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Hegemonía Y Bloque Histórico


Enviado por   •  20 de Febrero de 2014  •  3.297 Palabras (14 Páginas)  •  331 Visitas

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HEGEMONÍA Y BLOQUE HISTÓRICO

Sin lugar a dudas, el concepto de hegemonía es uno de los más importantes, acaso el más importante, dentro de la conceptualización gramsciana. Constituye la categoría central de su concepción política, y la llave para aprehender la coherencia, la organicidad y la sistematicidad de su pensamiento, disperso a lo largo y ancho de su obra en notas y ensayos «sueltos», sobre tópicos diversos, algunos de ellos sin continuidad, producto de las difíciles condiciones vividas en el destierro y en la prisión.

Como ocurre con la mayoría de los conceptos gramscianos, el de hegemonía ha sido objeto de extensas polémicas entre los analistas de su obra. Sin embargo, existe un acuerdo básico sobre su contenido y, sobre todo, respecto de la importancia y la novedad de su aporte frente al uso del concepto por los marxistas clásicos y los revolucionarios rusos desde Plejanov hasta Lenin.

En este escenario, el primer reconocimiento tiene que ver con la centralidad del concepto desde la perspectiva política. La hegemonía describe, esencialmente, el contenido de las relaciones políticas entre las clases sociales. Pero como señala Anderson, Gramsci también subraya la importancia cultural del concepto. Esta importancia se relaciona con el hecho de que el acceso de un grupo social fundamental al ejercicio hegemónico marca la irrupción de una nueva cultura, de una nueva concepción del mundo y de la vida, caracterizada por intereses y necesidades de clase, que se hace vida, que se transforma en «acto histórico».

Lenin y la hegemonía como dirección política

Para comprender el sentido nuevo que Gramsci incorpora al concepto de hegemonía es necesario realizar una pequeña arqueología del mismo. La fuente más inmediata utilizada por Gramsci para su reflexión sobre la hegemonía es Lenin, quien elabora su concepto a propósito de la discusión sobre las características que debía asumir la revolución en el período comprendido entre 1905 y 1907 cuando se lleva a cabo la revolución democrática en Rusia. El concepto fue desarrollado en la discusión que se realizó entre mencheviques y bolcheviques para tratar de establecer el papel que en ella debían desempeñar tanto la burguesía como el proletariado.

Resumiendo y esquematizando, el argumento es el siguiente: Cuando Lenin estudió el desarrollo del capitalismo en Rusia encontró que estaban dadas las condiciones objetivas y subjetivas para la realización de una revolución socialista, pero con la condición de que antes, o simultáneamente, debía llevarse a cabo una revolución democrático - burguesa, antifeudal y antizarista. Los mencheviques sostenían que, por su carácter, esta revolución debía ser dirigida por la burguesía liberal y democrática, con el apoyo del proletariado, pero sin su compromiso total. Lenin y los bolcheviques, por el contrario, sostenían que esta revolución debía ser dirigida por el proletariado pues, por razones históricas, la burguesía liberal rusa era débil, se encontraba ligada por fuertes vínculos a los estamentos feudales, y no tenía la capacidad requerida para llevar a término las reivindicaciones capitalistas frente al zarismo y a la aristocracia feudal. En esas condiciones, la única fuerza capaz de liderar y de hacer esa revolución era el proletariado. Así, el proletariado ruso tenía que hacer simultáneamente dos revoluciones: la revolución democrático - burguesa e inmediatamente, sin solución de continuidad, la revolución socialista o revolución proletaria, la revolución anticapitalista que realizaría la expropiación de todos los medios de producción e instauraría la dictadura del proletariado.

Esa revolución democrática - burguesa era fundamental porque con ella se resolverían los problemas sociales, económicos y políticos del grueso de la pequeña burguesía rusa representada básicamente por los campesinos. El punto de vista de Lenin consistía en que sin los campesinos el proletariado no podía hacer la revolución socialista. El proletariado debía hacer una revolución proletaria en beneficio de toda la sociedad, pero no la podía hacer solo, por el enorme peso político y social que tenían los campesinos, esencialmente pequeño - burgueses, y que, como tales, podían estar con el proletariado, pero también podrían estar contra él, dependiendo de las relaciones de fuerza existentes en el momento de la revolución.

Esto significaba que, desde el punto de vista político, el proletariado necesitaba ganar para su causa a los campesinos. Lenin propuso entonces la tesis de que se necesitaba un proceso de revolución ininterrumpida o de revolución permanente, en el cual el proletariado debía dirigir políticamente a sus aliados y enfrentar abiertamente a sus enemigos, para después conducirlos a la revolución socialista. Lenin pensaba que el proletariado debía ser la fuerza hegemónica que dirigiera al campesinado en esa lucha. A esa dirección política ejercida por el proletariado sobre el campesinado y sobre los aliados, en el marco de una alianza de clases, Lenin la llamó hegemonía.

Este punto de vista se complementa, en los "Cuadernos de la Cárcel", cuando Gramsci anota que la dirección política es insuficiente para configurar el ejercicio de la hegemonía y que ésta no es posible si, al mismo tiempo, no se ejerce la dirección intelectual y moral sobre dichas clases. De este modo, la hegemonía puede definirse como el punto de contacto entre el ejercicio de la dirección política y el de la dirección intelectual y moral por parte de una base social o un conjunto de ellas, sobre otras o sobre la sociedad entera, planteamiento que desborda el marco estrecho de la simple alianza de clases.

Con esta manera de plantear el asunto de la hegemonía, Gramsci deja de concebirla como una estrategia del proletariado para ganar adeptos y acceder al poder, y la convierte en un principio de análisis para comprender los complejos mecanismos que regulan las relaciones entre los bloques sociales hegemónicos y los subordinados, incluyendo el hecho de que la misma burguesía necesita actualizar permanentemente su supremacía. De este modo se supera la fase corporativa de expresión política de las bases sociales para acceder a niveles superiores de interacción social en términos de correlación de las fuerzas y devenir grupo hegemónico. Este aspecto de la cuestión es de vital importancia para comprender los mecanismos de acceso a y de ejercicio de la hegemonía, pues en la red de relaciones que se establece entre las distintas bases sociales de un determinado sistema cultural, una base social, o un conjunto de ellas que aspiren a la hegemonía, no podrán consolidarse como tales si, de alguna manera, no reconocen los intereses y necesidades de los grupos subalternos y los incorporan dentro del conjunto de reivindicaciones generales de la sociedad.

He citado por extenso a Gramsci, pues en este texto se plantea con toda claridad la relación que dejamos indicada más arriba entre correlación de fuerzas sociales y hegemonía, como factor de regulación en la configuración de las instancias de articulación ideológica y cultural. La superación de la «fase corporativa» marca el momento en el cual las concepciones del mundo de las bases sociales dejan de ser simples ideologías; es decir, concepciones correspondientes estrictamente a intereses y necesidades, y condiciones materiales de existencia de unas bases sociales específicas, o concepciones con «eficacia práctica», para convertirse en concepciones con "eficacia histórica", en concepciones del mundo universales, en las cuales se reconocen otras bases sociales.

Dicho esto, se puede afirmar que la hegemonía, en sentido estricto, aunque involucra tanto a dirección política como a la dirección intelectual y moral, es entendida por Gramsci, esencialmente, como ejercicio de la dirección intelectual y moral de unas bases sociales o de una combinación de ellas, sobre otras que configuran el campo de las bases sociales subalternas.

De donde resulta que un sistema cultural no es producto directo y primario de la lucha de clases opuestas y contradictorias, sino de complejas «transacciones» políticas, informadas sí por contenidos de clase, realizadas entre todo el complejo social. Estas «transacciones» involucran a los dos campos: dominantes y subordinados, cada uno de los cuales «reconoce» y «cede» intereses y necesidades, no necesariamente en los mismos ámbitos de la vida social sino, principalmente, en ámbitos diferentes y en momentos distintos, haciendo que la estabilidad del sistema se mueva dentro de límites que pueden ser alterados por fluctuaciones, en ocasiones, leves.[8]

En función de todo lo anterior Mouffe aventura una primera definición de clase hegemónica: aquella "que ha podido articular a sus intereses los de otros grupos sociales, a través de la lucha ideológica".[9] Sin temor a generar una reducción simplista de esta definición, creemos que es válida para describir nuestro concepto de base social hegemónica.

Pero toda esta concepción de la hegemonía tiene, todavía, otra implicación que aclara mucho más su valor para la comprensión de los sistemas culturales. Al trascender el nivel de una simple alianza instrumental, mediante la cual las reivindicaciones de las clases aliadas se expresan en los intereses y necesidades de las bases sociales fundamentales, como señala Mouffe: "la hegemonía involucra la creación de una síntesis más elevada, de modo que todos sus elementos se funden en una «voluntad colectiva» que pasa a ser el nuevo protagonista de la acción política, que funcionará como el sujeto político mientras dure esa hegemonía. Es a través de la ideología como se forma esta voluntad colectiva, toda vez que su existencia misma depende de la creación de una unidad ideológica que servirá de «cemento»".

Esta «voluntad colectiva» es la que se expresa en nuestras instancias de articulación ideológica y de articulación cultural. En ellas se regula todo el sistema hegemónico al funcionar como una matriz de producción de sentido que dota de contenidos «unificados» la acción de las bases sociales dominantes y subalternas. Esto es posible gracias a la formación de bloques sociales, expresados en bloques ideológicos que, a su vez, proporcionan la base para la configuración de los bloques hegemónicos, como veremos más adelante.

La cultura y las funciones de dirección y dominación

A partir de la distinción entre dirección política y dirección intelectual y moral, Gramsci hace posible clarificar las relaciones entre las funciones de dirección y dominación, en el contexto de la hegemonía. Para Gramsci, la dirección política representa el momento de la fuerza, el momento de la coerción; mientras que la dirección intelectual y moral representa el momento del consenso o el momento de la aceptación.

Mediante el ejercicio de la dirección política, una base social o una combinación de ellas puede ejercer su supremacía pero bajo la forma de base social dominante; es decir con base en la imposición, en la fuerza, en la coerción. Mientras que si lo hace con base en la dirección intelectual y moral, se convierte en base social dirigente; es decir con base en el consenso, en el consentimiento, en la aceptación. La diferencia entre la función de dirección y la función de dominación está en la base de la diferencia entre dominación y hegemonía. Quien ejerce como dominante no se constituye en fuerza hegemónica.

Para los efectos de una teoría de la cultura, importa más la hegemonía que la dominación. Por eso, nuestra división original de la matriz en bases sociales dominantes y bases sociales subordinadas quedaría mejor descrita si hablamos de bases sociales hegemónicas y bases sociales subordinadas.

Con estos elementos establece una ecuación que describe un movimiento pendular que va de la fuerza al consenso y viceversa; es decir, en algunos momentos predomina la fuerza, sobre todo en tiempos de crisis, lo que significa que se ha debilitado el consenso; y en otros, predomina el consenso, lo que significa el debilitamiento de la fuerza. En tales condiciones, las bases sociales fundamentales nunca basan su supremacía en un ejercicio pleno de la fuerza o basadas únicamente en el consenso. Siempre se presenta el movimiento pendular entre los dos. Sin embargo, en la relación hegemónica predomina la dirección sobre la dominación. Y este es el aspecto que nos interesa resaltar en lo que respecta a nuestra propuesta de teoría de la cultura: la hegemonía tiene implícita una base consensual que relaciona al conjunto de las bases

HEGEMONÍA Y TRANSFORMISMO

Gramsci caracteriza el “transformismo” como “la absorción gradual, pero continua y obtenida con métodos diversos según su eficacia, de los elementos activos surgidos de los grupos aliados, e incluso de aquellos adversarios que parecían enemigos irreconciliables. En este sentido la dirección política ha devenido un aspecto de la función de dominio, en cuanto la asimilación de las elites de los grupos enemigos los decapita y aniquila por un período frecuentemente muy largo” (Cuadernos V, 387)

Así la clase dirigente absorbe a los intelectuales de otras clases, enriquece su propio enfoque político-cultural y aumenta su capacidad hegemónica. El transformismo es un fenómeno en cuya producción ingresa tanto la capacidad de expansión y de adquisición de universalidad del grupo dominante y su producción ideológica, como la corrupción y el efecto desmoralizador de las derrotas políticas de los grupos subordinados.

“Si en los momentos decisivos los jefes pasan a su “verdadero partido” las masas quedan truncas en su impulso, inerte y sin eficacia.” (Notas sobre Maquiavelo…, p. 53)

Gramsci considera al transformismo como una de las formas históricas de la “revolución pasiva” y como “documento histórico real” de la verdadera naturaleza de los partidos que se presentaban como extremistas en el período de la acción militante, pero suelen virar hacia la burguesía en los momentos de reflujo. (Cuadernos, III, p. 235). Gramsci también hace referencia a un caso especial de transformismo, vinculado a la “lucha de generaciones”: “La burguesía no logra educar a sus jóvenes [...] los jóvenes se dejan atraer culturalmente por los obreros y además se convierten [o tratan de convertirse] en sus jefes (‘inconsciente’ deseo de realizar por sí mismos la hegemonía de su propia clase sobre el pueblo), pero en las crisis históricas vuelven al redil.” (Cuadernos, II, p. 111).

El concepto de hegemonía transformista fue planteado por Gramsci para caracterizar una de las formas históricas a través de las cuales se concretó en fenómeno de «revolución – restauración» o «revolución pasiva» en el proceso de formación del estado moderno en Italia, particularmente en los períodos de 1860 a 1900 y de 1900 en adelante, con un período intermedio que va de 1890 a 1900, durante los cuales pugnaron por la hegemonía el Partido de los Moderados, liderado por Cavour, y el Partido de Acción, liderado por Manzzini. En esta confrontación, el primero logró establecer su hegemonía sobre las fuerzas que luchaban por la unificación, mediante dos tipos de transformismo: En una primera fase, mediante un transformismo simple y primario o transformismo molecular consistente en la absorción gradual, de manera «molecular» o individual, de los elementos más destacados de la oposición democrática por parte de la «clase política» conservadora – moderada, caracterizada “por la aversión a toda intervención de las masas populares en la vida estatal, a toda reforma orgánica que propusiera una «hegemonía» como sustitución del crudo «dominio” dictatorial», por ausencia de una base social orgánicamente ligada al Partido de Acción. En una segunda fase, mediante un «transformismo compuesto o secundario», caracterizado por el paso de grupos «extremistas» completos al campo moderado (formación del Partido Nacionalista, constituido por ex- sindicalistas y anarquistas).

Este tipo de transformismo, –utilizado en Italia durante el «Risorgimento» contra el Partido de Acción Democrática– se asemeja al practicado en España por el Partido Socialista Obrero Español, al absorber –integrándolos privilegiadamente en sus cuadros dirigentes– a numerosos cuadros políticos de los partidos políticos situados a su izquierda. De este modo, la clase dirigente produce un ensanchamiento constante de su base social, absorbiendo gradualmente a la élite consciente y activa de los grupos aliados adversos que parecían ser enemigos irreconciliables. Se trata de un ensanchamiento de la base social, pues como lo hace observar Gramsci, los intelectuales arrastran con ellos a un grupo dominante de individuos. El Transformismo constituye así la decapitación sistemática de las clases subalternas por la clase dominante. Esta absorción ideológica por la burguesía, buscó en Italia una finalidad diferente que en Francia, donde buscaba un sostén popular, por lo tanto, el ensanchamiento de su base social que quiere perpetuar la exclusión de las clases subalternas de la vida política. Así, por el concepto de «transformismo», Gramsci estudió entre la hegemonía y la dictadura, el fenómeno, enseñando que el predominio de la sociedad civil sobre la sociedad política, se traducirá en un ensanchamiento de la base social de las clases dominantes, mientras que si hay utilización y predominio de la sociedad política, habrá dictadura y, de modo consiguiente, despojo y neutralización de las clases subalternas.

A estas dos formas de transformismo, Portelli agrega una tercera, considerada también por Gramsci, que podemos llamar «transformismo ideológico», considerada como “el procedimiento más eficaz, consistente en la absorción ideológica del bloque de oposición, ilustrada por la obra de Benedetto Croce, quien por su influencia sobre los intelectuales italianos sirvió para “conformar las nuevas fuerzas a los intereses vitales del grupo dominante”.

A pesar de que el tratamiento dado al transformismo no es uniforme en los analistas del pensamiento gramsciano, es significativo el hecho de que todos coinciden, con matices, en su caracterización general. Portelli cita a Gramsci para definirlo como la «revolución pasiva» que “consiste en la toma del poder por la burguesía mediante la neutralización de las otras capas sociales”. También dice: “El «transformismo» consistió en la integración de los intelectuales de las clases subalternas a la clase política, para decapitar la dirección de esos grupos”, o, “el transformismo es un proceso orgánico: expresa la política de la clase dominante que se niega a todo compromiso con las clases subalternas y subutiliza entonces sus jefes políticos para integrarlos a su clase política”.

Refiriéndose a la dimensión «molecular» del transformismo, Grisoni y Maggiori lo definen como “una simbiosis gracias a la cual la clase dominante -históricamente, la burguesía- se incorpora y asimila a los intelectuales de las clases subalternas, haciendo de este modo imposible la aparición de un grupo revolucionario suficientemente organizado para convertirse en hegemónico”. Y concluyen diciendo: “El transformismo es entonces la decapitación intelectual sistemática y pacífica de las clases subalternas por la clase dominante”.

A partir de las notas de Gramsci sobre el Risorgimento, Chantal Mouffe hace una tipificación de las dos vías o métodos a través de los cuales una clase puede llegar a ser hegemónica. Estas vías tipifican, a su vez, las dos formas principales de expresión de la hegemonía: la «transformista» y la «expansiva». Dice Mouffe que “Gramsci denominó «revolución pasiva» a este proceso (el transformismo)… puesto que las masas fueron integradas mediante un sistema de absorción y neutralización de sus intereses que les impidió oponerse a los de la clase hegemónica”. Más adelante reitera esta visión cuando dice: “Si definimos hegemonía como la capacidad de una clase para articular a sus intereses los de otros grupos sociales, entonces veremos que esto puede hacerse en dos sentidos muy distintos; pueden articularse los intereses de estos grupos en tal forma que se los neutralice evitando así el desarrollo de sus reivindicaciones específicas, o pueden articularse en forma tal que promueve su pleno desarrollo y conduzca a la solución final de las contradicciones que ellos expresan”. El primer caso tipifica la hegemonía transformista y, el segundo, la hegemonía expansiva. En efecto, de todos los autores citados, Mouffe es la única que desarrolla la noción de hegemonía expansiva. La define como aquella que “debe fundarse en el consenso activo y directo, resultante de una genuina adopción de los intereses de las clases populares por parte de la clase hegemónica, que dé lugar a la creación de una auténtica «voluntad nacional-popular».

Valga destacar el hecho de que en la concepción gramsciana el transformismo tiene una valoración positiva, considerado históricamente. Es visto como un avance burgués, respecto del régimen feudal, pues implica, aunque sea en mínima escala, un reconocimiento de los intereses y necesidades de los estratos subordinados, así sea para neutralizarlos en su acción política. Este aspecto es señalado por Buzzi quien dice: “El transformismo es por tanto un movimiento progresivo, pero no completamente renovador: no es la única revolución progresiva que conoce la historia. Existe otra más profunda, más radical, no evolucionista, sino dialéctica, La Revolución francesa es el ejemplar histórico de ésta”.

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