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Ocaso


Enviado por   •  3 de Junio de 2013  •  Síntesis  •  1.024 Palabras (5 Páginas)  •  342 Visitas

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En “Ocaso”, García-Herreros se presenta como un autor cauteloso, sobrio, ajeno a los excesos retóricos en que a veces caemos los narradores por falta de un pulso autocrítico. Esa sobriedad del lenguaje quizás provenga de una actitud modernista contracorriente, inaugurada y defendida por el tuerto López, cuyos libros de poemas, con una fuerte tendencia narrativa y prosaica, se publican de 1908 a 1910, y el último, Por el atajo, en 1920. El cuento de García-Herreros es de 1922 y sin caer, como ya anoté, en los excesos retóricos heredados del modernismo, expresa cierto sensualismo que se aparta de la cursilería amorosa en uso por aquellos tiempos: “Humberto la halló deliciosa con aquella expresión de fatiga; deliciosa y frágil. Su boca, que sabía la locura de las risas desordenadas, se inmovilizó desapaciblemente, más provocativa que nunca” (2). Y en medio de ese ambiente refinado y aristócrata –como el Lidia Bolena--, el detalle cruel, la verdad o mentira del dedo arrancado del pie, “como un ojo vaciado” (4). “Ocaso” es un cuento breve, casi un mini-cuento, que más que mostrar, oculta, como en la teoría del iceberg. Están allí cumplidas las tres esencias que pide Cortázar para un cuento: significación del tema, más propiamente del tópico; la intensidad dada a través de la economía de medios, de la ausencia de ripios; y la tensión dirigida hacia un final de “tragedia cumplida”.

Es indudable que el cuento juega con el simbolismo, resorte infaltable en una buena historia. Por un lado, el ocaso del día, de la tarde que muere en el crepúsculo, y por otro, el ocaso doble de la pareja, Gilma y Humberto, jóvenes pero muertos en vida, fastidiados de rutina, que llegan al ocaso de un amorío inocuo y sin gracia.

Los actores son dos jóvenes, mujer y hombre, ella “de cabello nórdico del agresivo color que Ludwig von Zumbusch encontrara para su rolliza Niña de la pelota”, y él “de bermejo mechón que le caía sobre la frente”. El, de veinte años, y ella, quizás de una edad mayor, ambos ricos, retoños de familias aristócratas. Sin embargo, a pesar de la riqueza y la juventud, sus vidas se empantanan en un ocaso irremediable, sobre todo Gilma, displicente, llena de fatiga y mal humor, con un fastidiante dolorcillo de cabeza, una elegante jaqueca.

Hastiada de regalos, rechaza el oro que le trae Humberto. En su aburrimiento incurable, desprecia el posible paisaje natural exterior por el ambiente artificial de la sala, donde es víctima del mundo cósico, de la “colección de cosas feas”, según el decir de Humberto, que entre cigarrillos e idas al teatro, va acumulando sobre las mesas de mármol.

En Gilma nada se concreta en alegría. Todos es ocaso y perecimiento. Los posibles movimientos eróticos que inicia, mueren antes de concretarse: “Con repentino entusiasmo, se animó un momento, y sus labios se abrieron; pero murió en ellos el grato anuncio de la palabra encendida y ágil, ante la queja breve que no de la boca, sino de los ojos

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