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Jacques LE GOFF: La bolsa y la vida. Economía y religión en la Edad Media, Ed. Gedisa, Barcelona, España, 1987, 152 pp.


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2015  •  Trabajos  •  3.909 Palabras (16 Páginas)  •  227 Visitas

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[pic 1]                                                                                              Ceballos Córdova, Alan Roger

                                                                        

Universidad de Concepción

Historia Moderna

2º Año / 2015

Prof. José Manuel Ventura Rojas

Jacques LE GOFF: La bolsa y la vida. Economía y religión en la Edad Media, Ed. Gedisa, Barcelona, España, 1987, 152 pp.

HIPÓTESIS CENTRAL DE LA OBRA

Aquello de lo cual Le Goff dice habría constituido de alguna forma el inicio del capitalismo es (en la Edad Media, y más puntualmente en el siglo XIII), a la vez, el mayor de los pecados, que si bien, se relaciona con la codicia o avaricia, se pone por delante de la soberbia u orgullo que hasta ese entonces ocupaba el trono, resultando, por tanto, en un problema de gran índole para la época, sobre todo para los religiosos. Hablamos de la usura, y de su ejecutor, el usurero, que en el mismo siglo XIII, con la esperanza que le significará la aparición del purgatorio como escape del infierno al que estaba condenado, lo liberará para hacer progresar la economía y la sociedad de aquel tiempo hacia el capitalismo, y adjudicándose también la bolsa en la tierra, y la vida en el paraíso.

IDEAS PRINCIPALES Y SECUNDARIAS

  • No existe la certeza en cuanto a la frontera de lo lícito y lo ilícito en aquellas prácticas que incluyen el interés, pero lo que sí es seguro, es que la usura ocupa el interés donde no es necesario hacerlo, y como manifiesta Le Goff, ésta “aparece cuando no hay producción o transformación material de bienes concretos” (p. 26). Es ésta una noción, sin embargo, contemporánea del fenómeno de la usura, que en la Edad Media, encontraba su modelo, y como en todo orden de cosas, en la Biblia. En ella, se halla pues su definición y condena, que posteriormente, la Iglesia confirmaría a través de tratados y concilios. Para ello, toman palabra también muchos teólogos y religiosos de la época, de quienes se obtiene la relación de la usura con la avaricia, el robo y la muerte.
  • Es en la Biblia entonces, y mediante varios pasajes, donde se confirma a la práctica usurera como pecado (pp. 33-34), y al usurero como un pecador que como destino sólo le esperaba el infierno (p. 33). Los exempla, documento usado por los predicadores para presentar una historia que conmoviese al público receptor dejándoles una lección, y las predicaciones, motivadas en gran parte por los dominicos, aportaron también con dicha idea. De esta forma, la usura pasó a considerarse pecado, pues se creía que el usurero para optar por la vida eterna, no podría separarse de la bolsa, su riqueza.
  • Hacia el siglo XX, se sostiene de la idea del don y contradón de Karl Polanyi y Malinowski, que alude a un intercambio equivalente de productos o servicios, cuya finalidad radicaría en estrechar la red de relaciones ante (por una parte) la reciprocidad que debe existir. Por otro lado, figura la idea del encaje y el análisis institucional, que en simples palabras, nos hablan de que toda concepción económica que hoy se concibe como tal, no siempre estuvo encajada en dicha área, y que el paso del tiempo y la experiencia entregaron, por medio del análisis institucional, agregando Le Goff el cultural psicológico, los instrumentos conceptuales para definirla como tal, y así concluir que la usura era parte del fenómeno económico, y que debía juzgarse, por tanto, respecto a su práctica.
  • Entre los siglos XII y XIII, en plena Edad Media, época de estudio de Le Goff, se gesta un imaginario en torno al usurero, alimentados de imágenes que la sociedad le asigna, y condicionadas en gran parte por los sermones entregados, ya sea, por los exempla o las predicaciones, de las cuales Jacques de Vitry y Tomás de Chobham, entre otros, efectúan. Así, el usurero, “el gordo usurero” como dijera Etienne de Bourbon (p. 50), se asoció a la imagen del judío, pues él percibía en ese entonces los préstamos a interés en menor escala, pero también el cristiano entraba en aquel juego, incluyendo  en la práctica a diferencia de los judíos, a sus hermanos. Se concluye, por tanto, a la usura como un robo, y al usurero como un ladrón. Un ladrón del patrimonio que pertenece a Dios, es decir, el tiempo, cuyas “ganancias” las obtiene sin trabajo, y es el trabajo la manera honrada de percibir dinero. La restitución es, por tanto, la acción que podría salvarle, pero no sin mayores dificultades.
  • En aquel tiempo, el judío tenía muy limitado el ejercicio de las actividades productivas “primarias” y “secundarias”, no encontrando otra solución que la de producir dinero, práctica que el cristianismo desechaba. Hacia el siglo XII, cuando ya se permitían, gracias al auge económico y monetario de esa época, ciertas formas de crédito y los usureros cristianos crecían en número, el antijudaísmo de la Iglesia aumentó también, y así, “los judíos deicidas [explica Le Goff], asesinos de Jesús en la historia, se convertían en asesinos de Jesús en la hostia a medida que se desarrollaba el culto eucarístico” (p. 54). Los procesos judiciales eran más suaves para los cristianos que para ellos, quienes les consideraban como principales competidores, situación que no duraría mucho tiempo, pues la Iglesia, debido a los préstamos usurarios que el cristiano sostenía, a diferencia del judío, con sus propios hermanos, pasó a considerarlo como un usurero mucho más peligroso.
  • Así, el usurero se convierte en un ladrón de la propiedad, pues le roba a Dios el tiempo, aquel lapso que transcurre entre el préstamo y la devolución con intereses. Y como el usurero vende lo que no es suyo, no es merecedor de beneficios. Y se agrava, cuando se entiende, según la Tabula exemplorum, que el tiempo vendido por el usurero, incluye el día y la noche, la luz y la paz, o sea, bienes supremos que Dios brinda a la humanidad. El usurero, al tomar lo que no es suyo (robo), peca contra la justicia, y contra la naturaleza.
  • Lo que el usurero obtiene, lo hace además, sin ningún trabajo, obrando, por ende, contra los planes del Creador, quien trabajó seis días antes del reposo, por lo que el trabajo pasa a significar el único medio de justificación ante toda ganancia, y como todas sus ganancias son mal adquiridas, lo que le resta si quiere su salvación, es restituir de manera total lo que ha robado, situación difícil, por una parte, para aquel usurero codicioso a quien le cuesta liberarse de su bolsa, y por otra, para el usurero después de muerto, que si legó mediante ejecutores la restitución de todo, obtenga las garantías de que la acción será efectiva.

  • Debido al imaginario creado a raíz del usurero, su figura en la sociedad fue muy despreciada y discriminada. Ellos no se atrevían a reconocer su actividad, prefiriendo se les señalase como prestamistas, mercaderes o comerciantes, aunque no se tratasen de sinónimos en la práctica. Por tratarse de un oficio despreciado, a la altura de los juglares y prostitutas, se les negaron sus derechos de la sepultura como cristianos y el de dar limosnas. La usura pasó a ser una lepra contagiosa, pues varios religiosos cayeron también en ella corrompiendo a la sociedad hasta su cúspide (p. 73). Sociedad, a la que Jacques de Vitry, ofreciese un modelo, en el que el usurero, tanto en su origen como en su destino, pertenecía al diablo, y por consiguiente, al infierno y a la muerte, sin oportunidad de salvación.
  • La usura se vio justificada en parte por el Estado, cuando la “ganancia” percibida beneficiaba a un gran número de personas bajo el argumento de la “utilidad común”; pero Tomás de Chobham la condenó cuando los príncipes utilizaron los préstamos de los usureros judíos para sí, puesto que ellos “no tienen otros bienes que aquellos que adquieren de la usura” (p. 72), participando asi dichos príncipes en la práctica usuraria, pero sin ser condenados por la Iglesia debido al poder que ostentaban.
  • Los usureros no tenían un lugar dentro de la sociedad, no poseían un estado específico (p. 81), y aún en el Infierno de Dante, primera parte de la Divina Comedia, son conocidos más que nada como mercaderes o banqueros. Pero Jacques de Vitry, al proponer una sociedad de cuatro clases, incluye justamente al usurero en la cuarta, pero que dispuesta por el diablo, es separada de los hombres, ya que su condenación es compartida con los demonios. De esta forma, se piensa que el diablo establece una amistad terrenal con el usurero, la que es abandonada a la hora de su muerte para llevarlo consigo al infierno. Por ello, muchos exemplas sobre usureros (pp. 87-91), declaran que en su agonía ellos quedaban afásicos (mudos), los dominaba la locura o los sorprendía la muerte súbita, impidiendo así una posible confesión.
  • Ante su situación, la iglesia y los poderes laicos ofrecían al usurero una de las dos opciones disponibles para él: la bolsa o la vida, pero éste último, obstinado y disconforme, añoraba ambas cosas. Mucho antes del siglo XIII, y debido a la superficialidad de un cristianismo que percibía a Dios de una manera lejana, más allá de una búsqueda interior, que no ahondaba en las conciencias y en los corazones, ni “enmendaba [dice Le Goff] el ser del pecador; (sino) se lavaba su falta” (pp. 96-97), y con un ideal monástico que profesaba el repudio del mundo, donde el laico era tratado casi como un salvaje, era muy improbable la salvación para el usurero. Pero ya en el siglo XI, surge un cambio (cambio de mentalidad) que Le Goff denomina como feudalidad (p. 98), que bajo el amparo de la reforma gregoriana, y reafirmado por el IV Concilio de Letrán en 1215, habría “destapado” todo lo malo e injusto de aquel entonces, pero con el fin de otorgar seguridad y bienestar a una sociedad que carecía de estas cosas, donde la Iglesia asumiría el rol de cristianizar fehacientemente a aquella masa, que iría siendo testigo de la paulatina evolución económica, tecnológica y religiosa, que supondría a la vez una redefinición, entre otras cosas, de la relación del hombre para con Dios (de  la intención a la contrición), situación que se vería consumada con la aparición del purgatorio, lugar de esperanza para el hombre, en especial, del usurero, quien encontrase allí su deseo cumplido: la bolsa y la vida. Dicha esperanza otorgada por el purgatorio, es la que sostiene Le Goff, “habría hecho progresar la economía y la sociedad del siglo XIII hacia el capitalismo” (p. 134), cuyos inicios habrían sido motivados, por tanto, por el usurero y la práctica de la usura.
  • Le Goff, lejos de proponer una interpretación unidireccional de los acontecimientos, comparte las otras alternativas del usurero que le habrían conducido a su aceptación divina y social: “la moderación en la práctica y la aparición de nuevos valores en la esfera de las actividades económicas” (pp. 101-102). Como ya dijimos, hay una o más formas de interés que son lícitos, y la Iglesia establecía que las tasas dependían en parte de la ley de la oferta y la demanda, pues estaban sujetas, con límites y reglamentaciones, al precio del mercado, el cual se consideraba como el “justo precio”. Así, las tasas promedio fluctúan entre un 12% y un 33,⅓%. Con esto, comprendemos la segunda alternativa, y al considerar que la condenación de la usura se relaciona a la condenación del exceso, comprendemos también la primera, ligada a la idea de la mesura, aunque fue la escolástica, la que definió cinco excusas para justificar la usura (pp. 105-106). Sin embargo, estas opciones no serán del todo satisfactorias, pues algunos usureros se verían aún amenazados de ir al infierno.
  • Fue la evolución religiosa, consumada hacia el siglo XIII la que finalmente entregó las soluciones definitivas al usurero. Por una parte, se introduce el purgatorio, como un lugar de esperanza, previo al juicio final de las almas, donde fuesen todos aquellos que cometieron pecados veniales o mortales de los que se hayan arrepentido, aunque no estén del todo borrados por la penitencia, pues ello puede pagarlo en vida algún ejecutor del usurero, que frecuentemente podía ser su esposa, que por lo demás, pasa a ser un actor importante como mediadora para la contrición y la penitencia del esposo, como se aprecia en el usurero de Lieja (p. 112), cuya efectividad se manifiesta por la aparición del difunto que confirma su salvación. La garantía es que todo aquel que ingresa al purgatorio, aunque deba cumplir temporalmente ciertos castigos, le está reservado un único destino, el paraíso y la salvación.
  • Por otra parte, y respaldando la existencia del purgatorio, se asume un cambio que transita de la intención a la contrición, es decir, se interioriza el sentimiento religioso, el que reclama una conversión interna del pecador más que actos exteriores. Los esfuerzos de los religiosos, contribuyeron también en ello, aunque no siempre con fortuna, como lo fue con el caso de santo Domingo (pp. 126-127). La contrición va más allá de simples palabras, o incluso de limosnas, es algo que nace del corazón, y “es el corazón [afirma Le Goff] el que debe hablar” (p. 131), y luego continúa, pero en palabras de Cesáreo para decir que “todo hombre, justo o pecador, si ha muerto aunque sea tan sólo con una pizca de contrición, verá a Dios” (p. 132).

ANÁLISIS Y COMENTARIO CRÍTICO

La usura, el gran tema que Le Goff nos invita a analizar a lo largo de su escrito. Un fenómeno que no es desconocido para nosotros, pues nos es común en nuestros días, por supuesto, no con la misma concepción que tenía para la época a la que nos remonta el autor. Un préstamo, que en el tiempo que transcurre para ser devuelto, va aumentando conforme a las tasas de interés estipuladas por el mercado, es lo que en nuestro tiempo sería “la usura” de aquel entonces.

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