La Nacion
andreaacciarresi25 de Junio de 2012
7.414 Palabras (30 Páginas)421 Visitas
1. LOS ELEMENTOS DEL ESTADO: EL PUEBLO: EL PUEBLO COMO ELEMENTO DEL ESTADO
La existencia de una población específica aportando un límite personal para la aplicación de las normas estatales, es un requisito indispensable para la existencia de Estado. El concepto de población, sin embargo, es demasiado impreciso, está excesivamente ligado a impresiones demográficas o estadísticas. Para que la población pueda ser base de la formación de un Estado, escribía Pérez Serrano, «...a la idea de mero agregado ha de incorporarse la de una compenetración, un acomodamiento a la base física o geográfica y, sobre todo, la de una intimidad de vida que transforme lo amorfo, circunstancial y externo en algo orgánico, perdurable y enraizado». Nos encontrarnos entonces ante la idea de pueblo entendido como un conjunto de población caracterizado pro una similitud hacia adentro y una disimilitud hacia fuera en el terreno étnico - cultural. La visión tradicional de la cuestión ligaría esa idea de pueblo con el Estado a través del concepto de nación, entendiendo a esta última corno la proyección específicamente política de la idea de pueblo.
Este planteamiento de la cuestión implica algunos problemas que necesitan ser dilucidados. En primer lugar, la nación, en cuanto realidad histórica y presente, no ha necesitado ni ha, contado en gran número de casos, en su origen, con el sustento de una realidad étnico-cultural homogénea. En segundo lugar, determinados pueblos han evidenciado una vocación política singular estando ya insertos en una previa realidad estatal e incluso en realidades nacionales más amplias, fruto del impulso estatal En tercer lugar, la existencia de un pueblo o un grupo étnico no equivale, obviamente, a la existencia de una nación o una nacionalidad, entendiendo este concepto de nacionalidad como equivalente a nación que no ha trascendido a una organización política propia. Como escribe Leihholz, « el pueblo es, en realidad, algo que existe por naturaleza. Los pueblos, en oposición a las naciones, han existido tanto en la antigüedad, como en la Edad Media y en la llamada Edad Moderna». Podría incluso afirmarse, con E. Heller, la necesidad de un proceso de toma de conciencia específico para poder hablar de la propia idea de pueblo: «Los criterios objetivos, dice E. Heller, implican solamente ciertos supuestos y posibilidades de una conexión de pueblo, la cual para que se convierta en realidad ha de ser, en primer lugar, actualizada y vivida subjetivamente. Por esta razón, la cuestión de la pertenencia a un pueblo no puede resolverse remitiéndose sencillamente a una determinación de la esencia según módulos espirituales o acaso físicos».
Nos encontramos, pues, ante una cuestión que no admite tratamientos simplificados. La nación es una idea demasiado preñada de consideraciones estrictamente políticas como para reducirla a ser función de meros datos étnico-culturales, aun que sea evidente que algunas realidades nacionales son consecuencia de la capacidad creativa de unos movimientos nacionalistas especialmente atentos a esa esfera cultural. A la vista de esta situación, vamos a tratar de dilucidar la idea tanto de nación «política» como de nación «cultural», haciendo una posterior referencia al tipo de sustrato nacional que caracteriza a los Estados europeos y americanos.
2. LA IDEA DE NACIÓN: LA NACIÓN «POLÍTICA»
La nación no tiene como fundamento necesario la existencia de un grupo étnico. La nación no tiene que ver, desde una amplia perspectiva política e ideológica con ninguna realidad natural o «biológica». En un momento determinado de la historia, la nación habrá de surgir en el marco europeo como una referencia ideológica básica para asegurar el funcionamiento del aparato estatal, aglutinando a los individuos que la integran en el espacio económico, social y político abarcado por el Estado.
En relación con este tipo de nación, el Estado no es consecuencia de ella, sino justamente lo contrario. El Estado resulta en gran número de casos ser el creador de la nación no solamente en el marco europeo, sino también en el caso de América primero, tanto en EE.UU. como en Iberoamérica, y de Asia y África después. Esta idea de nación tiene cuando menos tanta extensión en su uso corno la idea de nación con base en la realidad étnica, aunque para un significativo y amplio sector del estudio del tema habría pocas dudas acerca de la manifiesta mayor importancia de los aspectos políticos sobre los culturales a la hora de entender la idea de nación.
Históricamente, será el marco europeo occidental el que nos presente los primeros tipos de esta nación político-estatal. Los estados modernos europeos no se limitan a ofrecer una organización estrictamente política. Estos Estados son también impulsores de lazos culturales, bien de nueva creación, bien originarios de uno de los grupos étnicos existentes en su territorio. El ejemplo más claro de surgimiento de un tipo de nación política es el Estado-Nación caracterizado por la coincidencia entre la creación de una organización para el ejercicio de la autoridad y el desarrollo de una específica solidaridad entre su población. Este tipo de solidaridad, nacionalismo dinástico o simple estatismo, actuaba en provecho de los intereses de la Monarquía, pero sembraba las bases para un posterior despliegue del nacionalismo con base en la idea de nación política: «Si el nacionalismo existió, escribe Shafer, en un sentido pleno antes de finales del siglo XVII es una afirmación discutible. Pero desde el siglo X poderosas dinastías en Inglaterra (Angeviti y Tudor) y en Francia (Capetos yBorbones) estaban construyendo lo que más tarde se va a llamar Estados nacionales, Estados con instituciones legales y admi nistrativas centrales, con cambiantes pero realmente delimitados territorios y con pueblos de culturas reconocidas como comunes».
La génesis de la realidad nacional impulsada por el Estado europeo puede retrotraerse en el tiempo a un momento anterior incluso al surgimiento del Estado- Nación. El viejo regnummedieval que andando el tiempo dará paso al Estado soberano de la modernidad, es por supuesto radicalmente ajeno al establecimiento de relaciones significativas entre datos culturales y políticos, poniendo en marcha las bases de una solidaridad nacional más allá de los particularismos étnicos. Es cierto que este nacionalismo inicial no se va gestando exclusivamente por la acción del Estado; C. Friedrich ha criticado esta visión del Nation-Building europeo- occidental, señalando un exceso de protagonismo del caso inglés y francés. En la periferia europea, la desintegración del orden medieval sigue vías diferentes, tal como evidenciaría el caso español donde ese prenacionalismo podría conectarse mejor con la lucha contra los musulmanes que con la acción del Estado. El influjo ideológico de la antigua Roma, sigue diciendo Friedrich, se constituía en un mo delo de organización política que de Marsilio de Padua a Maquiavelo será capaz de resucitar la idea de patriotismo clásico susceptible de posterior conversión en nacionalismo. En cualquier caso, será el Estado quien refuerce ese sentimiento na cional cuando no lo origine de modo directo.
La puesta al descubierto de esta nación de base política que tiene su génesis en el aparato político estatal va a ser en ocasiones tardía, cuando menos, en función de tres grandes razones. En primer lugar, y tal como señala Seton-Watson en relación al más ambiguo pero sin duda emparentado concepto de «nación antigua», porque el proceso de creación de este tipo de naciones fue lento y oscuro, en muy buena medida, de carácter espontáneo. En segundo lugar, por lo que hay de superfluo en la misma idea de nación para los Estados europeos más viejos, cuya cohesión se encuentra garantizada por otros expedientes ideológicos. En tercer lugar, por la menor intensidad de la integración ciudadana que no demanda la concreción de la idea de nación hasta fecha avanzada, Será en un momento posterior, coincidente con el surgimiento del liberalismo desde finales del siglo XVIII, cuando se produzca su clara definición. Es el momento de la nación norteamericana y, especial mente, de la nación francesa postrevolucionaria.
Una nación acompasada a ias necesidades planteadas por las transformaciones económicas, sociales, ideológicas y políticas, que no puede oponer su originalidad a la artificiosidad del Estado, que asume el carácter multiétnico de su realidad, debe generar un tipo de nacionalismo específico, acorde en líneas generales con el nacionalismo liberal, un nacionalismo, dice Kamenka, a la medida del ciudadano y no del particularismo étnico. El individuo, con dignidad y derechos
intrínsecos a su persona, debe ser el sujeto y no el objeto de la nación y el nacionalismo. A. Cobban señala con claridad las diferentes consecuencias políticas implícitas entre éste y el otro gran tipo de nación: «La nación como unidad política, el Estado, es una organización utilitaria, construida por la inventiva política para la consecución de fines políticos, incluyendo los económicos. La política es el terreno de la oportunidad y la medida de su éxito es el grado en que las bases materiales del bienestar —ley y orden, paz, bienestar económico— son realizadas. La nación, bajo una concepción cultural, por el contrario, es normalmente vista como una cosa buena en sí misma, un hecho básico, un ineludible “dato” de la vida humana. Pertenece al terreno de actividad del espíritu humano, sus logros es tán en el terreno del arte y la literatura, la filosofía y la religión».
3. LA IDEA DE NACIÓN: LA NACIÓN «CULTURAL»
La idea de nación
...