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La Docencia Como Profesion

faelmo15 de Marzo de 2014

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INTRODUCCIÒN

Bienvenidos a la materia, «análisis de la práctica docente» que nos invita a repensar la especificidad y la complejidad de nuestra tarea académica y asumirla como profesión, es decir, como actividad comprometida con conocimientos teóricos y metodológicos especializados, y con actitudes proclives al “trabajo bien hecho” dada su trascendencia social y su papel en nuestra autorrealización.

¿Cuáles son esos conocimientos?, ¿cómo y dónde se adquieren?, ¿todos los docentes contamos realmente con ellos?, ¿a qué actitudes nos referimos y de dónde proceden?, ¿en qué medida el ejercicio práctico de la docencia favorece su profesionalización? Estas y muchas otras interrogantes surgirán y nos acompañarán en esta materia, que tiene como uno de sus hilos conductores a la propia práctica docente, pues es con su reflexión y análisis que los aprendizajes adquirirán un significado profundo y contribuirán a nuestra profesionalización.

Nos interesa “aprender haciendo”, vinculando conocimientos nuevos con anteriores y con las circunstancias en que realizamos nuestro quehacer educativo. Se pretende descubrir aspectos de nuestra práctica que probablemente nos pasan desapercibidos, vinculados con nuestra disciplina, con nuestra vida académica y laboral, así como con nuestras expectativas, e inclusive con imágenes y supuestos sobre la educación, el aprendizaje, la enseñanza y lo que se supone debe ser un maestro.

La innovación educativa tiene en la innovación docente uno de sus pilares fundamentales, no el único ni mucho menos autosuficiente, pero sí estratégico pues los docentes de carne y hueso somos actores decisivos de lo que suceda en los espacios educativos: escuelas, aulas, pasillos, aulas virtuales, salas de maestros y tantos más.

Así pues, a caminar y enhorabuena

Presentación

En la manera como concebimos y ejercemos la docencia se conjugan nuestras experiencias como estudiantes, nuestros estudios básicos y profesionales, nuestra vocación, nuestro desempeño en el aula y/o en la investigación, nuestro paso por cursos y talleres de didáctica e inclusive las expectativas del entorno familiar, las imágenes que proveen el cine, la televisión y el sentido común acerca de lo que es un docente.

Toda práctica docente responde a una forma de interpretar la docencia, la educación, el ser humano, la sociedad, el conocimiento y la cultura. No hay “inocencia” en nuestra actuación docente, sino que está comprometida con ideas y valores que debemos reflexionar y analizar, para ser agentes de cambio.

Objetivos

• Reconocer a la reflexión sobre la propia práctica como eje básico para la formación y actualización docente.

• Identificar las especificidades de la docencia profesional y su papel estratégico en la innovación educativa

• Favorecer la expresividad y la comunicación como factores del aprendizaje significativo.

1. La docencia como profesión

La muda de nombres

Profesor, catedrático, maestro, instructor, facilitador, mediador, guía, enseñante… tantos nombres, tantas formas de llamar a los que nos dedicamos a la docencia.

Lograr que la docencia sea una profesión no es tan simple como cambiar de nombres. Cierto que tras las palabras van implícitas diferentes connotaciones, unas relacionadas con la forma de concebir la actividad (no es lo mismo “dar instrucciones” que “profesar” una disciplina), otras connotaciones asignan diferentes grados de status o prestigio, de ahí que haya a quienes el vocablo “catedrático” apenas corresponde a su tan docta personalidad, dejando otras denominaciones para docentes de niveles básicos, como si estos fueran menos valiosos e importantes.

¡Vaya que nos jugamos trampas con las palabras! Porque antes que ayudar a comprender lo que somos los docentes y a mejorar nuestras prácticas educativas, sirven únicamente para refrendar supuestos, prejuicios y hasta equívocos.

Por ejemplo, no falta para quienes ser “catedráticos”, además de aportarle el brillo de doctos y especialistas en la escala educativa institucional, les exime, a su entender, de cuestionar su papel como educador… porque finalmente eso somos: educadores.

Para evitar esas trampas, en adelante hablaremos aquí de docentes y, por comodidad en la expresión, de maestros que es también la manera en que nos llaman los estudiantes, sean, niños adolescentes o adultos y que de alguna forma nos homogeniza, independientemente del nivel educativo en que nos desempeñemos y de los títulos y grados en nuestro haber.

Por otra parte, comúnmente muchos de los que somos docentes en educación media superior y superior no contamos con una formación “pedagógica” inicial, es decir, estudios específicos para ser docentes. Esto tiene sus pros y sus contras, pues si bien se carece de esa formación pedagógica, el hecho de ser profesionistas de diversos campos del conocimiento permite relacionar los contenidos curriculares con aspectos concretos del campo laboral.

Una formación para la docencia potenciaría nuestro desempeño, no obstante, muchos son los caminos por los cuales hemos llegado a ejercer la docencia y es justo recuperar nuestras historias, nuestros trayectos, para aquilatar la experiencia y los conocimientos ganados por esa vía, así como las insuficiencias pedagógicas que necesitamos subsanar para ser mejores maestros.

Para iniciar realice la evidencia inicial

EVIDENCIA INICIAL: Mi larga marcha en la docencia

Objetivo: Reconstruir la propia historia de ingreso y desempeño en la docencia, inducir la reflexión sobre imágenes y conocimientos previos de los que se ha partido para ejercer la docencia, propiciar la expresividad y establecer un nexo afectivo con el proceso de aprendizaje.

PROCEDIMIENTO:

Rememoración: Cada uno de nosotros ha ingresado a la docencia por particulares circunstancias: en ocasiones cierta vocación latía dentro desde el principio, en otras se descubrió después; tal vez para algunos la necesidad económica fue factor desencadenante, para otros el “prestigio” o la “admiración” con que muchas veces se ve a los maestros; muchas otras circunstancias pudieron contribuir a la decisión por convertirse en maestro (un cambio de ciudad, el ofrecimiento inesperado de la actividad, el deseo interno de enseñar como hubiésemos querido que nos enseñaran, la imagen que como ideal tuvimos de algún otro profesor…en fin). Escarbemos en nuestros recuerdos, recientes o remotos y reconstruyamos esa historia de nuestro ingreso a la docencia, de los aciertos y desaciertos que hemos tenido durante nuestra trayectoria.

Reflexión: ¿Además de la vocación, qué más la ha permitido continuar como docente?, ¿Cómo preparaba inicialmente sus clases y cómo las prepara hoy?, ¿Qué ha aprendido en el camino y qué necesita aprender para mejorar como docente?, ¿Qué cambios se han operado en su forma de entender la enseñanza y el aprendizaje?

Expresión: Elabore una narración de su historia como docente, asignándole el título que mejor considere.

Comunicación: Integre el texto a su carpeta de evidencias, compártalo con sus compañeros durante la reunión presencial.

1. La docencia como profesión

Más allá del “buen maestro”

Todos los que nos dedicamos a la docencia, hayamos llegado a ella por cualquier camino, nos desempeñamos con la convicción y el auténtico deseo de ser “buenos maestros.

Sin embargo, es posible que a pesar de ese deseo nuestros esfuerzos en ocasiones parezcan estrellarse contra la pared o simple y sencillamente no logren el efecto que esperamos, que no logramos comunicarnos, que no aparece el interés que imaginábamos en los estudiantes, que nuestros planes no se concretan.

Es posible también que nuestras prácticas se encuentren instaladas en formas y métodos muy similares a los que usaban nuestros maestros y no nos desprendemos de ellos porque los suponemos más “seguros” que aventurarnos a innovar.

El caso es que cada vez se agranda más el abismo entre nosotros los maestros y los estudiantes. Muchas veces lo achacamos al desinterés de los estudiantes, al influjo de la televisión y a otros factores que posiblemente incidan en el problema. Sin embargo, cabría escuchar también lo que los estudiantes opinan de nosotros. Para muestra sería la pregunta siguiente a los estudiantes: "¿Qué les dirías a tus maestros para que mejoren sus clases?”

Como vemos, es indispensable superar las prácticas irreflexivas y cuestionar qué entendemos por aquello del “buen maestro”. ¿Existe eso que llamamos “buen maestro” como algo acabado?, ¿ser “buen maestro” significa lo mismo para unos que para otros?, ¿cuándo consideran los estudiantes que están ante un buen maestro? ¿Será lo mismo para uno que para otro?

¿Por qué un profesor hace lo que hace en el aula y en la escuela? ¿A qué idea de educación corresponde su práctica, a qué idea de aprendizaje sus maneras de enseñar? Reflexionar sobre estas cuestiones es importante porque en la escuela se aprende no sólo química, física, matemáticas, español e historia, sino también formas de ser, de actuar, significados sobre aprender, estudiar, sobre la autoridad y el comportamiento. Todo esto es decisivo en más de un sentido, aunque comúnmente no se le reflexiona y se pierde de vista.

Necesitamos asomarnos a nuestras aulas, observar y reflexionar sobre nuestras prácticas, pues lo que ahí sucede, hasta lo más minúsculo encierra significados que no veremos si pensamos que todo es normal, “natural”, porque “así son y así deben ser las cosas”.

Observar nuestro

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