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Cristologia


Enviado por   •  16 de Junio de 2014  •  2.429 Palabras (10 Páginas)  •  226 Visitas

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LA OBRA REDENTORA DE CRISTO (1ª parte)

Por SAMUEL PÉREZ MILLOS

Introducción

Un estudio sobre la “obra redentora de Cristo” debe partir de la realidad y universalidad del pecado para proseguir con la Persona y la obra del Salvador. El hombre debe ser salvado siempre que esté perdido. La realidad del pecado en el hombre está plenamente atestiguada por la Escritura (cf. Sl.14:1-3; Is.55:1-3, 6-7). La Biblia enseña claramente la universalidad del pecado (Sl.53:1-3; Ro.3:9-20, 23), al tiempo que señala la situación del pecador como enemigo de Dios (Ro.8:7-8), muerto en transgresiones y pecados (Ef.2:1), objeto de la ira divina por su pecado (Ef.2:3) y condenado a muerte (Ro.6:23). Por tanto, necesita ser salvado de esa situación y, como consecuencia, necesita un Salvador. Establecida la universalidad del pecado, debe proseguirse el estudio con la Persona del Salvador, vital para comprender la dimensión y alcance de Su obra salvífica. La condición Divino-humana del Salvador, el Verbo eterno de Dios encarnado (Jn.14:1) determina el alcance de esa obra.

I.LA PERSONA DEL REDENTOR

a) La impecabilidad de Jesucristo

En los artículos anteriores se han tratado extensamente los aspectos divino-humanos del Redentor. Tan sólo será necesario enfatizar brevemente la absoluta santidad e impecabilidad de Jesucristo, que le capacitan para ser el Redentor en relación con la solución del problema del pecado del hombre. La Biblia afirma la impecabilidad de Jesús (cf. Is.53:9; He.4:15; 1 P.2:22). Las opciones del hombre en relación con el pecado están plenamente definidas: a) Poder pecar, o no. Esto ocurrió sólo en el huerto de Edén, en donde el hombre ejerció su libre albedrío y cayó. b) No poder dejar de pecar. Es la situación actual de todo hombre como pecador. c) No poder pecar. Ocurre sólo con Jesucristo, el “Hombre impecable”.

La razón de la impecabilidad de Jesús radica en su condición divino-humana, que hace que el “sujeto de atribución” de todas sus acciones sea la Persona Divina del Hijo de Dios, en quien subsisten las dos naturalezas divina y humana. Es evidente que Jesús no solo no pecó, sino tampoco hubiera podido hacerlo, ya que en ello estaría involucrada la deidad, lo que equivaldría a la posibilidad de que Dios hubiera podido pecar. Jesucristo no heredó el pecado del hombre. La Biblia enfatiza la absoluta santidad del que nació en Belén al decir textualmente, en el relato de la anunciación, que lo “engendrado santo será llamado Hijo de Dios” (griego, “gennömenon hagion klëthësetai huios theou”) (Lc.1:35). La Persona Divina del Hijo de Dios es la que se encarna, por tanto está presente desde el instante de la concepción de la humanidad de Cristo, santificando absolutamente la naturaleza humana y haciendo imposible con Su presencia que el pecado le fuese transmitido.

b) El siervo sufriente

Un segundo aspecto necesario en el estudio de la obra redentora de Cristo está relacionado con el estado de humillación del Verbo de Dios, que la hace posible. Según se vio ya en el estudio acerca de la humanidad de Cristo, esencialmente ese estado comprende “vaciamiento o la “anonadación” que el Hijo de Dios hizo de sí mismo para tomar “la forma de siervo” (Fil.2:7) y que se expresa en los pasos de su descenso desde la gloria hasta la cruz, que le permite “gustar la muerte por todos” (He.2:9). Un complemento en la enseñanza del anonadamiento del Hijo de Dios está en la epístola a los Hebreos, 10:5-7. El escritor transcribe casi literalmente del Salmo 40:6-7, según la LXX, en donde el salmista, en lugar de “me apropiaste cuerpo”, dice: “has abierto mis oídos”, que según el simbolismo de Ex.21:5-7, denota cómo Jesucristo se sometió a tomar la “forma de siervo” para hacer la voluntad de Dios en el plan de redención. Así se comprende mejor Is.50:5-7. La humillación del Hijo de Dios, no consistió en “hacerse hombre”, sino en tomar la “forma de siervo”. La humanidad asumida es el vehículo para llegar a la “forma de siervo”.

II. EL SACRIFICIO REDENTOR Y ALGUNOS DE SUS BENEFICIOS

La infinitud de la Persona de Jesucristo hace inalcanzable para la mente del hombre la plena dimensión de aspectos relativos a Su obra redentora. Ocurren especialmente con los sufrimientos del Salvador, que trascienden en todo el plano del entendimiento humano e introducen al estudioso de la “Soteriología” en profundidades tales que resultan del todo insondables. Como escribía L. S. Chafer, “Así como, en presencia de la zarza encendida, tuvo Moisés que quitarse el calzado de sus pies, porque el lugar que estaba pisando era tierra santa, así también deberíamos acercarnos con un santo pavor y respeto, tan grandes como sea posible a quienes están sujetos a limitaciones humanas, a la misteriosa, sublime y solemne revelación concerniente a los sufrimientos y muerte del Salvador.” (L. S. Chafer, o.c. Vol. I. pág. 846)

La salvación se hace posible en razón de la obra sustitutoria del Hijo de Dios en la Cruz, pero, no es menos cierto que esa obra está rodeada de sufrimientos y que se manifiestan en la hora de la cruz. La Escritura hace una extensa y clara revelación de los sufrimientos del Salvador, por lo que éstos deben ser investigados y estudiados como parte esencial de la obra de salvación. Sus padecimientos permiten al Hijo de Dios la experiencia del costo de la obediencia (Fil.2:8; He.5:8). Pero, al mismo tiempo, habiendo sido probado en esa dimensión, es un Salvador poderoso para socorrer a quienes son también probados (He.2:18). El estudio de los sufrimientos del Señor tiene que ser considerado en razón de la Persona que los soporta. El Salvador es la Persona teándrica, el Verbo de Dios manifestado en carne (Jn.1:4). Por tanto el que experimenta el sufrimiento y vierte su sangre, es Dios, ya que Jesús es Dios (Hch.20:28). Las gentes no fueron instrumentos para la muerte de un hombre cualquiera, sino de Emanuel, “Dios con nosotros”, matando al “Autor-editor de la vida” (“archëgon tës zöës”) (Hch.3:15).

Los sufrimientos reales son el antitipo de los anunciados tipológicamente en el Antiguo Testamento. Desconocer el significado tipológico del Antiguo Testamento impide apreciar la dimensión de muchas de las doctrinas del Nuevo Testamento, ya que como dice Anderson, “la tipología del Antiguo Testamento es el alfabeto del lenguaje en que están escritas las doctrinas del Nuevo Testamento.”

a) Los sufrimientos generales del Salvador

El Señor fue presentado

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