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Educar para la realidad. Una mirada sobre el aporte del psicoanálisis a la educación


Enviado por   •  10 de Agosto de 2019  •  Ensayos  •  2.174 Palabras (9 Páginas)  •  79 Visitas

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Educar para la realidad. Una mirada sobre el aporte del psicoanálisis a la educación.

     ¿Qué vinculaciones es posible establecer entre psicoanálisis y educación? O, mejor, ¿es posible pensar en una articulación entre estos saberes o cualquier lugar de contacto entre ambos debe ser pensado como una coyuntura? Esta pregunta es el punto de partida para dar lugar a una reflexión que procura desentrañar los contrastes y los puntos luminosos de la relación resultante. En realidad, interesa dilucidar qué particular interés animó a Freud a incursionar en el tema pedagógico y, en última instancia, dar cuenta del resultado de dicha incursión. Cabe destacar que varios autores[1] acuerdan que Freud nunca desarrolló una teoría sobre la educación ni una pedagogía psicoanalítica; su aporte, en todo caso, estuvo orientado a proponer nuevas formas de abordaje a la educación de su época.

     Según Mireille Cifalli, el interés de Freud en la asociación entre psicoanálisis y pedagogía se remonta a 1913, cuando tiene lugar la ruptura entre el maestro y su discípulo Carl Jung. Dice Cifalli:

“Porque en definitiva, Freud pierde a Jung (…) Y glorifica la acción educativa respaldada por el Psicoanálisis. Su desesperación está corno compensada por una esperanza: la de un psicoanálisis salvador, por educación interpuesta de la humanidad futura, de una humanidad cuyos hijos llegados a adultos ya no sufrirían de neurosis.”[2] 

     El concepto de educación per se es amplio, ya que incluye la familia, la formación integral de la persona y no lo netamente instructivo, en tanto que el de pedagogía restringe su influencia al ámbito escolarizado. Hecha esta aclaración, comenzaremos a desbrozar la posible relación entre el psicoanálisis y la educación, aunque Freud, por momentos, la haya acotado a la “pedagogía”. Un primer acercamiento a esta temática deja en evidencia que el propio Freud mantuvo una postura por demás crítica sobre la pedagogía de su época, ya que consideraba que tanto ésta como las creencias religiosas mitigaban la realidad del deseo hacia la cual debía apuntar la educación. Dentro de esta perspectiva, un nuevo patrón debía guiar a la educación: la ética de la verdad. Sólo ella podría sustituir a la moral planteada por la religión, basada en la ilusión y en el desconocimiento. Porque una educación que anulara el deseo en lugar de proceder con su abordaje quedaría desvirtuada en el camino. Estas cuestiones son expuestas hacia fines de la década del veinte del pasado siglo en El porvenir de una ilusión (1927).

     Despojada de lo ilusorio, para Freud la educación debía tender a educar hacia la realidad. Al menos esto es lo que propone en las Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico (1911), donde sostiene que la educación estimula, por un lado,  la victoria del principio del placer y por otro, la sustitución de éste por el principio de realidad. Sin embargo, como muy bien observa de Lajonquière, la realidad acerca de la cual habla Freud no es la realidad tal como la concebimos, como estamos acostumbrados a pensar en ella[3]. Por el contrario, es una realidad del deseo, que no tiene que ver con la voluntad ni con la creatividad –entidades muy valoradas en la pedagogía actual– sino con aquello que perturba al hombre y lo lleva a estar fuera de sí mismo, que lo enfrenta a la imposibilidad de desdoblarse y pensar en una posible otredad. Por esta razón, para Freud, las creencias religiosas de la época enmascaraban esa realidad del deseo hacia la cual debía apuntar la educación.

     Entonces, el primer punto de contacto entre psicoanálisis y educación, para Freud, reside en el hecho de que tanto uno como otro deberían apuntar a lograr el encuentro del sujeto con su deseo, generando en este el reconocimiento de que es en vano que pretenda ponerse a salvo de él. De cara a esto se encuentra la religión, cuyos postulados imperan en la educación que se imparte en esa época. La pedagogía religiosa desconoce el deseo, lo anula, lo oculta; frente a ella, el psicoanálisis aboga por su emergencia. La tensión dialéctica entre religión y ciencia pone de manifiesto la imposibilidad de establecer un punto posible de conciliación, aún en terrenos como el educativo. De acuerdo con de Lajonquière,

“la religión intenta suturar o domesticar la realidad paradojal del deseo: motor de la voluntad de querer, alimento de todos los miedos, blanco de prescripciones, objeto de restricciones y prohibiciones. Por el contrario, la ciencia -anhelada por Freud- iría en contramano, y, por lo tanto, ella reenviaría, una y otra vez, al hombre hacia su fragilidad, hacia el carácter transitorio de su existencia, o, si preferimos, hacia su orfandad.”[4]

     Siguiendo a Millot, el reconocimiento de los deseos da siempre paso a una virtud que aquieta y que pacifica, y sobre ese principio propio de la cura analítica Freud buscó sentar las bases de una nueva educación, opuesta a la conocida[5]. Reconocer el deseo implicaba, en todo caso, abordarlo ya no desde la represión y la condena, sino desde la racionalidad, desde el acto mismo de soportarlo y no procurar mitigarlo.

     No obstante lo expuesto, no es posible pensar en el surgimiento de una educación de corte analítico, porque no se puede sostener. Freud sabía esto. La no podía otorgar al niño una libertad total, a pesar de que su coartación conllevara el peligro de una neurosis. Tampoco podía –ni debía– tratar de adaptar al niño al orden establecido. En El malestar en la cultura, el énfasis estuvo puesto en dar cuenta de los efectos perniciosos del liberalismo exagerado: el hombre renuncia a sus pulsiones a partir del afuera y es condición sine qua non esa renuncia para no entrar en conflicto con el mundo exterior. La imposición del renunciamiento empieza por el afuera. Siguiendo a Millot, el hecho de carecer de prohibiciones no necesariamente haría más accesible el goce.  Se infiere, por lo tanto que una educación analítica basada en la permisividad no es posible y que tampoco la educación puede servir como profilaxis de la neurosis.  Y el propio Freud lo reconoce en sus escritos, como por ejemplo en las Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis (Conferencia Nº 34, “Esclarecimientos, aplicaciones, orientaciones”), de 1932:

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