Paideia Griega
gollid14 de Mayo de 2013
8.162 Palabras (33 Páginas)800 Visitas
LA PAIDEÍA GRIEGA (Δα´ιμων. Revista de Filosofía, nº 30, 2003, 9-21)
¿Por qué y cómo educar? Paideía y política en Aristóteles (TOMÁS CALVO)
Resumen: El autor se propone destacar el impor- tante papel que ocupa la educación en la filosofía de Aristóteles. El hilo conductor lo constituye la respuesta a estas cuatro preguntas: ¿Para qué se ha de educar? ¿Por qué se tiene que educar?
¿Cómo se ha de educar? ¿A quién corresponde educar? A través de las respuestas a estas cues- tiones se muestra la fundamentación biológica, antropológica, ética y política de la concepción aristotélica de la educación.
Palabras clave: Aristóteles, paideia educación, virtud, ética, política.
La palabra griega paideia, como es bien sabido, a veces se traduce a nuestra lengua como «cul- tura», y a veces se traduce como «educación». La asociación entre ambas nociones está presente también en nuestra lengua cuando, por ejemplo, decimos de una persona «inculta» que «carece de educación musical».
Estos dos usos de la palabra paideia se encuentran a lo largo de la obra aristotélica. En el pri- mero de estos usos una persona «educada» es una persona «culta». Si analizamos someramente este concepto, veremos que, negativamente, la educación en este sentido se opone a la profesionalidad: la persona culta que posee, por ejemplo, cultura o educación musical no es un músico profesional, no es alguien que se dedica profesionalmente a la música. Positivamente, la educación en este sen- tido se caracteriza por el buen criterio y por la capacidad de juicio acerca del asunto de que se trate: así, y siguiendo con nuestro ejemplo, el que tiene cultura musical, aunque no sea un profesional de la música, es capaz de juzgar con acierto acerca de la calidad de una pieza musical, o acerca de su ejecución por parte de una orquesta o de un músico profesional1.
Fecha de recepción: 15 de octubre de 2003. Fecha de aceptación: 26 de noviembre de 2003.
Dirección: Facultad de Filosofía. Universidad Complutense. Ciudad Universitaria. 28040 MADRID. E-mail:
tcalvo@ucmail.ucm.es
1 «Respecto de toda especulación e investigación parece que caben dos disposiciones, una de ellas la ciencia, la otra un cierto tipo de educación (paideía). Es propio, en efecto, del bien educado el ser capaz de juzgar acertadamente en qué es buena y en qué es mala una exposición». Así comienza el tratado aristotélico Acerca de las partes de los animales (I 1,
839a1-4). Cf., también, Met. IV 4, 1006a5-8.
Este «buen juicio» de la persona que consideramos culta es, sin duda, el resultado de una educación específica. De este modo pasamos al segundo sentido de la palabra paideia, a su sentido más abarcador y general que se refiere a la formación integral del ser humano en todas sus dimensiones: en lo que se refiere al cuerpo (educación física), en lo que se refiere al carácter (educación moral) y en lo que se refiere a los conocimientos (educación intelectual). En este sentido amplio y radical, la educación es un asunto de enorme transcendencia que afecta, en primer lugar, a los individuos, y les afecta desde que nacen (más aún, según Aristóteles les afecta desde antes de su nacimiento) hasta que se incorporan plenamente a la vida ciudadana. (Aristóteles distingue tres ciclos educativos, cada uno de ellos de siete años: desde el nacimiento hasta los siete, desde los siete hasta los catorce y desde los catorce hasta los veintiún años). Pero la cuestión de la educación no afecta solamente a los individuos: afecta a las familias y afecta, sobre todo, al estado. En definitiva, para Aristóteles la educación no es otra cosa que la formación integral del individuo humano en el seno de una comunidad política.
Aristóteles considera que la educación constituye una cuestión fundamental, tanto desde el punto de vista ético como desde el punto de vista político, y a la educación dedica muchas páginas y mucha reflexión, en la Etica a Nicómaco y, muy especialmente, en la Política. ¿Qué juicio global nos merece la reflexión aristotélica acerca de la educación? En primer lugar, ha de reconocerse que Aristóteles en este punto es un claro heredero de la filosofía de Platón. Platón fue, sin duda, el filósofo griego que más importancia concedió a la educación, tanto desde el punto de vista del indi- viduo como desde el punto de vista del estado. El reconocimiento de la importancia de la educación, y algunas tesis sustanciales respecto de la misma, pueden considerarse herencia platónica en Aristó- teles, como veremos. Por lo que se refiere a Aristóteles mismo, considero que su gran contribución consiste en el modo en que fundamenta y orienta su proyecto educativo. Creo que en este punto el diálogo con Aristóteles continúa teniendo una gran vigencia y una notable actualidad para nosotros. Y esto es lo que trataré de mostrar en mi exposición. Naturalmente, no pretendo exponer el pensa- miento pedagógico de Aristóteles en todos sus aspectos y detalles, sino que me centraré en torno a cuatro cuestiones que considero fundamentales, y en las cuales se despliegan las dos preguntas que figuran en el título de este trabajo: ¿Para qué se ha de educar? ¿Por qué se ha de educar? ¿Cómo se ha de educar? ¿A quién corresponde educar?
CAPITULO I
La respuesta más simple, más obvia, y también la más genuinamente aristotélica a la pregunta ¿para qué se ha de educar? sería sencillamente: se ha de educar para la vida. Educar es enseñar a vivir, pero no cualquier forma de vida, no la vida de un delincuente, o de un marginado social, o de un ignorante, sino una vida digna de un ser humano. La mera enunciación de esta obviedad pone de manifiesto que el problema de la educación es un problema que pertenece radicalmente al ámbito de la ética. La concepción aristotélica de la educación se configura a partir de los principios funda- mentales de su teoría ética, que son los siguientes.
1. En primer lugar, la vida es fundamentalmente actividad. Ortega y Gasset decía que la vida humana es «quehacer». Esta fórmula orteguiana constituye, en mi opinión, la traducción más afor- tunada al castellano de la afirmación aristotélica según la cual «la vida es praxis» (ho bÌos pr‚xis: Pol. I 4, 1254a7), es actividad, es quehacer. Esto, como veremos más adelante, tiene una gran importancia, no solamente para la concepción aristotélica de la educación en general, sino también para algunos aspectos específicos de la misma.
2. La vida es, pues, actividad o quehacer. Ahora bien, todas las actividades y quehaceres, todos nuestros actos y elecciones están orientados a un fin. Por su parte, el fin último que todos per- seguimos con nuestras acciones no es otro que la felicidad, lo que Aristóteles denomina una «vida buena»2. Debemos decir, por tanto, que educar para la vida es educar para la felicidad. Esta es, a mi juicio, la primera gran lección de Aristóteles: hay que educar, no para la renuncia o para el sacrificio, sino para que el individuo pueda ser feliz. La educación exigirá renuncias y exigirá sacrificios, sin duda, pero las renuncias y los sacrificios no constituyen en absoluto el fin de la educación.
3. Ciertamente, la respuesta que acabamos de dar con Aristóteles (que el fin último es la felicidad) es una respuesta excesivamente vaga e inconcreta, ya que queda aún sin determinar en qué consiste una vida feliz, y sin determinar en qué consiste una vida feliz es imposible orientar la educación. Dada la vaguedad de esta afirmación (que todos aspiran a la felicidad), todo el mundo estará seguramente de acuerdo con ella (¿quién no aspira a una vida feliz?), pero el desacuerdo surgirá de inmediato cuando procedamos a concretar en qué consiste la felicidad. Aristóteles es consciente de esta dificultad y de hecho recorre y comenta los distintos bienes en que unos y otros cifran y han cifrado la felicidad: el placer, las riquezas, el poder y el reconocimiento social, la virtud, el saber. Toda una galería de tipos humanos y todo un muestrario de formas de vida. A pesar de ello, Aristóteles piensa que es posible avanzar hasta determinar razonablemente en qué consiste una vida feliz.
4. No debemos olvidar, por otra parte, que la palabra ‘felicidad’ se utiliza para traducir la palabra griega eudaimonía, y que hemos de ser muy cautos y precavidos cuando utilizamos aquella palabra al exponer la concepción aristotélica de una vida feliz. Aún recuerdo de mis años de estudiante que el Prof. Aranguren solía comentar que la palabra ‘felicidad’ nos resulta, decía él, o excesivamente solemne o excesivamente trivial. Yo añadiría que en la actualidad predomina la trivialización más absoluta y la irresponsabilidad más descarada en el uso de esta palabra: cualquier pequeño éxito puntual, cualquier regalo nimio, cualquier halago intranscendente hacen exclamar a cualquiera que eso le hace feliz, que se siente muy feliz e, incluso, que se siente «súper feliz». Cuando Aristóteles —los griegos, en general— hablaban de felicidad entendían que la felicidad es algo serio, y por eso hay que educar para ella; entendían que la felicidad se refiere a la totalidad de la vida: tiene que ver, no con situaciones ocasionales, sino con el modo de vida que uno lleva, no con acontecimientos puntuales, sino con la vida entera: como señala Aristóteles, recordando a Solón, sólo después ya de que uno se ha muerto es posible juzgar si su vida ha sido realmente feliz.
5. La felicidad consistirá, por tanto, en un modo de vida adecuado al ser humano, en un modo de vivir digno y satisfactorio. Ahora bien, la única manera de determinar qué tipo de vida
...