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La Paideia


Enviado por   •  21 de Mayo de 2014  •  6.825 Palabras (28 Páginas)  •  207 Visitas

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El concepto de paideia tal y como ocurre con otros conceptos de gran envergadura (la filosofía o la cultura, por ejemplo), se niega a dejarse encerrar en una fórmula abstracta. No se entiende toda la riqueza de su contenido hasta después haber leído su historia y ver, a través de sus vicisitudes, cómo ha llegado a su acepción definitiva. Al servirme de una palabra griega para una cosa griega, quise hacer comprender que se debe considerar la palabra paideia con los ojos de los Griegos y no con nuestros ojos de hombres modernos. Es imposible evitar el empleo de expresiones actuales como civilización, cultura, tradición, literatura, o educación. Pero ninguno sustituye realmente lo que los Helenos entendían por paideia. Cada una sólo informa de uno de sus aspectos: si no es tomándolas todas juntas, no las podremos emplear para expresar el sentido completo de la palabra griega. Por otra parte, la esencia misma del humanismo y la actividad humanista se base en la unidad original de todos estos aspectos –que es lo mismo que expresa el término griego - y no sobre la diversidad que la evolución moderna destaca y precisa. Los Antiguos estaban persuadidos que la educación y la cultura no constituyen una teoría abstracta o un arte formal, distintos de la estructura histórica objetivo de la vida espiritual de una nación. Pensaban que se encuentran en la literatura, expresión verdadera de toda cultura superior. (Paideia, p.23)".

POSICIÓN DE LOS GRIEGOS EN LA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN HUMANA

(3) TODO PUEBLO QUE alcanza un cierto grado de desarrollo se halla na¬turalmente inclinado a practicar la educación. La educación es el principio mediante el cual la comunidad humana conserva y tras¬mite su peculiaridad física y espiritual. Con el cambio de las cosas cambian los individuos. El tipo permanece idéntico. Animales y hom-bres, en su calidad de criaturas físicas, afirman su especie mediante la procreación natural. El hombre sólo puede propagar y conservar su forma de existencia social y espiritual mediante las fuerzas por las cuales la ha creado, es decir, mediante la voluntad consciente y la razón. Mediante ellas adquiere su desarrollo un determinado juego libre, del cual carecen el resto de los seres vivos, si prescindimos de la hipótesis de cambios prehistóricos de las especies y nos atenemos al mundo de la experiencia dada. Incluso la naturaleza corporal del hombre y sus cualidades pueden cambiar mediante una educación consciente y elevar sus capacidades a un rango superior. Pero el es¬píritu humano lleva progresivamente al descubrimiento de sí mismo, crea, mediante el conocimiento del mundo exterior e interior, formas mejores de la existencia humana. La naturaleza del hombre, en su doble estructura corporal y espiritual, crea condiciones especiales para el mantenimiento y la trasmisión de su forma peculiar y exige or-ganizaciones físicas y espirituales cuyo conjunto denominamos edu¬cación. En la educación, tal como la practica el hombre, actúa la misma fuerza vital, creadora y plástica, que impulsa espontáneamente a toda especie viva al mantenimiento y propagación de su tipo. Pero adquiere en ella el más alto grado de su intensidad, mediante el es-fuerzo consciente del conocimiento y de la voluntad dirigida a la con¬secución de un fin.

De ahí se siguen algunas conclusiones generales. En primer lugar, la educación no es una propiedad individual, sino que pertenece, por su esencia, a la comunidad. El carácter de la comunidad se imprime en sus miembros individuales y es, en el hombre, el zoom politikon, en una medida muy superior que en los animales, fuente de toda acción y de toda conducta. En parte alguna adquiere mayor fuerza el influ¬jo de la comunidad sobre sus miembros que en el esfuerzo constante para educar a cada nueva generación de acuerdo con su propio sen¬tido. La estructura de toda sociedad descansa en las leyes y normas escritas o no escritas que la unen y ligan a sus miembros. Así, toda educación es el producto de la conciencia viva de una norma que rige una comunidad humana, lo mismo si se trata de la familia, de una (4) clase social o de una profesión, que de una asociación más amplia, como una estirpe o un estado.

La educación participa en la vida y el crecimiento de la sociedad, así en su destino exterior como en su estructuración interna y en su desarrollo espiritual. Y puesto que el desarrollo social depende de la conciencia de los valores que rigen la vida humana, la historia de la educación se halla esencialmente condicionada por el cambio de los valores válidos para cada sociedad. A la estabilidad de las normas válidas corresponde la solidez de los fundamentos de la educación. De la disolución y la destrucción de las normas resulta la debilidad, la falta de seguridad y aun la imposibilidad absoluta de toda acción educadora. Esto ocurre cuando la tradición es violentamente destruida o sufre una íntima decadencia. Sin embargo, la estabilidad no es signo seguro de salud. Reina también en los estados de rigidez senil, en los días postreros de una cultura; así, por ejemplo, en la China confuciana prerrevolucionaria, en los últimos tiempos de la Antigüedad, en los últimos tiempos del judaismo, en ciertos periodos de la historia de las iglesias, del arte y de las escuelas científicas. Monstruosa es la impresión que produce la rigidez casi intemporal de la historia del antiguo Egipto a través de milenios. Pero entre los romanos la esta¬bilidad de las relaciones sociales y políticas fue considerada también como el valor más alto y se concedió tan sólo una justificación limi¬tada a los deseos e ideales innovadores.

El helenismo ocupa una posición singular. Grecia representa, fren¬te a los grandes pueblos de Oriente, un "progreso" fundamental, un nuevo "estadio" en todo cuanto hace referencia a la vida de los hom¬bres en la comunidad. Ésta se funda en principios totalmente nuevos. Por muy alto que estimemos las realizaciones artísticas, religiosas y políticas de los pueblos anteriores, la historia de aquello que, con plena conciencia, podemos denominar nosotros cultura, no comienza antes de los griegos.

La investigación moderna, en el último siglo, ha ensanchado enor¬memente el horizonte de la historia. La oicumene de los "clásicos" griegos y romanos, que durante dos mil años ha coincidido con los límites del mundo, ha sido traspasada en todos los sentidos del espa¬cio y han sido abiertos ante nuestra mirada mundos espirituales antes insospechados. Sin embargo, reconocemos hoy con la mayor clari¬dad que esta ampliación de nuestro campo visual en nada ha cam¬biado el hecho de que nuestra historia —en su más profunda uni¬dad—, en tanto que sale de los límites de un pueblo particular y nos inscribe como miembros en un amplio círculo de pueblos, "comien¬za"

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