Portese Bien

PÓRTESE BIEN

Se narra el caso de una paciente quien, al parecer proveniente de una familia particular, con una madre crítica y dominadora en todos los niveles y un padre con quien busca identificarse, se presenta a terapia en primera instancia por recomendación de un amigo. Dentro de la dinámica psicoterapéutica, la paciente menciona como uno de sus principales problemas, su promiscuidad, el hecho de acostarse con cualquier hombre con quien salía, y ante ello no evidenciaba culpabilidad alguna. Durante la terapia, se suscitaron—a perspectiva del terapeuta—algunos cambios como mayor femineidad, tratos más “de adulto”; sin embargo no se producían cambios en la pasividad que la caracterizaba.

Un hecho central—y que representa el principal cuestionamiento en este caso—es el que dos años después de haber iniciado la terapia, la paciente volvió a comentar acerca de sus aventuras sexuales, se había acostado con hombres casados y que incluso conocía a las esposas, aun así no había evidencias de culpabilidad alguna en ella. Ante ello, el terapeuta optó por una postura mucho más activa en la dinámica terapéutica, de modo que optó por señalarle que “le prohibía” a la paciente el acostarse con otros hombre.

Este accionar, ha sido puesto a análisis de varios terapeutas, cada uno defendiendo su postura y ofreciendo su perspectiva de la conducta del terapeuta…

Por un lado, por ejemplo, Knight Aldrich resalta sobre todo el hecho de que el terapeuta sintiera un gran miedo por satisfacer la necesidad de dependencia de la paciente. Es por ello que critica en todo momento su inactividad al no presentar una respuesta anteriormente, ya que esa misma inactividad había generado un mayor desarrollo de las necesidades de dependencia de la paciente, de modo que implícitamente la estaba “autorizando” para actuar. Una vez que el terapeuta optó por presentarse mucho más activo en cuanto al proceder de la paciente, Aldrich aprecia que es probable que la paciente se haya sentido “guiada” por una persona de quien “era dependiente”. Finalmente, resalta que mucho más allá de un caso de rebelión contra la madre e identificación con la figura paterna, el objetivo principal que se tuvo que plantear—según su opinión—era el trabajar la perturbación neurótica activamente. Una de las estrategias que propone es una mayor interpretación de los sueños; sin embargo, este autor si bien reconoce que la paciente muchas veces usaba los sueños como resistencia para con el terapeuta, aun así, no plantea estrategias específicas que le permitan conocer cómo realizar un trabajo mucho más dirigido y significativo con los sueños. Por esa parte, me parece un poco inconsistente esta opinión vertida sobre el caso.

Más adelante, Albert Ellis, plantea que el proceder del terapeuta se aprecia esencialmente en una dicotomía bastante marcada e incluso de desarrollo arriesgado, pues, por un momento, el terapeuta se presenta “pasivo” por el miedo de la posible relación de dependencia que podía generan con la paciente; sin embargo, cuando se percató de que el problema seguía latente casi después de 2 años, decidió tomar una decisión bruscar y confrontar directamente. Esto puedo generar una consecuencia altamente peligrosa; sin embargo no fue así. En todo caso, este terapeuta señala que el método más indicado hubiera sido el de buscar que la paciente se interrogue y reflexiones respecto a su conducta, inmediatamente después de que el terapeuta pueda apreciar esa conducta desadaptativa en ella. Desde el principio hubiera resultado mejor que le permita observar que ese proceder podía dañarla y a partir de ello generar en ella una confrontación de sus intereses, y una consecuente reflexión. Si bien este método se puede evaluar como progresivo, Ellis no se contrapone a los métodos directivos; pero considera que la prohibición de esa conducta sexual fue realizada de manera muy temeraria y brusca pudiéndose generar terribles resultados, es por ello que sólo justifica una estrategia tan directiva, si es que anteriormente

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