaba ganar para su causa a los campesinos. Lenin propuso entonces la tesis de que se necesitaba un proceso de revolución ininterrumpida o de revolución permanente, en el cual el proletariado debía dirigir políticamente a sus aliados y enfrentar abiertamente a sus enemigos, para después conducirlos a la revolución socialista. Lenin pensaba que el proletariado debía ser la fuerza hegemónica que dirigiera al campesinado en esa lucha. A esa dirección política ejercida por el proletariado sobre el campesinado y sobre los aliados, en el marco de una alianza de clases, Lenin la llamó hegemonía.
Este punto de vista se complementa, en los "Cuadernos de la Cárcel", cuando Gramsci anota que la dirección política es insuficiente para configurar el ejercicio de la hegemonía y que ésta no es posible si, al mismo tiempo, no se ejerce la dirección intelectual y moral sobre dichas clases. De este modo, la hegemonía puede definirse como el punto de contacto entre el ejercicio de la dirección política y el de la dirección intelectual y moral por parte de una base social o un conjunto de ellas, sobre otras o sobre la sociedad entera, planteamiento que desborda el marco estrecho de la simple alianza de clases.
Con esta manera de plantear el asunto de la hegemonía, Gramsci deja de concebirla como una estrategia del proletariado para ganar adeptos y acceder al poder, y la convierte en un principio de análisis para comprender los complejos mecanismos que regulan las relaciones entre los bloques sociales hegemónicos y los subordinados, incluyendo el hecho de que la misma burguesía necesita actualizar permanentemente su supremacía. De este modo se supera la fase corporativa de expresión política de las bases sociales para acceder a niveles superiores de interacción social en términos de correlación de las fuerzas y devenir grupo hegemónico. Este aspecto de la cuestión es de vital importancia para comprender los mecanismos de acceso a y de ejercicio de la hegemonía, pues en la red de relaciones que se establece entre las distintas bases sociales de un determinado sistema cultural, una base social, o un conjunto de ellas que aspiren a la hegemonía, no podrán consolidarse como tales si, de alguna manera, no reconocen los intereses y necesidades de los grupos subalternos y los incorporan dentro del conjunto de reivindicaciones generales de la sociedad.
He citado por extenso a Gramsci, pues en este texto se plantea con toda claridad la relación que dejamos indicada más arriba entre correlación de fuerzas sociales y hegemonía, como factor de regulación en la configuración de las instancias de articulación ideológica y cultural. La superación de la «fase corporativa» marca el momento en el cual las concepciones del mundo de las bases sociales dejan de ser simples ideologías; es decir, concepciones correspondientes estrictamente a intereses y necesidades, y condiciones materiales de existencia de unas bases sociales específicas, o concepciones con «eficacia práctica», para convertirse en concepciones con "eficacia histórica", en concepciones del mundo universales, en las cuales se reconocen otras bases sociales.
Dicho esto, se puede afirmar que la hegemonía, en sentido estricto, aunque involucra tanto a dirección política como a la dirección intelectual y moral, es entendida por Gramsci, esencialmente, como ejercicio de la dirección intelectual y moral de unas bases sociales o de una combinación de ellas, sobre otras que configuran el campo de las bases sociales subalternas.
De donde resulta que un sistema cultural no es producto directo y primario de la lucha de clases opuestas y contradictorias, sino de complejas «transacciones» políticas, informadas sí por contenidos de clase, realizadas entre todo el complejo social. Estas «transacciones» involucran a los dos campos: dominantes y subordinados, cada uno de los cuales «reconoce» y «cede» intereses y necesidades, no necesariamente en los mismos ámbitos de la vida social sino, principalmente, en ámbitos diferentes y en momentos distintos, haciendo que la estabilidad del sistema se mueva dentro de límites que pueden ser alterados por fluctuaciones, en ocasiones, leves.[8]
En función de todo lo anterior Mouffe aventura una primera definición de clase hegemónica: aquella "que ha podido articular a sus intereses los de otros grupos sociales, a través de la lucha ideológica".[9] Sin temor a generar una reducción simplista de esta definición, creemos que es válida para describir nuestro concepto de base social hegemónica.
Pero toda esta concepción de la hegemonía tiene, todavía, otra implicación que aclara mucho más su valor para la comprensión de los sistemas culturales. Al trascender el nivel de una simple alianza instrumental, mediante la cual las reivindicaciones de las clases aliadas se expresan en los intereses y necesidades de las bases sociales fundamentales, como señala Mouffe: "la hegemonía involucra la creación de una síntesis más elevada, de modo que todos sus elementos se funden en una «voluntad colectiva» que pasa a ser el nuevo protagonista de la acción política, que funcionará como el sujeto político mientras dure esa hegemonía. Es a través de la ideología como se
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